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Neil Tennant, cantante de Pet Shop Boys, hace su aparición en el Real - EFE
MÚSICA

Cumpleaños tecno en el Teatro Real

Neil Tennant, el cantante de Pet Shop Boys, celebró con su banda una selecta fiesta que devinó en «rave» en tan emblemático recinto

Madrid Actualizado: Guardar
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No se lo ha montado nada mal Neil Tennant, cantante y mitad de Pet Shop Boys, para celebrar la fiesta de su 63 cumpleaños. Ayer organizó una «rave» con su banda en un lugar sacrosanto como el Teatro Real junto a más de mil selectos «invitados» (las entradas podían llegar a costar casi 200 euros...) a los que puso a bailar de lo lindo. Por momentos, el emblemático lugar parecía una discoteca en pleno subidón. Tennant se vistió de manera extravagante, como mandan los cánones del tecno-pop: iba con un elegante traje, con ribete de brillantina incluido, y un casco futurista. Más tarde se pondría una bomber de color papel albal, lo que a buen seguro haría las delicias de Mario Vaquerizo, fan confeso del grupo británico, que exige a los artistas cierta distinción (no pueden ir como si fuesen a un trabajo gris, no pueden ir de «grunjes»).

En lugar del cumpleaños feliz, para empezar, sonó «Inner Sanctum», lo que viene a ser «tecnaco» en su rigurosa expresión. Encomiable espíritu del sexagenario Tennant, sí señor.

El concierto fue un enorme divertimento, porque los británicos son una máquina muy bien engrasada. Un rodillo de «gustera», pura eficacia en cuanto a enardecimiento de las masas. Vestidos raros, florituras glaciales, estatismo, inexpresión colorista y la distancia epidérmica propia de un género, el del pop sintético, que, en cualquier caso, Los Chicos de la Tienda de Animales han sabido engrandecer y conseguir algo de piel, que diría Floriano. Hasta la tercera canción, Tennant no desveló que cumplía años, y lo hizo de manera sobria y como preámbulo para iniciar el himno «The pop kids», uno de sus temas míticos y que utilizarían también para cerrar el concierto. Sonaron estupendos, aunque la acústica de tan maravilloso recinto siempre favorece. Y poco se les puede achacar más allá de algún soniquete que se echara en falta o que sonara bajo. Minucias. Junto a tres androides más de acompañamiento, aunque ya sin casco marciano en la cabeza, Tennant y Lowe, la otra mitad del grupo, acometieron uno de los clásicos de la banda, «New York city boys», popularísimo hit de estribillo pegajoso y base trotona. La fiesta seguía como empezó, por todo lo alto. Y así continuó hasta el final. Aunque hay que mencionar que teclista Lowe se mantuvo impertérrito y en modo «pies quietos» las dos horas que duró el show.

De entrevistador a entrevistado

Tennant nació tal día como ayer hace 63 años en North Sields (Inglaterra), en el seno de una familia católica. Y estudió en el mismo cole que Sting, que, de alguna manera, estuvo involucrado tangencialmente en el germen de Pet Shop Boys. Porque antes de dandy tecno, el cumpleañero era periodista musical. En una ocasión fue a entrevistar al exlíder de Police a Nueva York. Y allí, además de sus labores, conoció a un productor que se comprometió a grabar sus criaturas. Esa primera maqueta contenía «West End Girls», que en el concierto sonó preciosa con esos coros gregorianos de ultratumba y el repiqueteo percusivo que acompañan a la aguda voz de Tennant. «Esta es su obra maestra», se oyó en el teatro. El otrora entrevistador seguramente ahora esté cansado de dar entrevistas. Porque, a veces, los sueños se hacen tecno-realidad.

«It’s a sin», «Left to my own devices» con deje «bakala» y la versión de los Village People «Go West» enajenaron todavía más al personal que bailaba sin descanso. Para cerrar eligieron «Domino dancing», que fue recibida con la máxima euforia (incluso algún gritito de histeria), y la versión de Elvis «Always in my mind», un hermoso himno bailongo que acabo enlazando de nuevo con «The pop kids» como bis para ir saliendo. La retahíla de hits de los Pet Shop Boys no es cualquier cosa, eso ya se sabe. Y lo que se vivió ayer en el Teatro Real era de esperar, dado el carácter jaranero del público que les sigue. ¿Fue el mejor sitio para hacer algo así? Seguramente no, porque las butacas sobraron de principio a fin. Además, uno no se podía deshinibir en barra alguna. Sin embargo, observar las tres alturas de un recinto tan suntuoso repletos de gente contoneándose fue digno de verse. Un privilegio, incluso. El Real pareció ayer una decadente discoteca lujosa en una película de Sorrentino.

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