Jeff Sessions este martes ante el Senado
Jeff Sessions este martes ante el Senado - AFP

El fiscal general tacha de «mentira detestable» su connivencia con Rusia

Sessions entiende la reunión de Trump con el exdirector del FBI: «No tenía nada de malo». También justifica haber participado en la destitución de Comey, pese a haberse recusado

Corresponsal en Washington Actualizado: Guardar
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Cinco meses después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, la escena política no podía ser más llamativa. El fiscal general de Estados Unidos, el hombre encargado por ley de impulsar la investigación de presuntos delitos, comparecía ante el Comité de Inteligencia del Senado para intentar salir de su propio atolladero. Con al menos una mentira bajo juramento como pesado antecedente, al negar que hubiera mantenido contactos con cargos rusos durante el examen para que la cámara alta avalase su nombramiento, Jeff Sessions había tenido que autorrecusarse en las pesquisas de la llamada trama rusa, al desvelar después la prensa dos conversaciones con el embajador de Putin en Washington, Sergey Kislyak. Si su credibilidad yacía moribunda, su proyección política no podía estar más debilitada.

El número uno del Departamento de Justicia acababa de poner su cargo a disposición de un presidente contrariado por esa renuncia a mantenerse al frente de una investigación que marca el mandato. Las acusaciones de James Comey de dejarle a solas frente a Trump en el Despacho Oval, dando pie a las presiones que el destituido director del FBI denunció hace unos días para que no indagara en las conexiones con Moscú, conformaban el tercero de sus frentes sin resolver.

Bregado en miles de batallas como miembro del mismo Senado que ayer le pedía cuentas, el que fuera una de las piezas clave del engranaje electoral de Trump arrancó lanzando un ataque como mejor defensa cuando tachó de «mentira detestable» que hubiese participado en cualquier intento de contar con la ayuda rusa. Se dirigía a los portavoces demócratas, cuyo principal representante en el Comité de Inteligencia, su vicepresidente, Mark Warner, había arrancado su intervención previa advirtiendo a Sessions de su «papel esencial en la estrategia y el engranaje» de la campaña del hoy presidente.

El fiscal general resolvió uno de los momentos esperados de su intervención confirmando que el día antes de reunirse con el presidente en el Despacho Oval, James Comey se había comunicado con él para expresarle su «preocupación» por el alto compromiso que suponía una reunión a solas. Sessions transmitió a Comey la necesidad de que «siguiera las reglas del departamento», pero fue laxo cuando un senador le preguntó por qué no había estado presente en el encuentro o por qué no había intentado evitarlo, como criticó el entonces director de la Oficina Federal: «No hay nada de malo en que el presidente mantenga una conversación con el director del FBI».

Sessions justificó su decisión de recusarse para la investigación de los posibles contactos rusos en «la propia regulación del departamento», que advierte de la existencia de «cualquier tipo de relación personal o política» con alguna de las personas que pueda ser investigada, pero «no porque hubiera hecho nada malo». En este sentido, pronunció una frase solemne como cierre de su intervención: «Puedo haberme recusado de la investigación, pero no del derecho a defender mi honor ante cualquier tipo de alegaciones». También se refirió Sessions a la recusación como una decisión reglamentaria, pero no como un obstáculo, al justificar su participación en la destitución de James Comey. El fiscal general calificó de «absurdo» que ello le impidiera participar en un proceso que afectaba al director del FBI, oficina dependiente del Departamento de Justicia que dirige.

Con relación a las dos conversaciones con el embajador ruso en Washington, Sergey Kislyak, que negó en su anterior comparecencia, Sessions intentó salir de la mentira aludiendo al contexto de la pregunta que le habían realizado entonces. El de «cualquier conversación para que Rusia interviniera en la elección presidencial», extremo que negó tajantemente. Y sobre un tercer encuentro ocultado entonces, supuestamente en el hotel Mayflowers de Washington el pasado abril, el exsenador negó, pero sin rotundidad. Primero, apuntó una simple coincidencia de ambos en el citado establecimiento, aunque «en estancias diferentes». Y después, dijo no recordar si habían coincidido en la recepción del hotel.

Una nueva polémica

La comparecencia del fiscal general en el comité del Senado vino precedida de una nueva polémica en torno a la investigación de la trama rusa. El día anterior, Christopher Ruddy, director ejecutivo de Newsmax, uno de los medios digitales afines a Trump, de quien es asesor y amigo, había sugerido que el presidente se planteaba la destitución de Robert Mueller y la supresión del Consejo Especial. La insinuación disparó las alarmas políticas ajenas, pero sobre todo las propias. Mientras los demócratas cargaban sus baterías, pese a que la Casa Blanca desmentía que se había producido alguna conversación al respecto entre el presidente y Ruddy, los republicanos salían al paso para desactivar la que podía ser una nueva bomba de relojería. Si para los dirigentes del partido mayoritario, que sustenta a Trump, ya había sido un error la ruidosa destitución del director del FBI, James Comey, otra decisión presidencial cortafuegos de la investigación oficial de la trama rusa, sería para muchos insistir en que se airearan todavía más sospechas. El portavoz del Congreso, Paul Ryan, se adelantó a respaldar la labor de Mueller y del Consejo Especial, y recomendó al presidente «dejarle hacer su trabajo».

En una jornada que terminaría siendo maratoniana, el responsable del nombramiento de Mueller, el fiscal general adjunto, Rod Rosenstein, de quien depende la investigación de la trama rusa tras la autorrecusación de Sessions y que antecedió a su jefe en una de las subcomisiones del Senado, fue rotundo al considerar que su destitución por el presidente «no sería ni legal ni apropiada». Y lanzó una frase que sonó a desafío al inquilino del Despacho Oval: «No voy a seguir ninguna orden a menos que crea que tiene una buena causa, y ésta no la tendría». El número dos del Departamento de Justicia, quien ya tuvo que lavar su imagen ante la cámara alta tras verse comprometido por el presidente en su justificación de la destitución de Comey como director del FBI, garantizó ante los senadores «un grado pleno de independencia» de Mueller.

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