El presidente venezolano, Nicolás Maduro
El presidente venezolano, Nicolás Maduro - EFE

Maduro, subcampeón B de la palabra infamante

Aunque intente imitar a las bocas más denigrantes de la historia política del XX y el XXI, su modelo es Hugo Chávez

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El 13 de octubre de 2015 amenazó a Chúo Torrealba con mandarlo a la cárcel. El 30 de octubre de ese mismo año, amenazó con desconocer los resultados electorales de las elecciones que se celebrarían el 6 de diciembre: «Si se diera ese escenario, negado y transmutado, Venezuela entraría en una de las más turbias y conmovedoras etapas de su vida política y nosotros defenderíamos la revolución, no entregaríamos la revolución y la revolución pasaría a una nueva etapa». Una vez confirmada la victoria de la oposición democrática, amagó con no construir más viviendas, porque «yo te pedí tu apoyo y no me lo diste».

Maduro ha agredido verbalmente a Mauricio Macri, presidente de Argentina. Al Grupo de Empresas Polar y a Lorenzo Mendoza.

En contra de la Asamblea Nacional usó el verbo demoler. A Henry Ramos Allup dijo, en cadena nacional, «prepárate, que te va a llegar tu hora». A Estados Unidos lanzó una curiosa amenaza: la de embrutecerse (todavía más). La frase, en concreto, fue la siguiente: «Cuando nos tocan desde el Imperio nos ponemos brutos». El 1 de junio de 2016, al acusar a medios de comunicación de España, de realizar una guerra sicológica en desmedro de Venezuela, señaló que un equipo jurídico preparaba acciones legales. El 18 de agosto de 2016, anunció una contraofensiva dirigida a la oposición, que haría del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, «un niño de pecho».

Un examen detenido del ‘Amenazómetro’ que han puesto en circulación los equipos de Convite Asociación Civil y Reporte Ya, hace patente una posible categorización de los odios de Nicolás Maduro. Nada despierta tanto sus peores pasiones como la Asamblea Nacional como institución, sus diputados y, en modalidad de obsesión recurrente, sus dos más recientes presidentes: Henry Ramos Allup, el anterior, y Julio Borges, el actual. El repertorio de sus intimidaciones incluye la disolución de la Asamblea, sobrenombres y la prisión a sus diputados. A Freddy Guevara le dijo: «Freddy Guevara cree que la inmunidad parlamentaria puede salvarlo de un carcelazo», declaración con la cual ratifica, una vez más, con el descaro característico, que su control del Poder Judicial es ilimitado.

Otra de sus predilecciones ha sido la de insultar a presidentes, expresidentes y figuras internacionales. Podría elaborarse un rosario: Mariano Rajoy –es uno de los nombres que el subcampeón lleva siempre en la punta de su lengua-; Álvaro Uribe, que encabeza el ranking de los ciudadanos del mundo más insultados por el régimen corrupto y narcotraficante, de 1999 hasta la fecha; Barak Obama, denostado una y otra vez (curiosamente, Maduro todavía no le ha endilgado un improperio a Donald Trump); Luis Almagro, Secretario General de la OEA, ahora mismo el que concita las más turbias palabras; Michel Temer, Presidente de Brasil; Pedro Pablo Kuczynski, Presidente de Perú. Este último caso es, en lo narrativo, delicioso: el insulto apareció en un kit que incluye un comic, según el cual Kuczynski le habría pedido a Trump que invada a Venezuela. Nada menos.

En la especie de los insultadores, hay que reconocerlo, Maduro es apenas un subcampeón, pero de categoría B: bajos los presupuestos, pobretones los materiales, reiterativos los usos. Maduro es un lugar común, que se cita a sí mismo. Aunque intente imitar a las bocas más denigrantes de la historia política del XX y el XXI –Josef Stalin, Adolfo Hitler, Nicolae Ceausescu, Kim Jong-un-, su modelo es Hugo Chávez, campeón indiscutible de los insultadores categoría B: maestro de la verborrea pobretona y sin imaginación.

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