Tres vecinos pasean, ayer por la mañana, delante del último pino caído
Tres vecinos pasean, ayer por la mañana, delante del último pino caído - JOSÉ RAMÓN LADRA
Barrio de Las Águilas

Una colonia atemorizada por la masiva caída de árboles: «Algún día pasará una desgracia»

Vecinos de Latina denuncian la falta de mantenimiento municipal en una colonia asolada por el desplome de árboles: «En unos meses han caído 17»

MADRID Actualizado: Guardar
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Cuando en junio de 2016 los vecinos de la humilde Colonia Casilda de Bustos, en el barrio de Las Águilas (distrito de Latina), cayeron en la cuenta de que sus parques y jardines habían sido abandonados a su suerte, llevaban meses preguntándose por qué ningún operario acudía ya por allí. «Cuatro meses, por lo menos», advierte enseguida una señora de avanzada edad. Los suficientes para que gran parte del patrimonio del barrio entrara en barrena, después de más de 50 años de mantenimiento municipal. Sin previo aviso, el Gobierno de Carmena había retirado en febrero el cuidado y vigilancia de un sinfín de sectores verdes, en una decisión que, además de la evidente merma medioambiental, entrañaba, a tenor de la masiva caída de árboles que asuela la zona, un grave riesgo para el vecindario.

Desde el verano de 2015, un total de 17 árboles -algunos, de colosas proporciones- se han venido abajo. El último sin ir más lejos, el sábado pasado. Pasadas las 10 de la mañana, un pino de más de 20 metros de altura cayó a plomo a la altura de un paso peatonal que separa un bloque de viviendas (General Romero Basart, 2) del colegio Alcalde Móstoles. Esta vez, pese a que la casualidad quiso que el derrumbe tuviera lugar en un día no lectivo y el centro estuviera desierto, no son pocos los habitantes de la colonia que se preguntan si la desgracia está hoy más cerca que nunca.

«Estamos hasta las narices, no es la primera vez que algo así ocurre. Hace un año pasó lo mismo en la puerta de una guardería en la calle Garrovillas», explica un hombre, mientras observa incrédulo la desordenada estampa. Y es que, tres días después, el tronco del pino aún permanece tendido. Los restos destrozados de una farola, una papelera y la escueta valla que separa el jardín al que pertenece, son los daños colaterales de un suceso que nadie en el Consistorio tiene prisa por esclarecer. En medio de la calle, un segundo transeúnte señala que los bomberos solo acudieron para retirar las ramas que impedían el paso. «Tendrán que ser los vecinos los que acometan un gasto que, tranquilamente, puede pasar de los mil euros», sostiene.

A media mañana, Gregorio Saceda explora desde el interior del recinto la gravedad de los hechos. «Vivo en este mismo edificio, justo en el primero, y mi ventana va a parar a donde estaba el árbol», explica, con el convencimiento de que si hubieran atendido sus quejas, quizás esta situación no hubiera pasado. «Hace dos años empezamos a reclamar que cortasen una rama porque se estaba inclinando demasiado hacia nuestra fachada. Pero nunca nos hicieron caso», detalla. En este sentido, fuentes municipales consultadas ayer por ABC se limitaron a precisar que el árbol no presentaba síntomas de poder caer sobre la vía pública.

Como el problema no es nuevo, el pasado mes de septiembre nació la plataforma vecinal Colonia Casilda de Bustos, cuya finalidad es poner de manifiesto una circunstancia relegada casi a la clandestinidad. «Lo que intentamos es que el Ayuntamiento entienda que toda esta colonia está repleta de viviendas de los años 60, en las que vive gente muy mayor que, de buenas a primeras, ve como unos servicios que tenía prestados desaparecen sin entender el tema de titularidades», indica Tábita Casas, una de sus miembros.

«Laberinto sin salida»

El tema de titularidades tan recurrente en cada conversación de la barriada no es otro que la excusa presentada por Ahora Madrid para desistir de las labores de conservación. «Es aquí cuando surge la controversia, porque resulta que el Ayuntamiento alega que los jardines no son de titularidad municipal. Pero es que la propiedad tampoco es de los vecinos, porque en sus escrituras no están escriturados, valga la redundancia», apostilla Tábita.

Pero no solo eso, algunos de los terrenos son propiedad de la cooperativa Jesús Divino Obrero, una constructora que, según apuntan varios de los habitantes más longevos del lugar, cerró a principios de los 90. «Para colmo, no podemos averiguar las titularidades porque en el registro no te dicen a quien pertenece si no eres el propio titular. Es un laberinto sin salida», continúan desde la agrupación.

Juan Lozano, otro de sus integrantes, viene denunciando a golpe de imagen cualquier contratiempo relacionado con este motivo. «O bien acudo personalmente o me envían imágenes desde las ventanas de sus casas», mantiene, con la esperanza de que la colonia no caiga en el olvido de las autoridades. Entre octubre y diciembre, el Ayuntamiento realizó una batida para examinar qué árboles podían seguir en pie y cuales no. «En apenas 15 días, cortaron más de 100», prosigue Juan, mientras hace las veces de guía por una particular ruta de los horrores.

Vallas reventadas, metros de césped arrasados o farolas dobladas y «arregladas» con esparadrapo son solo algunas de las consecuencias de la tala municipal, efectuada a remolque de las caídas. «Encargaron la tarea a una subcontrata que no ha tenido ningún tipo de cuidado. Basta un simple vistazo para comprobar con tus propios ojos los destrozos», sentencia, delante de una de las paradas obligatorias: en la calle Valle Inclán, 53, dos terrazas permanecen derruidas por el impacto de un árbol como el que se vino abajo el pasado fin de semana.

Con más de medio siglo de residente, María Hernández, es el vivo retrato del temor que impera en la colonia. «Hace tiempo estaba muy bien, pero ahora la tienen abandonada. Fíjate que para ir al supermercado tengo que pasar por una calle en la que hay tres árboles torcidos y me da miedo. Si mi cabeza me lo recuerda, siempre cruzo la acera y voy por el otro lado».

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