Carmena acabará con El Gallinero este año y realojará a 150 personas

Treinta y cinco familias componen el censo cerrado. Las alternativas serán viviendas sociales, pisos tutelados y apartamentos para personas mayores

Chabolas en El Gallinero ISABEL PERMUY
M. J. Álvarez

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Esta vez sí. El Gallinero, el asentamiento más mísero de la capital en donde malviven en precarias condiciones desde hace unos dieciséis años gitanos de etnia rumana, está en plena cuenta atrás. El Ayuntamiento de Madrid, que dirige Manuela Carmena , prevé que desaparezca este mismo año, tras dar la solución más adecuada a cada familia. El censo de la población que se va a realojar ya está cerrado y lo conforman 35 familias integradas por un total de 150 personas de las que la mayoría, 79, son menores.

Todas ellas tendrá una solución habitacional, salvo en caso de que realicen alguna actividad ilícita, hayan llegado después del recuento, no trabajen ni estén inmersas en un itinerario sociolaboral o no quieran ser realojados. Así lo han afirmado a ABC fuentes de la concejalía de Equidad, Derechos Sociales y Empleo. Con todo, la noticia del desmantelamiento de este núcleo marginal enclavado junto a la autovía de Valencia (A-3), muy cerca de la Cañada Real Galiana , en el distrito de Villa de Vallecas, se produciría con más de un año de retraso respecto al anuncio que realizó en noviembre de 2016 la responsable del área, Marta Higueras . Entonces dio un plazo de nueve meses para dar la puntilla a este foco de marginación.

Esta vez parece que el proyecto va en serio, ya que además del censo, de que un trabajador social haya entrevistado a todas las familias para analizar sus perfiles, así como de la labor constante de los mediadores sociales de distintas ONG como Cruz Roja o Barró, que llevan tiempo trabajando en la zona con esta población nómada, se está a la espera de la firma de un convenio con la Comunidad de Madrid. Su objeto será proceder al realojo de las personas del poblado que se ha visto reducido, sensiblemente, en los últimos años, a raíz de los golpes policiales destinados a acabar con la actividad delictiva de algunos residentes, entre ellas, el robo de cable de cobre. Ello provocó que muchos no regresaran al poblado tras ser puestos es libertad y que otros lo abandonaran de forma voluntaria. Ya no es ni sombra de lo que fue. Llegó a tener más de 150 familias y unas 600 personas de forma más o menos estable entre 2009 y 2014 para caer en picado después.

Convenio con la Comunidad

En ese acuerdo a dos bandas se contemplará la mejor solución habitacional para cada uno de los núcleos familiares. El plan estará sufragado al 50 por ciento por ambas administraciones: gobierno local y regional. Hasta que no se ultime y se produzca la rúbrica no se adelantará el coste de la operación ni el destino final de los moradores, precisó Luis Nogués , director de Integración Comunitaria y Emergencia Social del área de Equidad.

Lo que sí está claro es que habrá tres alternativas residenciales, todas ellas de segunda mano:viviendas sociales, pisos y apartamentos tutelados para las personas mayores. La primera solución estará destinada a un tercio de las 35 familias que se beneficiarán de este plan, quienes podrán pasar directamente a una casa del Instituto de la Vivienda de la Comunidad de Madrid (Ivima). En estos casos los beneficiarios serían personas con ingresos derivados de su actividad laboral o renta mínima de inserción con capacidad para vivir de manera independiente.

Dos familias corrieron esa suerte el año pasado. Por contra, los que no pueden vivir de forma autónoma por falta de recursos económicos y/o de adaptación, la mayoría, irán a un piso tutelado ; es decir, contarán con la ayuda necesaria para residir en comunidad. Estas viviendas serán de la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo (EMVS) o cedidas y contarán con personal de apoyo de diversas entidades, indicó Nogués.

Por último, un porcentaje minoritario integrado por los más mayores pasarían a un apartamento tutelado. «Como están acostumbrados a vivir junto a sus hijos, se procuraría que sus casas estuvieran cerca», recalcó el director de Integración.

Mendicidad sin mafias

Los recursos económicos de los habitantes de este asentamiento proceden, además de la renta mínima, de empleos como mediadores gitanos en el propio Gallinero, en otros núcleos de población rumana en la capital, colegios o de apoyo al Samur Social. Otros son mozos de almacén, albañiles o realizan trabajos relacionados con la construcción con contratos precarios o están directamente en la economía sumergida. Ante el problema de los ingresos irregulares, Luis Nogués destaca que hay un trabajo paralelo a este plan en el que se está fomentando la formación con ONGs, renta mínima y servicios sociales.

Los hay que subsisten recogiendo chatarra y cartón y quienes ejercen la mendicidad , «a nivel particular, es decir sin que haya ninguna mafia detrás», recalca el director de Integración. Un extremo que muchos cuestionan. «Yo pido en Madrid. Tengo un niño de dos años y medio y mi marido me abandonó», explica una Mónica, de 24 años.

Es jueves y un furgón de Madrid Salud está aparcado en la entrada del Gallinero. «Viene dos veces por semana. Nos viene muy bien», indica Narcisa. Tiene 22 años, una niña de un año y no tiene derecho a ser realojada. «No tengo papeles. Los he perdido», se lamenta. No es el caso de Mireilla, de 24, embarazada y con seis hijos. «El primero lo tuve a los 14», dice con naturalidad. Su marido está haciendo un curso de carpintería y a ella le gustaría realizar otro de cocina. Parece difícil con tanto crío. Algunos en edad escolar corretean descalzos en pijama a una hora en la que deberían estar en clase. «Tenía sueño» o «está malo», se excusan los padres ante lo evidente.

En este lugar sorprenden algunos coches de alta gama que contrastan con las endebles chabolas. Tanto como las antenas parabólicas adosadas a estas construcciones para ver «telenovelas», como dicen las mujeres. El Gallinero ya no tiene montañas del plástico que recubre al cobre ; ahora tiene gallinas, gatos para evitar a las ratas y hasta una iglesia. Y, aunque está bajo mínimos y el ayuntamiento de la capital ha puesto letrinas y encementado los caminos, sigue siendo un lugar desolado, inhóspito y triste a solo 12 kilómetros de la Puerta del Sol.

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