Imagen de archivo de una pintada callejera en favor de ETA
Imagen de archivo de una pintada callejera en favor de ETA - Reuters
La Transición Española

Autonomía: el inútil intento para apaciguar a la bestia etarra

La mayoría de vascos reconocían que el Estatuto de Guernica ni iba a saciar a ETA ni a acabar con su cantera de terroristas

Madrid Actualizado: Guardar
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La arquitectura de la Transición incorporó como uno de sus sillares fundamentales el tránsito hacia el Estado de las Autonomías. La Constitución abrazó este proceso de descentralización que, en la práctica, situó a España en el camino hacia un federalismo político de facto pensado, fundamentalmente, para desactivar las desestabilizadoras tensiones centrífugas del nacionalismo catalán y vasco. Y, de paso, para tratar de calmar a la bestia etarra, convertida en una gravísima amenaza para una democracia recién germinada.

El autonomismo cuajó con rapidez, pero fracasó estrepitosamente como pretendido antídoto frente al terrorismo y como solución pacificadora. Ni ETA quería la autonomía, ni le valía la democracia. En realidad, ni el objetivo de su lucha previa había sido el franquismo.

El enemigo de ETA era el Estado en sí mismo y, finiquitado el franquismo, la democracia era la mayor amenaza para el totalitario ideal de la «Euskadi socialista independiente». La derrota de ETA ha necesitado de décadas de persistencia del Estado constitucional, del Estado de Derecho, al que el mundo etarra trató insistentemente de tumbar a sangre y fuego.

Los arquitectos de la Transición, sin embargo, albergaron profundamente la esperanza de que ETA pudiera ser desactivada con un amplio proceso de autonomía que situó al País Vasco en una posición de privilegio, no solo en lo institucional, sino también en lo económico. Pero erraron absolutamente en esa pretensión, y a la sociedad vasca no le sorprendió.

La reveladora encuesta entre los vascos

Es revelador desempolvar los resultados de una encuesta que el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) realizó hace casi 40 años, cuando la Transición subía peldaños para consolidar la democracia. El Estatuto de Guernica había situado al País Vasco en una excepcional posición de autogobierno y le garantizaba un acelerado y profundo proceso de creciente asunción de competencias frente al Gobierno central. Pero los vascos sabían que ni ese privilegiado presente y futuro de autogobierno, que ni el Estatuto de Guernica, ni el parlamentarismo autóctono, ni el Ejecutivo vasco ya reconocido y conformado, iban a ser la solución contra ETA.

En aquel sondeo, hace casi 40 años, con la Transición aún en delicada marcha, los vascos fueron sinceros: el 40% -la inmensa mayoría de los entrevistados, si se descuentan los que no respondieron- vaticinaron que esa generosa autonomía otorgada por el Estado al País Vasco no solo no iba a desactivar a ETA, sino que tampoco iba a frenar la incorporación de más adeptos a la causa terrorista.

El sondeo del CIS fue revelador. El vaticinio de la sociedad vasca era más que premonitorio, reconocimiento de la realidad palpada en primera persona y a pie de calle. Pero aquello no hizo variar los planes y se siguió apostando por el despliegue creciente de la autonomía, del autogobierno vasco, de las concesiones competenciales como pretendido antídoto a la bestia etarra. Se siguió con esos planes porque, entre otras cosas, la autonomía ya era una realidad jurídica consagrada y sin marcha atrás, moldeada como principio constitucional -en gran y decisiva parte- a la medida del nacionalismo vasco y con ánimo de contentarle.

El sentimiento independentista, minoritario

Lo que sí es cierto es que -sea por casualidad o por causalidad- el desarrollo de la aventajada autonomía vasca ha ido en paralelo a una contención del sentimiento independentista en estos 40 años. El deseo de la secesión, de hacer del País Vasco un estado independiente, nunca ha sido mayoritario en la sociedad de Euskadi. Eso sí, tampoco lo era en la Transición.

En 1979, el Euskobarómetro indicó que solo el 36% de los vascos tenían un deseo «muy grande» o «bastante grande» de que Euskadi se independizara. En los años 90 -pese al amplio autogobierno facilitado al País Vasco- esa tasa llegó a alcanzar el 40%, en máximos históricos. Sin embargo, con el paso de los años no ha parado de recortarse esa cifra y -según datos de 2016- actualmente son poco más de un 20% los vascos que realmente apuestan por la independencia, frente a más del 40% que reniegan de ella, un 22% a los que la secesión no les acaba de convencer, y un 10% de vascos a los que, lisa y llanamente, la cuestión les resulta indiferente.

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