Juan Soto - El Garabato del Torreón

Zumbados y señoritos

Durante los 56 años de dictadura en Cuba, 100.000 gallegos sufrieron el exilio y/o expolio

Juan Soto
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Sigo las incesantes necrolatrías españolas por la muerte de Castro. En los periódicos, en las tertulias radiofónicas, en los especiales de las televisiones. Me siento rejuvenecer: vuelvo a instalarme, estupefacto, en aquella jornada lacrimógena del 20 de noviembre de 1975, cuando los editorialistas, los opinantes y las pantallas se entregaron al llanto por el Padre de la Patria y Madrid era una ciudad «sitiada por la pena», según la inspirada metáfora de Pedro Rodríguez, el gran periodista vigués.

Me detengo un momento en las firmas, los apellidos y las voces. Lo suponía: el tirano es incensado por los señoritos que nutren las filas del confort que les proporciona la democracia, el Estado de Derecho, el amparo del bienestar y la cuenta corriente de papá.

En la Cuba fidelina estarían tras los barrotes o bajo cuatro palmos de tierra. No tendrían otra opción: allí, al discrepante se le balea, al tibio se le tortura, a los homosexuales se les encarcela. El crimen se alza en medio de ese paraíso caribeño en el que no hay subsistencias, ni medicinas, ni más trabajo asalariado que el de soplón de la policía o trabajadora de burdel en la versión castiza de jinetera.

En Láncara, algún pobre idiota se descuelga con un «hasta siempre, comandante». La familia paterna del dictador procedía de ese municipio lugués, cuyo alcalde, presa de aflicción responsoria, califica al difunto de «un gallego más». Se ve que desconoce los datos: en los 56 años de dictadura, 2,5 millones de ciudadanos cubanos sufrieron exilio y/o expolio. De ellos, cien mil gallegos. «Un gallego más»: el tontaina no se entera.

En Oleiros, otro demandante de camisa de fuerza dice que con la muerte de Fidel «perdín o meu referente». ¡Carallo con el majara! Algunos vecinos ya han echado a correr. ¡Socorro!

Pero yo agradezco estas salidas jocosas. Me devuelven a la ya lejana juventud: el catafalco en el Palacio de Oriente, el finado con uniforme de capitán general de gran gala, las filas interminables de españoles inclinando la cerviz ante el féretro, la multitud levantado el brazo en Cuelgamuros... ¡Tiempos aquellos!

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