Luis Ojea - LA SEMANA

Siete años después

¿Dónde están aquellos que clamaban contra la casta? Convertidos en casta, comprando mansiones de 600.000 euros

Hace siete años andaban los profetas del apocalipsis anunciando la revolución. 15 de mayo de 2011. Una manifestación en Madrid convertida en acampada. Desde la capital el movimiento se contagia rápidamente a otras ciudades. No tardó en llegar a Galicia. Pronto las plazas de todo el país se inundaron de pancartas. Prometían cambiar el mundo. Puro blablablá. Aquello no fue más que una fabulosa campaña de marketing. Solo eso.

Siete años después, el 15M ha quedado reducido a cuatro eslóganes. Pero nada ha cambiado. Sí, surgieron nuevas plataformas electorales en torno a aquel movimiento. Pero en esa nueva política en realidad no hay nada nuevo. Todo huele a rancio. Las más viejas esencias conservadas en alcanfor.

No hacían falta tantas alforjas para este viaje. ¿Dónde están aquellos que clamaban contra la casta? Convertidos en casta, comprándose mansiones de 600.000 euros. Haciendo lo que criticaban. Aunque en realidad era, antes y ahora, lo que siempre anhelaron.

No es lo mismo predicar que dar trigo. Los mismos que exigían dimisiones a diestro y siniestro ahora se atornillan al cargo. Incluso aunque sus bases les muestren el camino de salida. Incluso aunque sus propios militantes les griten aquello de «no nos representa» que ellos vociferaban hace siete años.

El caso de Paula Quinteiro es paradigmático. Muestra en qué quedó aquel cambio magnífico y radical que iba a llegar a este país de la mano del 15M. En nada. En puro postureo. Siete años después la dirección de la unidad popular se reúne virtualmente para votar telemáticamente cómo fijar el reglamento de una consulta en la que se decida si debe renunciar al acta en el Hórreo una diputada que, según un atestado policial, hizo ostentación de su condición de parlamentaria durante un control nocturno por vandalismo. Y lo más abracadabrante es que la interpelada ya ha anunciado que no piensa acatar el resultado del referéndum y se va a quedar con su escaño. Y el sueldo que le garantiza.

Porque en el fondo aquel artificioso movimiento de indignados se ha quedado reducido a un ruin «quítate tú para ponerme yo». Tú no puedes comprarte un ático de 600.000 euros porque eres un miserable especulador. Yo sí puedo comprarme una casa de ese valor porque solo quiero vivir en paz, alejado del barullo del barrio y de las cámaras de los paparazzi. Tú debes dimitir porque, aunque no te hayan condenado por nada, tienes pinta de culpable. Yo no, aunque me pillen con las manos en la masa.

En eso han convertido algunos la presunta nueva política. En un estupendo ejercicio de filibusterismo e incoherencia. Muy al estilo teorizado por el Tancredi de Lampedusa, cambiándolo todo para que todo siga como está. Pero con ellos en la palestra.

Esa es la única revolución que hemos heredado del 15M. La irrupción de nuevas marcas electorales. Lo que años antes no consiguieron algunos con el Nunca Máis aquí en Galicia y que sí supieron capitalizar unos profesores universitarios madrileños. Una nueva marca blanca para el neocomunismo.

Puro artificio. Mucho ruido y pocas nueces. Ahí está el balance de los alcaldes rebeldes. Ahí está la trayectoria de las confluencias del rupturismo. No han envejecido bien. Siete años después, los eslóganes ya no son tan pegadizos. Siete años después, poco más queda del 15M que el cínico postureo de quienes han fracasado en su asalto a los cielos, pero siguen profetizando el apocalipsis porque temen que venga otra oleada de indignados que quiera jubilarlos a ellos.

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