Alberto Varela - CRÓNICAS ATLÁNTICAS

Marea Baja

Las Mareas lograron los gobiernos municipales, pero lo que podía ser el inicio de un nuevo movimiento político se ha convertido en decepción

Alberto Varela
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Los alcaldes de las Mareas tienen ante sí el mayor reto político que se les ha presentado en sus carreras: empezar a gobernar o asumir que son historia. Que se les pasó el arroz. Les resultó fácil en su día acceder a las alcaldías por el desgaste del PP, las divisiones en el PSdeG y la entonces ascendente trayectoria de Podemos. Lograron los gobiernos municipales pero lo que podía ser el inicio de un nuevo movimiento político se ha convertido en una decepción. Casi nadie se atreve ya a defenderlos y allí por donde pasan dejan un rastro de desilusión y frustración.

Muchos sospechábamos que su gestión iba ser equivocada, lo que nadie imaginaba es que iban estar parados, como si les diese miedo caminar, incluso como si les disgustase tener que gobernar porque les impide estar detrás de la pancarta.

Por eso les gustan tanto las redes sociales y tan poco recibir a los vecinos críticos.

La experiencia nos dice que si un alcalde lo hace medianamente bien, se preocupa por su ciudad y la pone por delante del partido sus resultados suelen ser buenos. Salvo grandes escándalos logran mantenerse. Tenemos ejemplos de pueblos con electorado tradicionalmente de centro-derecha que en las municipales apoya alcaldes del PSOE, del Bloque o incluso de Alternativa dos Veciños, pero da la impresión de que en el caso de las ciudades de las Mareas la cosa no va por ahí, y no porque el electorado sea incapaz de percibir su valía sino porque están demostrando que no la tienen. No se puede construir un proyecto político con el único objetivo de ir contra todo lo establecido, porque nunca ha salido nada bueno de una actitud tan negativa.

El tiempo pasa muy veloz, casi sin darnos cuenta, y se suele decir que lo que no se hace en el primer año de legislatura ya no da tiempo a hacerlo en los tres siguientes. Si quieren perdurar se van a tener que aplicar mucho, y no con proclamas sino con hechos. O se ponen a trabajar en serio o que se despidan de la moqueta.

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