Sergi Doria - Spectator in barcino

Sindicalismo amarillento

El nuevo invento para tener distraído al «món del treball» con las banderitas, los pins y los lacitos se llama «Espai Democracàcia i Convivència»

Corría el cruel mes de abril en plena pompa y circunstancia de aquel Tricentenario de 2014 cuyo timón llevaron con pulso patriótico –y, sobre todo, rigor histórico– Miquel Calçada «Mikimoto» y Toni Soler. En el parque de las Tres Chimeneas –antes Fecsa, mucho antes La Canadenca– Josep Maria Álvarez –hoy bien remunerado mandamás de la UGT estatal– y Joan Carles Gallego –entonces secretario general de CC.OO.– se hicieron una foto histórica, como todo lo que se hace en la Cataluña nacionalista: flanqueaban, cual guardia de corps, a la fallecida Muriel Casals, presidenta a la sazón de Òmnium Cultural.

La estampa inspiró a Javier Pérez -Andújar uno de esos artículos que hay que releer porque retratan la triste realidad de un sindicalismo que hace ya –mucho, mucho, mucho– tiempo dejó de representar a los trabajadores de Cataluña.

Cuando leí «Ser español es de pobres» (El País, 28 de abril de 2014) recogía materiales para mi novela «No digas que me conoces», cuyos primeros pasajes transcurrían durante la huelga de La Canadenca de 1919 en la que se batieron el cobre Salvador Seguí, el Noi de Sucre, Juan Peiró y Ángel Pestaña. Las palabras de aquellos hombres sonaban a psicofonías: «La libertad de Cataluña solo les interesa para perpetuar sus egoísmos de clase… El problema catalán somos nosotros. Gracias a nosotros han amasado fortunas y expandido el mito del catalán laborioso. La Lliga, y eso lo dejé escrito en el diario España Nueva, ha pretendido, y en parte logrado, dar a entender que el único problema es el nacionalismo. ¡Una falsedad! En Cataluña existe el problema universal de la emancipación obrera…» Así hablaba el Noi del Sucre. Cambien «emancipación obrera» por servicios sociales, dependencia, educación, sanidad y la ecuación no variará sustancialmente para los tiempos que corren.

Que Álvarez y Gallego se unieran a Òmnium para mostrar el apoyo –¡entusiástico?– de un mirífico «món del treball» a esa perogrullada que es el «derecho a decidir»; que se hicieran precisamente la foto ante las Tres Chimeneas hacía recordar al articulista que Òmnium fue creado en 1961 «por la más pura y dura oligarquía catalana y para saberlo basta con ser catalán». Pérez Andújar revelaba el papelón de las sucursales catalanas de UGT y CC.OO. A falta de banderas que justificar se aferraban, oportunistas y pusilánimes, a la de quienes metían más ruido en la calle, la estelada: «Culminan la manifestación de una huelga general o del un Primero de Mayo sustituyendo el canto de La Internacional en catalán por el himno nacional de Cataluña».

La patética trayectoria de esos sindicatos que viven divinamente en la crisálida secesionista progresa hacia la insignificancia laboral. Después de hacer el paripé a la ANC y Òmnium en la efímera Taula per la Democràcia (2017), los dirigentes Javier Pacheco (CC.OO.) y Camil Ros (UGT) se han vuelto a hacer la foto a color –con acentuado tono amarillento– junto a Marcel Mauri (Òmnium) y el vicepresidente de la ANC Josep Cruanyes (el de los Papeles de Salamanca, la Dignitat y todo eso). El nuevo invento para tener distraído al «món del treball» con las banderitas, los pins y los lacitos se llama «Espai Democràcia i Convivència»: lo del Espai suena a jubilados de Catalunya Caixa; de la Democracia siempre presumen, aunque la conculcaran el 6 y 7 de septiembre de 2017 en el Parlament; en cuanto a la Convivencia, con la bulla CDR, mejor lo dejamos estar.

Conclusión: que el domingo 15 de abril, si la vergüenza no lo remedia, habrá manifestación en el paseo de Gracia en homenaje a los políticos presos y esos «exiliados» que nada tienen que ver con lo que fue el Exilio –este sí republicano– de 1939.

Como explicó el servicial Ros, el nuevo artefacto de agitación «se adapta» a la realidad actual. O, mejor dicho, la UGT –beneficiaria en la Transición del patrimonio de la CNT; colaboradora con Largo Caballero en la legislación corporativa de Primo de Rivera –el general al que promovió la burguesía catalana de la que hablaba Seguí– se acomoda en la maravillosa Arcadia en forma de República que iba a imponer –Ley de Transitoriedad mediante– el secesionismo neocarlista.

La poco edificante alianza con las asociaciones independentistas provoca estupor en quienes siguen creyendo que la función primordial del sindicalismo es la defensa de –todos– los trabajadores: «Nuestro gran valor como sindicato es la pluralidad, personas con diferentes ideas e ideologías, con un mismo objetivo, la defensa de los derechos de los trabajadores… Poner la UGT al servicio de una de las partes es actuar de una manera que muestra un desconocimiento absoluto de nuestra organización», señalaba un delegado.

Volviendo al artículo de Pérez Andújar: al igual que en 2014, UGT y CC.OO. vuelven a retratarse en 2018: «Exteriorizando plásticamente el paso de sindicatos de clase a no se sabe qué clase de sindicatos». Eso.

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