Daniel Pennac: «No poseemos una existencia mental de lo que es Europa»

El escritor francés se reencuentra en «El caso Malaussène» con su pintoresca tribu literaria

Daniel Pennac, fotografiado en Barcelona INÉS BAUCELLS

SERGI DORIA

Se cumplen veinticinco años desde que Daniel Pennac (Casablanca, 1944) dio a la imprenta «La felicidad de los ogros», primera entrega de la saga que protagoniza Benjamin Malaussène, un alter ego que le ayudó a liberarse del diktat estructuralista: «Eran los tiempos de aquella estupidez del ‘fin de la Historia’ y el estructuralismo ya había proclamado, entre otras cosas, el fin a la novela», ironiza.

En «El caso Malaussènne» (Random/House/Ed. 62) Pennac ha resucitado a su pintoresca tribu porque a su edad uno hace lo que le da la gana: «Quería recuperar una escritura particular, muy diferente a mi estilo habitual: era una necesidad estética, poética. Ahora que eres viejo, ¿serás capaz de escribir como de joven?», explica mientras desmonta el bolígrafo y lo vuelve a montar.

El mundo al que retorna Malaussènne es muy diferente, reconoce su autor. Políticamente, han desaparecido los partidos comunista y socialista en Francia, el cambio climático es una amenaza global… «En 1979, mi mujer dio una conferencia en una universidad alemana y planteó la caída del muro berlinés. Los estudiantes la trataron de loca: creían que el sistema comunista sería eterno, igual que ahora se considera eterno a este liberalismo absoluto que padecemos». Malaussènne tiene la conciencia de vivir en un mundo hiper relativo frente a la gente que presume de convicciones eternas: «Es muy propio de la condición humana: vivir es considerar tu muerte como cierta e improbable. Malaussènne no opina así; su muerte es cierta y probable».

Verdad-verdadera

En estos años su personaje ha pasado de ser urbanita a combinar la ciudad con el campo: «Adora esta soledad rural que era inimaginable en los años ochenta», apunta su creador. De la fauna que le rodea, Pennac nos pone en guardia contra quienes están convencidos de poseer la verdad-verdadera, algo para lo que los franceses están muy dotados y que inspira personajes como el Alceste de Molière o los ‘caracteres’ de la Bruyère. A diferencia de esos campeones de la certeza, «la tinta de Malaussènne es la duda», subraya el autor.

Entre las incertidumbres de hogaño, Pennac señala el proyecto europeo que fue tan ilusionante en los sesenta para lamentar que la Unión Europea sea solamente económica: «Si se hubiera basado en la cultura todo sería diferente. Si cada estudiante hubiera pasado un mes al año, año tras año, en otro país, existiría una auténtica identidad europea, compatible con las identidades nacionales y regionales. No poseemos una existencia mental de lo que es Europa».

En «El caso Malaussène» aparece un empresario que ha desguazado una empresa que era rentable, ha enviado al paro a ochenta mil trabajadores y se ha blindado con más de veinte millones de indemnización: «La mayoría de gente que se queda sin trabajo pierde su identidad. En la escuela les enseñaron que el trabajo dignifica, pero hoy el trabajo no es un valor humano sino un simple factor de los cálculos financieros». Si sigue esta erosión del tejido social, puede acabar engullendo a los mismos que la han provocado: «La redistribución del capital es la única solución y se habrá de aplicar cuando la clase media de todo el mundo haya perdido su empleo», advierte Pennac. Mientras tanto, las sociedades tienden a replegarse en el nacionalismo que se alimenta de agravios. Pennac menciona Polonia, Hungría… ¿Cataluña? Sonríe.

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