Paco Camarasa, fotografiado ayer en Barcelona
Paco Camarasa, fotografiado ayer en Barcelona - EFE

El gran atlas de los crímenes literarios

El librero Paco Camarasa traza un completo mapamundi de la novela negra en «Sangre en las estanterías»

BARCELONA Actualizado: Guardar
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De la A del británico Eric Ambler a la Z del barcelonés Carlos Zanón pasando por, cómo no, iniciales con solera como las de P. D. James o nombres de culto como los de Dashiell Hammett, Raymond Chandler, James Ellroy y Andrea Camilleri, todos los abecedarios de la novela negra caben en «Sangre en los estantes» (Destino), jugoso diccionario con el que el librero y agitador negrocriminal Paco Camarasa (Valencia, 1950) da carpetazo a la historia del género y sigue el rastro a todos los cadáveres literarios que se ocultan en las estanterías entre toneladas de papel y tinta.

«Quería demostrar que el género negro era mucho más que las gabardinas de Bogart o señoras inglesas envenenando el té», explica Camarasa, quien se ha embarcado en este proyecto con afán didáctico y voluntad de dinamitar la mayoría de tópicos que han intentado reducir una amplia y variada tradición literaria a cuatro rasgos mal perfilados.

«No había ensayos ni manuales que explicaran qué era aquello de “novela negra”, “novela policial”, “novela enigma”, o cuáles eran las diferencias entre ellas. Por eso, andábamos explicándolo a través de ejemplos más simples: novela enigma es aquella que escribieron autoras como Agatha Christie, P. D. James y los autores y autoras parecidas; novela negra es aquella escrita por autores como Hammet, Chandler, Ross MacDonald. Aún así, las clasificaciones y las etiquetas encerraban una realidad más viva», escribe Camarasa en el prólogo.

Es el arranque, la pista de despegue de un un libro que rebobina hasta Edgar Allan Poe, padre involuntario del género con «Los crímenes de la calle Morgue», para recorrer las principales avenidas y los callejones secundarios de una forma de entender la literatura en la que caben desde la excelencia detectivesca del Quirke de Benjamin Black a la sangrienta narconovela de Don Winslow o el costumbrismo canalla de Francisco González Ledesma. «La forma de matar cambia la forma de narrar», relativiza el también comisario de BCNegra, para quien este volumen no es más que una prueba, otra más de la vitalidad de todo lo que tenga que ver con la literatura criminal y alrededores. «Hace quince años en España sólo existía la Semana Negra de Gijón ;ahora tenemos más de veinte certámenes dedicados al género», subraya.

Libro sin librería

Paradojas de la vida, este «Sangre en los estantes» llega justo cuando se cumple un año del cierre de la Negra y Criminal, librería especializada que Camarasa y Montse Clavé abrieron en 2002 para cartografiar a conciencia el lugar del crimen y que empezó a perder lectores en cuanto la novela negra se convirtió en salvavidas de grandes superficies. «En cierto modo, es el resumen de todo todo que hemos hecho en la librería todos estos años», señala el librero que sabía demasiado y que ha aprovechado para deslizar un buen número de anécdotas de algunos de los escritores que visitaron este pequeño santuario del crimen impreso situado en La Barceloneta.

Es así como descubrimos que Dennis Lehane es alérgico al vino –aunque no le hace ascos a una buena cerveza– o que las dos primeras palabras de James Ellroy pronunció tras cruzar el umbral fueron: «Me gusta. Os la compro». Acto seguido, el autor de «Jazz Blanco» decidió que era un buen momento para compartir la fotografía de su ficha policial de cuando le detuvieron siendo un adolescente. Lo anecdótico, sin embargo, no hace sombra al verdadero objetivo de este atlas de sangre y tinta: reivindicar una novela negra que se sitúa en el «centro de la narrativa contemporánea» y explicarla a través de unos autores capaces de convertirlos en fiel reflejo de la realidad. «Parte del triunfo de Donald Trump en Estados Unidos se explica si hemos leído a Richard Prince o Dennis Lehane y todo lo que está ocurriendo en Francia con Le Pen ya lo escribió Jean Claude Izzo hace veinte años», ilustra.

El radar de Camarasa pone a prueba los márgenes del género y combina las historias carcelarias de Edward Bunker, probablemente el exconvicto que mejor supo explicar la vida criminal y su inevitable derivada penitenciaria, con los asesinos en serie de Jeffery Deaver y el éxito masivo de las turbias investigaciones de Stieg Larsson con esos crímenes nacidos de la normalidad que narró como nadie James M. Cain. Incluso aparecen por aquí autores que, como Rafael Chirbes, ponen a prueba cualquier intento de categorización y etiquetaje. «El diría que lo suyo no es novela negra, y es verdad, pero sí que utiliza instrumentos típicos del género», sentencia Camarasa.

Tragedias griegas

«Sangre en los estantes» también ahonda en la tendencia a la fabulación (de ahí su éxito) de Raymond Chandler, en la preeminencia de Agatha Christie como gran dama del crimen, en las reticencias de Arthur Conan Doyle a verse encuadrado en el género negro o en lo mucho que le gustaba a Henning Mankell reivindicar la literatura criminal como la «tradición más antigua». «¿De qué hablaban las tragedias griegas, sino de crímenes?», leemos por boca del fallecido autor sueco. No faltan, porque no podía faltar, Petros Márkaris, Philip Kerr, Ed McBain, Edward Bunker, Donna Leon, Qui Xiaolong, Leonardo Padura, James M. Cain, Jim Thompson, Fred Vargas, Daniel Pennac, Yasmina Khadra, John Le Carré, Ruth Rendell, Jo Nesbo, Jaume Fuster y un sinfín de nombres con los que Camarasa da varias veces la vuelta al mundo sin salir de la biblioteca.

«Faltan algunas narrativas, como la india o la japonesa, pero sobre todo lo que he querido es dar pistas», apunta este librero que se toma muy a pecho su papel como guía y prescriptor. «No se puede pasar de “La chica del tren” de Paula Hawkins a “1280 almas” de Jim Thompson sin más», asegura con el conocimiento de causa de quien llegó a la novela negra dando tumbos y bandazos desde Hammett y su «Cosecha roja». «En la universidad, a finales de los sesenta, leer literatura policíaca era leer literatura de evasión y estaba mal vista”, reconoce. La dispersión de unas lecturas guiadas en muchas ocasiones por prejuicios políticos le llevó a cometer errores que hoy considera imperdonables, como menospreciar a Simenon por conservador y blandito. «Maigret nos parecía un insulso y nosotros queríamos hard-boiled, pero luego te das cuenta de que es uno de los grandes narradores», señala.

Sangre española

Otro de los aspectos que recoge «Sangre en los estantes» es cómo la novela negra española se hizo a sí misma pasando del poco ponderado García Pavón y su atribulado Plinio –«el único policía del franquismo que nos gustó»– a un Vázquez Montalbán que hizo de Carvalho el padre adoptivo de buena parte del género y allanó el camino para autores de éxito como Lorenzo Silva y Alicia Giménez-Bartlett, con los que además del reconocimiento masivo también llegaron los premios y la normalización de la figura del policía (o el Guardia Civil, en el caso de Silva) después de la Transición.

El relevo generacional, añade Camarasa, está más que garantizado, razón por la que antes de limpiar el último goterón de sangre se despide recogiendo sus apuestas de futuro y, a la manera de Josep Maria Castellet, recogiendo sus «nueve novísimos». Escritores que comparten generación y poco más. «Unas novelas serán más negras, otras más policiales, pero todas han tenido la capacidad de conectar con los lectores», escribe antes de señalar a Víctor del Árbol, Juan Ramón Biedma, Berna González Harbour, Toni Hill, David Llorente, Alexis Ravelo, Dolores Redondo, Rosa Ribas y Carlos Zanón como voces que marcarán el ritmo del género.

Y si no lo hacen ellas, tampoco hay demasiado por lo que preocuparse ya que, asegura Camarasa, «la novela negra está absolutamente viva». «Además, no creo que el capitalismo deje de hacer barbaridades», remacha en clara alusión al papel de thriller y todas sus ramificaciones como retrato social con crímenes de fondo y un paisaje capaz de cubrir todas las del rojo y el negro.

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