José Rosiñol - Tribuna Abierta

La Cataluña de los dos millones

Ante este desafío, el Estado debe actuar con proporcionalidad pero ser contundente

La jornada del pasado domingo fue triste, contemplar cómo los representantes políticos independentistas jaleaban a la sociedad a incumplir las leyes y a oponerse a la acción de la justicia es un espectáculo que dañará irremediablemente la imagen de todos los catalanes. Además, se constató la fractura social en Cataluña, la Cataluña hiperventilada e instrumentalizada por el nacionalismo y la que no necesitamos hacer alardes, alharacas ni exhibiciones constantes de lo que somos o lo que pensamos, básicamente por respeto a los conciudadanos que no piensen como nosotros.

Pero fijémonos que lo que vimos fue una mera performance, una puesta en escena para conseguir alguna foto con la que hacer creer que España es un Estado autoritario, no les importó poner en riesgo la convivencia, ni utilizar a niños como escudos humanos, ni hacer un supuesto censo en el que se podía “votar” tantas veces como quisieras e, incluso, si acreditación personal (esta desaguisado lo demostró SCC el mismo domingo), pero, sin embargo, cabría preguntarse ¿en qué momento estamos?, ¿ha aumentado el apoyo social al separatismo o simplemente se ha vuelto más agresivo, aún más acaparador del espacio público y mediático?

Naturalmente, lo del “referéndum” siempre ha sido una excusa, igual que lo fue el infausto 9N (en el que votaban menores de edad y las “urnas” estuvieron abiertas más de dos semanas) o las seudopebliscitarias elecciones autonómicas del 27S del 2015, pero veamos qué ha pasado, de hecho daré por válidas las cifras que ha ofrecido la Generalitat de Cataluña:

Votos “Sí” el 9 de noviembre de 2014: 1.861.753

Votos “Sí” el 27 de septiembre de 2015: 1.957.348

Votos “Sí” el 1 de octubre de 2017: 2.020.144

Como vemos, en los supuestos resultados, el apoyo social al separatismo siempre ronda la cifra de los dos millones, es decir, sigue siendo una minoría social hiperideologizada e instrumentalizada por unos dirigentes ávidos de poder que no les importa hacer caer a la sociedad catalana hacia la espiral de confrontación con tal de conseguir sus objetivos.

Ahora bien, la gran cuestión será, con el apoyo de menos del cincuenta por ciento de los catalanes, sin ninguna legitimidad democrática, sin ninguna cobertura legal, sin el apoyo de ningún país, ni, por supuesto, de la Unión Europea, ¿se atreverán a proclamar una independencia que solo ahondará en la anomia de la sociedad catalana y en la fractura social poniendo en riesgo la convivencia entre catalanes?

Ante este desafío el Estado debe actuar con proporcionalidad pero ser contundente –el prestigio del país también está en juego- debe restablecer el orden constitucional y la democracia en Cataluña, debe garantizar los derechos y libertades de todos los catalanes y, sobre todo, tener una mirada a medio y largo plazo, tejiendo una estrategia inteligente que genere un relato actual de España que seduzca a todos los españoles, empezando por los catalanes, una estrategia que vertebre una cosmovisión positiva de la españolidad como marco discursivo ilusionante, europeísta y desacompleajdo.

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