Yacimiento arquelógico de Pintia (Valladolid)
Yacimiento arquelógico de Pintia (Valladolid) - ICAL
Educación

Un verano «en busca del tesoro»

La época estival también es la de los arqueólogos, una carrera de fondo y muchos años para desvelar la Historia

Valladolid Actualizado: Guardar
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Un gran dinosaurio en Burgos y un elefante en Palencia, los restos de nácar de la decoración de una villa romana y una necrópolis vaccea que habla de las primeras ciudades del Duero. Estos y otros hallazgos diseminados por el territorio de Castilla y León sólo han podido ser posibles tras décadas de trabajo de campo, excavaciones y análisis posteriores de los equipos de investigadores de las universidades. ABC se ha acercado a varios integrantes y directores de estos equipos de universidades de la Comunidad que se encuentran ya a pie de yacimiento o hacen las maletas para, en unos días, encontrarse excavando en alguno de dichos yacimientos para iniciar un nuevo capítulo de esta aventura que desentierra la historia de estas tierras y, en definitiva, de la humanidad.

Una de ellas es Marta Navazo. Profesora de la Universidad de Burgos e integrante del equipo de arqueólogos de los yacimientos de Atapuerca desde 1996, estudió en Burgos y ya en segundo de carrera contactó con Atapuerca porque quería excavar allí. De la mano de uno de los directores de este yacimiento, Eudald Carbonell, dio sus primeros pasos en ese importante yacimiento y hoy, además de seguir vinculada al mismo, atiende a este periódico emocionada porque en agosto, cuando acabe en Atapuerca, comenzará a excavar en su propio proyecto, la cueva de Prado Vargas (Ojo Guareña, Burgos) -de unos 46.000 años- junto a Rodrigo Alonso Alcalde.

Navazo, que se pasa los veranos en los yacimientos, dice que ha encontrado su «lugar en el mundo», pese a que «hay un precio alto que pagamos, como es mi caso, que tengo un niño pequeño», por dedicar todos los veranos a esta actividad. Se siente afortunada porque «soy hija de Atapuerca y se lo debo todo a Atapuerca» y porque ha podido dedicarse a la docencia, pero sobre todo, a la investigación en arqueología, «que es lo que me gusta».

El profesor Cesáreo Pérez revisa trozos de nácar con alumnos del IE University de Segovia
El profesor Cesáreo Pérez revisa trozos de nácar con alumnos del IE University de Segovia - ABC

Destaca, como profesora que es, que para los estudiantes que cada verano acuden a excavaciones como estas, el trabajo de campo «es importante porque tienes que entender la cueva, el yacimiento al aire libre, cómo se ha formado, y eso lo ves en el campo», mientras recuerda que empieza a llevar a alumnos suyos al yacimiento a partir de 2º curso.

Un «gran hermano»

Al final, esa convivencia de muchos días de un equipo humano que luego no sale en los libros se convierte en «un gran hermano». Al igual que le sucede a Margarita Fernández Mier, que dirige la excavación del yacimiento asturiano de Vigaña que lleva a cabo la Universidad de León. Esta profesora de la Universidad de Oviedo que hasta el curso pasado dio clase en León, explica que los alumnos que trabajan en este yacimiento son de grado, máster y doctorado y que salir al terreno es «poner en práctica lo que se aprende en el aula», máxime en un proyecto como este, de arqueología de montaña, no muy frecuente al ser zonas de muy difícil acceso para el trabajo de campo.

Trabajan en una ermita entre dos aldeas de frontera y una necrópolis del siglo X (la han datado este año) con el objetivo de entender aquellos oscuros siglos de la Alta Edad Media (del siglo V al X) y han localizado un yacimiento neolítico (de más de 6.000 años) y un enterramiento con ajuar en la necrópolis, también escasos en nuestro país.

Los 16 o 18 investigadores de cada campaña residen en una casa que alquilan en la zona y la escuela del pueblo les sirve de laboratorio. Cocinan para abaratar costes (tampoco tienen un restaurante cerca) y como señala, «esto también es una gran escuela, aprendes a cocinar, a excavar...», ríe, mientras recuerda que «la convivencia suele ser buena» y que se acaba creando «una gran familia, amistades que se perpetúan en el tiempo e, incluso, noviazgos que han acabado en matrimonios».

Pero lejos de la imagen romántica de los aventureros trasladada por el cine o de las grandes expediciones arqueológicas de ingleses, franceses y alemanes, esta es una actividad de equipos multidisciplinares (arqueólogos, pero también geólogos, biólogos, ingenieros, informáticos...) que requiere de muchos años y trabajo de justificación, planificación y ejecución de los proyectos.

Fernández Mier sostiene que «es muy complicado mantener estos proyectos» y que «en una sociedad en que hay que rentabilizarlo todo económicamente no se entiende una investigación que no tenga un rendimiento económico inmediato», lo que lleva aparejada «una gran parte de voluntarismo de los investigadores» para llevarlo a buen puerto. De ahí que este y otros proyectos lleven también añadidos talleres que se realizan in situ para difundir todo este conocimiento que ellos generan.

Necrópolis de Linares, en Vigaña (Asturias), donde trabaja la Universidad de León
Necrópolis de Linares, en Vigaña (Asturias), donde trabaja la Universidad de León - ABC

Así sucede en Pintia, la ciudad vaccea situada en Padilla de Duero (Valladolid). En ella nos atiende durante un descanso del trabajo Carlos Sanz Mínguez, el director de este yacimiento, en el que trabaja desde 1979, cuando se descubre la necrópolis de Las Ruedas. En su caso, la Universidad de Valladolid, donde da clase, adquirió un edificio en Padilla que hoy es el Centro de Estudios Vacceos Federico de Wattenberg y el yacimiento puede visitarse. Con esas visitas guiadas y con los cursos internacionales de arqueología que organizan cada año se autofinancia un yacimiento que define como «integral y sostenible». Cuentan con patrocinios privados como el de Vega Sicilia e incluso, la Asociación Cultural Pintia organizó este año una campaña de «crowdfunding» con la que lograron 3.250 euros con los que paliar que sólo tenían 8 alumnos, cuando debían estar por encima de los 10 (proceden de Australia, Estados Unidos y Escocia).

A las cinco de la mañana suena el despertador de estos arqueólogos y a las seis o seis y media ya están trabajando para dejarlo cuando el sol aprieta, en torno a las doce del mediodía. Carlos Sanz sigue «muy identificado» con el yacimiento y este trabajo, sin pensar en «rendirse»: «Hay veces que bajo 40 grados, el sol puede llegar a ser muy convincente, pero también está el dicho que dice que adónde va a ir uno que más valga; no pienso más que en seguir investigado, localizando más restos (ya llevan 302 tumbas excavadas) y conservando el lugar».

Porque ese también es un desvelo para los arqueólogos, y lo dice el responsable de un yacimiento que ha sufrido importantes expolios como los de los 90 del siglo XX y que aún lucha porque no se trabaje la tierra en la que hay restos del yacimiento, por lo que pide a la Junta de Castilla y León «una actitud más determinante» en su protección.

Quien también tiene una larga experiencia en estas lides es Cesáreo Pérez, director de la Unidad de Arqueología de IE Universidad (Segovia). Esta unidad interviene en campañas oficiales en Tiermes (Soria), en el proyecto «Camino de las ánimas» de Herrera de Duero (Palencia) -investigan una población anexa a un campamento militar romano- y han logrado recientemente importantes hallazgos como los restos de un elefante prehistórico en Villabermudo de Ojeda (Palencia), o la aportación científica que supone haber localizado presencia de nácar ornamental en los complejos residenciales rurales hispanorromanos del S. IV d.C. como el del yacimiento segoviano de Las Pizarras en Coca, cuna del último emperador romano de Oriente y Occidente, Teodosio el Grande.

«¡Que excaven ellos!»

Pérez afirma que «es muy complicado» mantener un yacimiento de este tipo y que «solo abrir una excavación genera unos gastos importantes, y luego, la gente que trabaja aquí tiene que estar cómoda; pero también hay otro problema, no solo es excavar, es mantenerlo, que es más caro que excavarlo», por lo que no oculta que no falten momentos en los que se digan «¡que excaven ellos!», recordando la queja del gran Unamuno. Eso sí, recuerda que ellos dependen de una institución privada, pero que los ayuntamientos donde se localizan los yacimientos colaboran «y la gente hace suyo lo que hacen los investigadores». «No es excavar y ya; lo normal es que pasen 10 años hasta tener resultados científicos».

También Iñaki Martín Viso, el arqueólogo de la Universidad de Salamanca que coordina con Rubén Rubio el proyecto de estudio de La Genestosa, un yacimiento altomedieval en El Rebollar (Ciudad Rodrigo) considera vital seguir sacando a la luz «estas épocas tan oscuras» de la Historia. Aunque este año no excavan y lo dedican al análisis de sus hallazgos, alude a la «carrera de fondo» que supone esta actividad, donde una sola analítica de radiocarbono cuesta 500 euros. «Un proyecto mío dispone de 4.500 euros para gastar en cuatro años; uno inglés, 500.000, y un gran proyecto europeo puede llegar a los 2 millones de euros. No quiero llorar, pero la capacidad de lo que se puede conseguir en uno y otro caso no puede ser igual», añade para dar idea de lo vocacional de esta activid ad.

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