Artes&Letras/Libros

El puño en la sien

La editorial leonesa Eolas estrena la colección de poesía Anfitriones con una antología del colombiano José Manuel Arango, un original autor que se caracteriza por la reducción expresiva

El poeta colombiano José Manuel Arango

FERMÍN HERRERO

Es para congratularse, y mucho, que una editorial de la región, la leonesa Eolas, de modélica trayectoria literaria, haya decidido embarcarse, bajo la inmejorable coordinación del escritor zamorano Tomás Sánchez Santiago, en una colección de poesía, Anfitriones, según aclaran los propios responsables en una faldilla para «mostrar tanto la poesía de autores hispanoamericanos como la de autores de otras lenguas que hasta ahora no pertenecen como debieran al canon de lo bienvenido en la lengua castellana». Y añaden que «como obligada restitución a favor de escrituras de primer orden». Bien está que así sea.

Desde luego, no podían empezar con más tino. Tuve noticia de la poesía de Arango por un puñado de poemas, entre ellos «Montañas/1», que también se recoge aquí, que aparecían en la polémica antología Las ínsulas extrañas. Luego supe que su obra lírica entera se había publicado en Sibila, sello exquisito pero difícil de encontrar. Aunque en otro orden de cosas, si bien comparten el tono sentencioso mediante un lenguaje seco, áspero, a veces quirúrgico, su peculiar figura me parece emparentada con la del no menos inclasificable Nicolás Gómez Dávila. Ninguno de los dos, y ambos se ganaron la vida dando clases de filosofía, responden a la imagen tópica de los literatos colombianos, ni sudamericanos siquiera: se encuentran en las antípodas del localismo digamos mágico y de la inclinación al verbo caudaloso, con frecuencia palabrista, si no palabrero, imperante en la literatura contemporánea de aquellas latitudes. Muy al contrario, operan por reducción expresiva y condensación semántica, de ahí que la precisión afilada y la elipsis sean los rasgos fundamentales de la poética harto original de Arango.

Como afirmaba al principio de un poema de su último libro Adam Zagajewski, «todos los poetas son presocráticos». En el caso de Arango, en virtud de lo que el antólogo y prologuista José María Castrillón señala sobre los comentarios que suscitó la primera entrega lírica del colombiano, esta especie de adagio se cumple a rajatabla. El reciente premio Princesa de Asturias completaba su verso inicial con un «no saben nada» no sé si como consecuencia del apotegma o como corolario. De cualquier forma también de la poesía de Arango emana la certeza de una ignorancia decisiva, a partir de cierto extrañamiento genesíaco que está ya en el desplazamiento léxico del verso-sintagma que da título a esta antología ordenada cronológicamente y que se cuela entre líneas para vislumbrar la densidad nominativa de «una oscura lengua que desvela el origen y la amenaza».

La lengua propia de un poeta sin escuela ni parentescos flagrantes -sólo me vienen a la cabeza, por algún aspecto, sus compatriotas Aurelio Arturo o Mario Rivero-, desusado, sin duda singular en extremo, que alcanza su mayor acierto cuando el laconismo estalla sustancial, crudo, abrupto, en sus poemas más tajantes. En general, en su impresionismo urbano, muy bien decantado, reverbera de fondo lo ancestral, lo instintivo, lo erótico o las huellas de los años de plomo de Medellín, rodeado de montañas de «dura apariencia», de despeñaderos, que cantara, contundente y telúrico, como nadie.

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