Artes & Letras

Magia y poesía

La autora bejarana Yolanda Izard reúne en «Zambullidas» una serie de minificciones donde es más importante lo sugerido que lo contado

La autora bejarana Yolanda Izard F. HERAS

JOSÉ IGNACIO GARCÍA

En una nota previa, advierte la propia autora que la minificción ya está reconocida como el cuarto género narrativo, y también que sus límites se difuminan entre el poema en prosa y la microficción. También asegura que el fogonazo que caracteriza a esta manera de escribir pretende deslumbrar al lector exigente con un solo golpe de lectura activa. Y cuando una de las voces más destacadas y prestigiosas de las letras castellanas y leonesas -justamente reconocida, premiada y valorada como poeta, narradora, crítica y maestra de escritores y de lectores- hace tal afirmación, no seré yo quien ose contradecirla.

Sí que me atreveré, sin embargo, a recomendar al lector que se asome a las orillas de esta obra que se olvide de cualquier lectura previa que haya hecho a lo largo de su vida. Estoy por apostar que estas Zambullidas de la escritora bejarana (y afincada en Valladolid) Yolanda Izard no se parecerán en nada a cualquiera de esas lecturas anteriores ni, posiblemente, a las que le queden por hacer. Y es que éste no es solo un libro diferente. Es, sencillamente, un libro especial, tocado con la varita de la genialidad más prodigiosa.

Su título no puede ser más acertado. Cada una de las historias reunidas en él son inmersiones fugaces en un fondo abisal, diáfano y conmovedor que consigue sobrecoger al lector, que queda extasiado por la belleza de los textos que está disfrutando, por el lenguaje, por las imágenes, por las figuras, por las metáforas. No es necesario cruzarse con anémonas, celacantos, caballitos de mar o atolones de coral para que uno se quede absorto, como sin aire, mientras se sumerge y lee; hasta tal punto que tendrá que volver a la superficie, rasgar la piel del agua y recuperar la respiración para tratar de asimilar una maravilla literaria latente e indescriptible, que quizás no habrá comprendido, pero que, sin duda, lo habrá cautivado.

Y es que en estas minificciones de Yolanda Izard no importa primordialmente la historia, ni siquiera lo que el ser humano es capaz de bucear en su propio origen, en su auténtica esencia acuática. Lo que cautiva por encima de todo es la magia de las palabras, la fuerza de una poesía rutilante que ciega con esa cualidad fosforescente que poseen las escamas de los peces.

Como esos buceadores que taladran insistentemente las paredes océanas en busca de perlas primorosas o esos submarinistas testarudos que persiguen tesoros hundidos, y acaso quiméricos, el lector deberá nadar una y otra vez entre las corrientes de esos mares poéticos que ha surcado la autora, para terminar convencido de que en muchos de estos microrrelatos es más importante lo que sugieren que lo que cuentan, lo que invitan a intuir que lo que parece explícito.

Amigo lector, respire hondo, tome aire y arrójese sin miedo a las profundidades de este libro. La experiencia le resultará de lo más gratificante.

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