Antonio Piedra - No somos nadie

+ que antropólogo

«Joaquín, después de estudiarlo todo y de recogerlo todo, ha creado un ámbito propio, y lo ha proyectado con un fin: para rehacer al hombre del presente que es pasado y futuro»

Antonio Piedra
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Acaban de otorgar a Joaquín Díaz el premio Nacional de Antropología. En Castilla y León, que tenemos por los premios el mismo respeto que la contemplación del tiempo -Junio, juniete, nublado nublete, si no graniza, agoniza-, la noticia ha caído de perlas en un verano sin cosecha porque el Señor -Él sabrá por qué lo hace- nos ha mandado a las sequedades más profundas. Así que bienvenido sea este frescor de justicia. Pero las casualidades no existen. Si alguien acumula méritos sobrados para este galardón -o para cualquier otro que ahora se engloba en la denominación de ciencias sociales y humanidades-, ése es Joaquín Díaz, quien lleva décadas haciendo de la antropología una auténtica ciencia del hombre en aquellos aspectos que afectan a sus raíces inmediatas e irrenunciables.

No importa demasiado que lluevan premios o que se les denieguen, que de todo hay en la viña de las loterías científicas donde los jurados hacen sus justicias o sus cambalaches que para eso están. Basta con asomarse un día cualquiera a Urueña para saber que esa inmediatez y esas raíces profundas del hombre adquieren ahí un resultado concreto porque existe un papel que lo acredita, un objeto que toca los contornos del hombre, una teoría que explica sus dimensiones, una revista que divulga los criterios científicos y, sobre todo, una humanidad que abre la puerta cada vez que se llama a la Fundación Joaquín Díaz.

A Joaquín, que iba para músico de éxito e icono de las superventas en vinilo y en digital, no le gustó demasiado este traje. Se lo puso algunas veces. Las justas para darse cuenta que no cabía en él porque la talla le venía justa. Y optó por la investigación antropológica, por la verdad que se esconde en las costumbres y labores del hombre de cualquier tiempo, y por todo eso que se deshecha como viejo porque la modernidad se desentiende de la tradición. Incluso optó por esa modernidad que en pocos años se hace inevitablemente vieja. Joaquín, después de estudiarlo todo y de recogerlo todo, ha creado un ámbito propio, y lo ha proyectado con un fin: para rehacer al hombre del presente que es pasado y futuro. Antropología integral.

Pero si todo cuanto acabo de decir es verdad, y premiarlo no es más que un justo reconocimiento al cabo de los años, me gusta resaltar algo importante en la personalidad de Joaquín Díaz: su gran facilidad por resolver problemas complejos con la piscología que arrastran las cosas pequeñas. De hecho, no hay nada impostado en él, nada que no pueda resolverse entorno a una tortilla de patatas. En este momento, hora de afinar las cuerdas, la canción toma cuerpo y la partitura espacio. El gran antropólogo que es, da paso inmediato al artista que lleva dentro para hacer del hombre un campo de batalla placentero como lo hacía Plinio el Joven: «Dije todas las cosas cuando nombré al hombre».

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