Estado en que quedó el «Range Rover» de Palomo Linares
Estado en que quedó el «Range Rover» de Palomo Linares - Archivo ABC

El día que Alfredo salvó la vida a su amigo Palomo Linares en un trágico accidente mortal

Ocurrió en Añover de Tajo en junio de 1990 y murieron tres jóvenes en una colisión frontal

Toledo Actualizado: Guardar
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El diestro Sebastián Palomo Linares, que falleció el lunes en el hospital madrileño Gregorio Marañón, volvió a nacer la madrugada del 8 de junio de 1990. Aquel día, el matador de toros y su mayoral, Ricardo Yepes, esquivaron la muerte en un accidente de tráfico en el término municipal de Añover de Tajo (Toledo). No tuvieron la misma suerte los tres jóvenes que viajaban en el turismo contra el que colisionó el todoterreno del torero, que invadió el lado contrario de la calzada. Rafael, de 31 años; Juan Antonio, de 28, y Juan Miguel, de 22, perdieron la vida después de la brutal colisión sobre las tres de la madrugada.

Palomo y su mayoral regresaban a la finca que el diestro tiene en Seseña, mientras que los tres jóvenes, que eran de Mocejón, se dirigían hacia su pueblo.

Pero la desgracia se cruzó en la carretera.

Por esas cosas del destino, Alfredo Ruano fue la persona que socorrió a su amigo Sebastián, después de ver que los tres ocupantes del coche Opel Kadett, totalmente destrozado, habían fallecido. «El todoterreno de Sebastián (un «Range Rover») tenía las puertas bloqueadas, por lo que me acerqué a mi coche a por una llave de cambiar las ruedas para romper los cristales. Palomo estaba consciente en los asientos traseros y me dijo que no me marchara, porque, al parecer, alguien había parado pero se había marchado sin auxiliarles. Tras romper un cristal, saqué a pulso a Sebastián. En un primer momento, no le reconocí, pero luego me di cuenta de que era amigo de mi familia, ya que mi padre era el practicante de Añover», recuerda Alfredo para ABC.

En una ranchera

Para rescatar al mayoral, Alfredo contó con la ayuda de Eduardo Talavera, farmacéutico ya jubilado, que también paró a auxiliar. «No había llegado ni la Guardia Civil ni los equipos médicos. Entre unos cuantos sacamos al mayoral por la ventanilla del conductor», rememora Eduardo. «Yo llevaba una ranchera, eché los asientos traseros hacia adelante y tumbamos al mayoral. Lo llevé yo solo al hospital Virgen de la Salud de Toledo, donde me dijeron que no debía haberlo movido del lugar del accidente. Pero, ¿y si el coche sale ardiendo? El mayoral no dijo ni una palabra durante el trayecto», cuenta Eduardo.

Alfredo, en cambio, trasladó a Palomo Linares a un hospital madrileño. «Le metí en mi coche y con mi amigo Miguel llevamos a Sebastián a Madrid. Me dijo que no le llevase a Toledo, sino que fuéramos a la clínica de Majadahonda, donde conocía al doctor Guillén. Le hablé de ir al hospital 12 de Octubre, porque estaba más cerca, pero al final decidió que le llevásemos al hospital Gregorio Marañón porque conocía a gente. Durante el viaje fue perdiendo el conocimiento, su voz se iba yendo, era cada vez más tenue. Por eso dije a mi amigo Miguel que no dejase de hablarle y le íbamos tranquilizando».

Al entrar en la capital de España, Alfredo preguntó a unos policías locales cómo llegar al centro sanitario y estos escoltaron su vehículo desde el paseo de las Delicias hasta el hospital Gregorio Marañón, el mismo donde Palomo Linares murió el pasado lunes.

Después de que el diestro ingresase en el servicio de Urgencias, Alfredo telefoneó a la esposa de Sebastián, Marina Danko. «Palomo me dijo que la llamase, yo tenía su teléfono y me puse en contacto con ella. Marina me dijo que me quedase en el hospital hasta que ella llegara, y así hice», relata Alfredo.

Recuerda también que Sebastián llevaba cerca de un millón de pesetas en el bolsillo porque regresaba de vender una novillada en su finca de Extremadura: «Como tenía mucha amistad conmigo, Palomo quiso que se lo guardase porque temía que alguien se lo robase en el hospital. Le dije que no podía llevarme el dinero, era mucha responsabilidad».

El reloj Rolex de oro

«Marina llegó al hospital y yo me marché —revive—. Al cabo de un rato, Marina me telefoneó para preguntarme si había encontrado un reloj Rolex de oro y un crucifijo con su cadena también de oro que llevaba Palomo. Le dije que no. Tanto el reloj como el crucifijo se lo robaron a Palomo. Marina me dijo que se lo habían robado en el hospital. En cambio, el dinero que llevaba no se lo tocaron».

Después del accidente, la amistad entre Sebastián y Alfredo se apuntaló. «Él me presentaba como el hombre que le había salvado la vida», evoca. A Eduardo, en cambio, nadie se lo ha agradecido. Años más tarde, Alfredo y Eduardo fueron citados dos veces a juicio como testigos, aunque al final las partes implicadas en el accidente llegaron a un acuerdo.

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