Antonio Illán Illán

El teatro inverosímil de Jardiel Poncela

Exitoso estreno en el teatro de Rojas de «Eloísa está debajo de un almendro»

Antonio Illán Illán
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Título: Eloísa está debajo de un almendro. Autor: Enrique Jardiel Poncela. Versión y dramaturgia: Ramón Paso. Dirección: Mariano de Paco Serrano. Intérpretes: Ana Azorín, Carmela Lloret, Pedro G. de las Heras, Fernando Huesca, David Bueno, Mario Martín, Cristina Gallego, Soledad Mallol, Jorge Machín y Carlos Seguí. Escenografía, vestuario y diseño de iluminación: Felype de Lima.

Eloísa está debajo de un almendro, obra estrenada en 1940, es un excelente título de Enrique Jardiel Poncela que para nada evoca el sorprendente desenlace. Es una comedia divertida y escrita de un modo eficaz, que trata de combinar cómicamente el diálogo realista con la fantasía disparatada. Su estreno en el Teatro de Rojas ha sido acogido un excelente cartel de «no hay billetes» en taquilla.

No entramos en la intriga del argumento y en la acción, que termina con un desenlace cuestionable en nuestro tiempo: Eloísa es una mujer asesinada y cuando se descubre, se tapa y a seguir como si tal cosa. Sabemos que esto es inverosímil y que la inverosimilitud y el humor diluyen el contenido y que esta es una obra de humor ingenioso en lo lingüístico y fantasiosa en su concepción; y la propia fantasía acaba por degenerar en una simple comedia de enredo.

La obra, que hilvana diversos temas que van desde la locura, como eje central, al amor, los secretos familiares y las mentiras o el humor y la razón, se desarrolla en tres escenarios (que en la propuesta que hemos visto en el teatro de Rojas son funcionalmente virtuales): una especie de prólogo en un cine, el nudo en la casa de la familia Briones y el desenlace en la casa de los Ojeda, donde se juega con el equívoco de un personaje, Ezequiel, que parece un Landrú, un supuesto asesino en serie. Todos los personajes, a su manera, están un poco locos o se lo hacen. Y el autor juega con los secretos, enredos y tejemanejes de unos y otros que dan lugar a malentendidos y situaciones hilarantes o inverosímiles. Es el propio Jardiel quien dice que “solo lo inverosímil me atrae y subyuga; de tal suerte, que lo que hay de verosímil en mis obras lo he construido siempre como concesión y contrapeso, con repugnancia”. No seré yo quien enmiende la plana al propio autor.

Las intrincadas situaciones de locura que se dan en el primer acto, y que parecían envolver al público en un mundo turba­dor -de no ser por la presencia de un par de criados que están también desconcertadísimos ante todo lo que pasa-, al final se aclaran a la manera de una novela detectivesca, de modo que todo se justifica y se explica con cierta lógica, excepto el final de Eloísa. Esta obra, como otras de Jardiel Poncela (y recordemos que es de una fecha tan significativa como 1940), representa una curiosa tentativa por parte de la comedia tradicional burguesa de la época para llegar a una especie de pacto con ciertas tendencias experimentales del teatro moderno. Sin embargo, no se debe caer en el error de clasificarla dentro del conocido teatro del absurdo, pues carece, o evita, lo esencial de este tipo de teatro, y al final nos quiere hacer entender lo que ya hacia 1940 era un mensaje anacrónico: que por sorprendente que a veces pueda parecer la vida, siempre hay una explicación razonable para todo, y por lo tanto no hay por qué preocuparse.

En esta propuesta, Ramón Paso en la versión de la obra de su bisabuelo y Mariano de Paco en la dirección han realizado un buen trabajo para resaltar lo que divierte y entretiene y los valores más significativos de la pieza, como son: los gags; el humor, tanto en la forma lingüística (magistral el diálogo casi sanchopancesco de los refranes en el inicio), como el perfil cómico de los personajes; la construcción laberíntica de los sucesos y su ritmo narrativo; la buena estructura de los tiempos y la virtualidad funcional de los espacios; y, por supuesto, un difícil equilibrio entre los personajes, no exento de dificultades. Con todo consiguen el objetivo de proporcionar un rato distendido de risa que, a veces, llega a la carcajada.

La interpretación ha sido notable con un buen trabajo actoral para ajustarse a los personajes y las situaciones cambiantes a las que les obligaban los contrastes de la intriga y del intríngulis de la acción. Es muy difícil hacer moderno este tipo de teatro que obliga a una simulación permanente y al exceso de afectación en algunos personajes, si bien se puede pensar que estos lo exigen al ser cercanos a la caricatura o seres extremos (inverosímiles, diría Jardiel) con rasgos deformados o desproporcionados. Muy interesantes son las presencias de Fernando Huesca, llenando la escena en su papel del sirviente Fermín, y de Pedro G. de las Heras como Dimas; con escuela, suavidad y equilibrio entre gesto y voz, Cristina Gallego en el papel de Mariana; Soledad Mallol ha compuesto una Clotilde divertidísima, aunque en su actuación recordaba su trayectoria y su hacer en las Virtudes; Mario Martín ha mostrado una excelente naturalidad como Edgardo y una comicidad popular en el papel de acomodador; Jorge Machín ha compuesto un Fernando sin riesgos en un papel no exento de dificultades; Carlos Seguí ha estado cómicamente medido en su Ezequiel; Ana Azorín ha encantado, por su frescura, con una desenfadada Julia y con los variados registros en los que ha debido desdoblarse; Carmela Lloret ha estado bien y ha representado la locura sin caer aspavientos; y David Bueno ha cumplido con exquisitez.

El minimalismo escenográfico (que es lo que ahora se lleva), prácticamente un rectángulo de luces y un muro al fondo, contribuye a imaginar totalmente los lugares. Los figurines interesantes y futuristas, bien concebidos si no se dieran de bruces en algunos personajes que visten unos pantalones cortos y unos calcetines hasta las rodillas que alguien debiera explicar el sentido conceptual de su antiestética.

En suma, Eloísa está debajo de un almendro, teatro de puro pasatiempo, sin pretensiones de poner de manifiesto valores éticos, sociales, críticos o educativos acordes con los tiempos, ha gustado al público que ha llenado el teatro, se ha divertido y ha aplaudido con gusto.

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