OPINIÓN

Iniesta: veintidós años después

Veintidós años que separan las lágrimas de su despedida de aquellas otras que derramó al verse solo tan lejos de su tierra, en aquellas noches interminables

POR MARTÍN SOTELO

Si fueran veinte años, podría ser un folletín de Dumas o un tango de Gardel, pues su historia no difiere mucho de la de D’Artagnan abandonando su pueblo de la Gascuña para probar suerte como mosquetero en París o del parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno o del adiós, muchachos, compañeros de mi vida, me toca hoy a mí emprender la retirada.

Un futbolista tan único, tan personal , tan forjado en sí mismo, en sus propias vicisitudes y su propio temperamento, que, sin él, el fútbol ya no será lo mismo. Nadie como él lanzará paredes imposibles, ni creará espacios de aire en la nada , ni decidirá jugadas en una décima de segundo, ni rodeado de medio equipo contrario saldrá de todos los atolladeros con una solvencia y una elegancia nunca antes vistas, por donde nadie imagina que se puede salir. Se diría que, para él, lo imposible no existe; es más: que, para él, lo imposible, lo más difícil, es la mejor salida . Como cuando, emulando a D’Artagnan, pero con seis años menos que el gascón, decidió alejarse de la comarca de La Manchuela para probar suerte en Barcelona. Su padre, albañil, tuvo que ahorrar durante tres meses para poder comprarle unas buenas botas a su hijo, el más pobre y precario de todos los benjamines que jugaban en el Albacete. «Tengo que estar en todo, para hacer oportunidades y marcar goles», declaró por aquellas fechas en una de sus primeras entrevistas.

El Barcelona se interesó por aquel niño que hacía cosas distintas . Contactaron con sus padres. El niño, más responsable ya que muchos adultos, no quería irse. Era del Madrid a muerte y no deseaba separarse de sus padres ni de su tierra . Y así lo hizo, le dijo que no al Barcelona y siguió jugando en el Albacete, hasta que un día, a punto de comenzar el curso escolar y el campeonato alevín, se lo pensó mejor y le dijo a su padre que venga, que sí, que para Barcelona, dispuesto a sacrificarlo todo del mismo modo que su padre se había sacrificado por él. Y para allá que se fueron, desde Fuentealbilla , en el coche, su padre, su madre, su abuelo y él. El padre, en el hotel, arrepentido tras dejar solo a su hijo en La Masía, estaba tan preocupado por haberlo abandonado allí a su suerte que sintió que le faltaba el aire, le dio un ataque de ansiedad y se lo quiso llevar de vuelta al pueblo. Fue su mujer, la madre del pequeño, la que zanjó el tema: «Si triunfa, lo habré perdido durante siete años; si no triunfa, también lo habré perdido en el pueblo». Andresín, por su parte, opinó que al menos un año aguantaba , que el siguiente no lo sabía, pero que un año lo aguantaba él como fuera. Con tozudez manchega, de pobre.

Y aguantó. No sólo un año, sino veintidós . Los veintidós años que separan las lágrimas de su despedida de aquellas otras que derramó al verse tan lejos de su tierra, sin su familia, sin sus amigos, en aquellas noches interminables. Resistió y su abuelo, que recortaba cada reseña, por mínima que fuera, en la que apareciera su nieto, empezó a no dar abasto con las tijeras, de tanto como aparecía en los papeles. Campeón de Europa Sub 16, campeón de Europa Sub 19, subcampeón del mundo Sub 20, campeón de la Liga de Campeones con el Barcelona ante el Arsenal, la primera de las cuatro que ganaría, en una final en París en la que fue decisivo. De aspecto frágil pero duro como una piedra , siempre con la cabeza fría y la mente rápida, la pelota pegada al pie, imposible de robársela , haciendo con ella lo que le daba la gana como si fuera un miembro más de su cuerpo, una proyección de su mente, asistimos a su evolución desde que era suplente hasta que se erigió en capitán y marcó el gol del único Mundial que tenemos, el del 2010 en Sudáfrica, al que llegó después de la peor temporada de su vida tras encadenar una serie de lesiones.

El viernes pasado, Andrés Iniesta anunció su despedida. Veintidós años después de llegar a la Masía. Entre lágrimas, las mismas pero tan diferentes de aquellas otras que derramó al llegar, con doce años. Dicen que se va a China, a ganar más dinero . Hay quien le critica por ello, quien no entiende su decisión. Yo, aparte de entenderlo perfectamente, le deseo que gane cuanto más dinero mejor y me alegro por ello, como me alegraré siempre que triunfen el talento, la generosidad, el coraje, el esfuerzo y el trabajo bien hecho , en un país acostumbrado a ensalzar el baboseo, el enchufismo, la mediocridad, la traición, la ramplonería, el tejemaneje, la mamarrachada de moda o la ineptitud de sobra probada.

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