VIVIR TOLEDO

El cinematógrafo Lumiére cumple 120 años en Toledo y Talavera

La conclusión de este relato permite decir que, en el estrenado otoño de 2017, se cumple el ciento veinte aniversario del inicio «oficial» del cine en la provincia de Toledo o, lo que es lo mismo, el estreno de una nueva expresión artística que rápidamente influyó en la sociedad del siglo XX

Cartel anunciador del Cinematógrafo Lumière dibujado por Maurice Auzolle

A finales del XIX, la evolución de la fotografía, la captura de imágenes seriadas para reproducir un movimiento real y la posibilidad de visionarlas de manera individual, o de modo colectivo, alumbraban ya varias y solapadas patentes en Europa y Estados Unidos con una desigual fortuna en pocos años. Algunos de aquellos pioneros fueron el francés Louis Aimé Augustin Le Prince (en 1888) o el norteamericano Edison con su Kinetoscopio de 1891. Más logradas serían las proyecciones debidas a dos hermanos alemanes, Max y Emil Skladanowsky, en Berlín, pocas fechas antes que otros dos hermanos, los franceses, Auguste y Louis Lumière, lo hicieran en el Gran Café de París, el 28 de diciembre de 1895. Estos últimos, a principios de aquel año, ya habían patentado su Cinématographe -capaz de servir como cámara, proyector y para tirar copias- y que, inicialmente, mostraron a círculos científicos antes de exhibirlo por primera vez a un escaso y escéptico público parisino. La visión de una plaza repleta de gente y vehículos en movimiento, con la impresión de salirse hacia la sala, causaron estupor, un rápido éxito y largas colas de espectadores en los días siguientes. Entre los asistentes de la primera sesión estuvo Georges Méliès (1861-1938) que, fascinado por lo visto, iniciaría su personal producción de medio millar de sueños cinematográficos.

La perfección de este sistema eliminó pronto a otros de escasa calidad que el propio público rechazaba cuando acudía, lleno de curiosidad, a cualquier espectáculo de imágenes evanescentes en barracas y ferias. Desde Lyon, los Lumière enviaron agentes comerciales que mostraban el producto a la vez que, como reclamo, captaban imágenes del lugar donde recalaban para explotar el negocio. En este contexto, en las vísperas de las fiestas de San Isidro de 1896, el francés Alexandre Promio expondría ante la Corte y la prensa española películas de la casa Lumière y otras «vistas« tomadas en Madrid. El lugar elegido fue un salón del Hotel Rusia, en la Carrera de San Jerónimo. El éxito fue total. El apoyo oficial y la calidad eclipsaron al Animatógrafo , patente que el húngaro Edwin Rousby había exhibido pocas fechas antes en el madrileño circo Parish.

En Toledo, también en mayo de 1896, mientras los restos del Imperio se diluían en Cuba y Filipinas y el paro obrero era una grave realidad en la ciudad, concluía la magra temporada del Teatro de Rojas. Durante el estío, el ocio y el entretenimiento popular emigraron a Zocodover y a los paseos del Miradero o la Vega con bandas de música, bailes y algunas veladas teatrales al aire libre. A partir de octubre la actividad regresó de nuevo al Rojas, donde debió pasar por la sala algún exhibidor ambulante con un aparato para proyectar fotografías animadas. La ausencia de prensa impide saber cuál fue el contenido y el artilugio empleado. En esos momentos abundaron oportunistas avizores que viajaban con extraños artefactos o falsas patentes. Una reseña posterior de la prensa, tan sólo aludía a la mala calidad de lo expuesto al público en aquella «prehistórica» sesión que tuvo lugar, en 1896, en el coliseo toledano.

Un año después, el 2 de octubre de 1897, al comenzar la temporada en la misma sala, la compañía de Francisco Mercé presentaba la comedia Zaragüeta y el juguete cómico Los asistentes, dando cabida luego a la proyección de ocho vistas por un Cinematógrafo Lumière. Este añadido debió ser un acuerdo del empresario del teatro (Casimiro Díaz, representado por Guillermo Cereceda) y dos exhibidores ambulantes portugueses, César Augusto Marques (proyeccionista) y Alexandre Pais de Azevedo e Lima (actor, 1873-1954), que habían recalado en Toledo. Estos debieron contar desde muy pronto con un aparato original de la casa lionesa pues, desde la primavera de 1897, los Lumière habían empezado a venderlos a cualquier interesado. Hubo particulares curiosos, fotógrafos y vividores del espectáculo entre los primeros compradores que, además, adquirían las necesarias películas al tiempo que podían «producir» sus propias cintas en cualquier lugar. La primera sesión dada en el Rojas ofreció siete «vistas» del catálogo original ( El jardinero sorprendido, Baile infantil en un colegio de París, Batalla de nieve, Dragones atravesando el río Saône, Demolición de un muro, Un duelo a pistola y Desfile de lanceros de la Reina ) y una película tomada por los exhibidores lusos semanas atrás en la costa asturiana: Rompeolas de Santa Catalina en Gijón.

Entre los días 2 y 17 del mismo mes, según El Día de Toledo o La Campana Gorda , mientras la cartelera teatral discurría con poco éxito, parece que las sesiones del Cinematógrafo sí captaron el interés del público. En la sala debió cundir el asombro, las risas o gritos taurinos cuando viesen una poderosa máquina de tren, las jugarretas infantiles o los lances en una corrida de toros. Parecida programación y resultados se debieron reproducir en Talavera de la Reina cuando, el 21 de octubre, Marques y Azevedo llevaron el Cinematógrafo al Teatro Calderón, sala que, al finalizar 1905, vivió una amplia reforma, ofreciendo en octubre de 1906 algunas proyecciones entre su habitual cartelera escénica. En 1925 el local se convertiría en un cine, dejando atrás el uso teatral, que luego acapararía al Teatro Victoria. Hasta últimos de 1897, el periplo de los operadores portugueses prosiguió por Plasencia y tierras de Salamanca y Zamora.

Las siguientes sesiones de cine conocidas en Toledo son de mayo de 1898, en un local de la calle de Barrio Rey, números 5 y 7, propiedad de Rafael Hernández que, un año después, acogería los almacenes El Siglo, perdidos en 1908 a causa de un incendio. Allí, según la prensa, nacía un Cinematógrafo, desde luego, de efímera vida. En Talavera, según las investigaciones de Agustín Díaz Pérez y las fuentes por ahora sabidas, las proyecciones posteriores se fechan en mayo de 1905, en una barraca conocida como Cinematógrafo Pinacho , viéndose cintas de la francesa casa Pathé.

La conclusión de este relato permite decir que, en el estrenado otoño de 2017, se cumple el ciento veinte aniversario del inicio «oficial» del cine en la provincia de Toledo o, lo que es lo mismo, el estreno de una nueva expresión artística que rápidamente influyó en la sociedad del siglo XX. En este marco y, coincidente con tan redonda efeméride, resulta oportuno recomendar el reciente libro de investigación, con la tinta aún fresca, firmado por el historiador Fernando Martínez Gil, bajo el título de Con él llegó el escándalo. En sus páginas, de forma pormenorizada, se aborda la incidencia del cine en la vetusta Toledo, la evolución de su explotación industrial, las salas, los promotores y las películas que recurrieron a esta ciudad para dar fondo a todo tipo de películas y géneros de la mano de conocidos directores y actores que llenaron épocas enteras.

Rafael del Cerro Malagón, historiador y escritor
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