Mariano Calvo - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Los homenajes de Cervantes a Toledo

La presencia de la ciudad no solo impregna El Quijote sino otras obras del manco inmortal

Mariano Calvo
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Miguel de Cervantes es el autor más homenajeado en el callejero de Toledo, con vía céntrica dedicada a su nombre, escultura de bronce y tres lápidas que diseminan su memoria por la trama urbana. Puede parecer un reconocimiento generoso, pero solo recompensa en cierta medida el desbordamiento de alusiones y homenajes que Cervantes dedicó a Toledo en sus obras, testimonio de la especial inclinación del alcalaíno hacia la vieja ciudad del Tajo.

En su novela de fama universal, Don Quijote de La Mancha, vemos que son toledanos los seis mercaderes que se describen yendo a comprar seda a Murcia. Es un típico bonete toledano lo que luce en la cabeza don Quijote durante su convalecencia. Y Sancho Panza ensalza los palacios de Galiana como paradigma de jardines floridos.

En el episodio del león, se alaban las famosas espadas «del perrillo» (del armero de Toledo Julián del Rey). En las Ventillas de Toledo ejercitó sus trapacerías de juventud el pícaro ventero que alojó a Don Quijote en su primera salida. Y se apunta que las gentes que se crían en las Tenerías y en Zocodover no hablan tan bien como los que se pasean todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor.

Personajes toledanos son «la Tolosa», que ciñe la espada a Don Quijote, y su padre, remendón de las Tendillas; también son toledanos un cuadrillero de la Santa Hermandad alojado en la venta y el canónigo que dialoga largamente sobre los libros de caballerías. Y Toledo es la única ciudad -junto con Madrid- donde, según Teresa Panza, se puede conseguir un verdugado redondo digno de la mujer de un gobernador.

Zocodover, cómo no, es mencionado en El Quijote no una sino dos veces: La primera, cuando el de La Triste Figura se cruza en el camino con una cuerda de galeotes, y uno de ellos, Ginés de Pasamonte, le explica que si hubiera tenido dinero para sobornar a la justicia, «me viera en mitad de la plaza de Zocodover de Toledo, y no en este camino, atraillado como galgo». Y la segunda vez cuando, al hacer ponderación Sancho Panza de la calidad del habla de los toledanos, un estudiante le replica que no todos los toledanos hablan igual, «…porque no pueden hablar tan bien los que se crían en las Tenerías y en Zocodover como los que se pasean casi todo el día por el claustro de la Iglesia Mayor, y todos son toledanos».

La presencia de Toledo no solo impregna El Quijote sino otras obras del manco inmortal. Así, por ejemplo, en Rinconete y Cortadillo se describen en primera persona las artes del picaresco oficio, ejercido en Toledo por Cortadillo; en la Ilustre fregona se alaba la hermosura de las toledanas al decir un personaje que Toledo «tiene fama de tener las más discretas mujeres de España, y que andan a una su discreción con su hermosura»; y en La Galatea se afirma que en las orillas del Tajo se crían «las más discretas y hermosas pastoras que en la redondez del suelo pueden hallarse».

En la comedia La entretenida se dice: «Sé de cierto que decir puedo, / y mil veces referillo: / espada, mujer, membrillo, / a toda ley, de Toledo».

En El viaje del Parnaso, queriendo señalar Cervantes que en Toledo se hace excelente uso del idioma castellano, llama al habla de Toledo «propio toledano y buen romance».

De sus doce Novelas ejemplares, dos se desarrollan íntegramente en Toledo: La fuerza de la sangre y La ilustre fregona. En esta última, se mencionan los lugares «que dicen que hay famoso en ella, como es el Sagrario, el artificio de Juanelo, las Vistillas de San Agustín, la Huerta del Rey y la Vega».

En su obra póstuma, Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, Cervantes dedica a Toledo el mayor de sus elogios, cuando uno de sus personajes exclama ante la visión de la ciudad: «¡Oh, peñascosa pesadumbre, gloria de España y luz de sus ciudades!». Y en la misma novela se lee sobre el Tajo: «No es la fama del río Tajo tal que la cierren límites ni la ignoren las más remotas gentes del mundo; que a todos se extiende y a todos se manifiesta, y en todos hace nacer un deseo de conocerle».

En La Galatea, las riberas del Tajo son comparadas con ventaja sobre las del «nombrado Betis», el «famoso Ebro», el «conocido Pisuerga», el «santo Tíber», las «amenas del Po» y las del «apacible Sebeto». Es decir, todo el repertorio de los grandes ríos que Cervantes había conocido en sus viajes. Tras un bello panegírico de sabor clasicista, llega en su exaltación a decir de las riberas del Tajo que «si en alguna parte de la Tierra los Campos Elíseos tienen asiento, es sin duda en ésta». Y de sus poetas hace un elogio no menos extremado: «Del claro Tajo la ribera hermosa / adornan mil espíritus divinos, / que hacen nuestra edad más venturosa / que aquella de los Griegos y Latinos».

Pero el que podemos considerar el gran homenaje de Cervantes a Toledo consistió en dedicarle, prácticamente íntegro, el capítulo IX de Don Quijote de La Mancha, que por ende merecería denominarse «el capítulo toledano de El Quijote». En él, Toledo se convierte en escenario donde el narrador (o sea, el propio Cervantes) encuentra los cartapacios con el manuscrito de la Historia del Ingenioso Hidalgo, escrita por el historiador arábigo Cidi Hamete Benengeli.

El nombre «Benengeli» es una humorística alusión a la toledanía del supuesto historiador, puesto que los toledanos recibían el apodo de «berengeneros», derivado de que en la comarca se cultivaban abundantemente las berenjenas, principalmente por parte de los agricultores de origen musulmán. Así lo refleja Sancho Panza cuando nos informa de que «los moros son amigos de berenjenas». Y el mismo escudero señala que el autor de la historia de Don Quijote se llama «Cidi Hamete Berengena».

Al final del capítulo VIII, cuando el Vizcaíno y Don Quijote alzan furiosamente sus espadas, la narración se detiene, los combatientes quedan paralizados, y la voz del narrador nos informa que la historia se interrumpe porque «el autor de esta historia (…) no halló más escrito de estas hazañas».

Para el hallazgo del manuscrito de Benengeli, Cervantes elige como ambientación de la escena lo más típico de Toledo: el barrio del Alcaná, el corazón populoso y comercial de la ciudad; una sedería, la industria más característica de la ciudad; a un morisco aljamiado de los miles que pululaban por sus calles; el claustro de la catedral, emblema por excelencia de la ciudad; y, finalmente, su propia casa toledana para consignar que él tenía vivienda en la ciudad y que era, por tanto, vecino de Toledo.

La relación de afecto de Cervantes con Toledo no se ciñe a una circunstancia concreta sino que emana de la confluencia de múltiples factores, entre los que destacan el ser la patria de su admirado Garcilaso; el lugar donde enraizaba el ilustre linaje de su mujer y, por lo tanto, el suyo; la capital simbólica de las Españas, asiento de insignes artistas e intelectuales; y la sede de la primacía eclesiástica de España, donde residía su mecenas el arzobispo Don Bernardo Sandoval y Rojas.

En la actualidad, la estatua de Miguel de Cervantes junto al corazón urbano de Zocodover, es uno de los iconos más fotografiados y acariciados por la oleada turística, y es el intento de Toledo por corresponder, con este símbolo de su gratitud, al más universal de los autores en lengua castellana, con el que siempre permanecerá en deuda.

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