Recreación imaginaria de las clepsidras de Azarquiel, por Francisco Miguel Gómez García de Marina
Recreación imaginaria de las clepsidras de Azarquiel, por Francisco Miguel Gómez García de Marina
ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

Las clepsidras de Azarquiel resurgen del olvido

Un hallazgo arqueológico sugiere la localización del mítico reloj de agua

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Uno de los desafíos pendientes de la arqueología toledana es llegar a acreditar la existencia y la localización de las clepsidras construidas en las orillas del Tajo por el célebre astrónomo Azarquiel. Los eruditos medievales calificaron estas clepsidras de maravillosas, sorprendentes y sin parangón en el mundo, aunque por la inexistencia de vestigios fehacientes, su fama ha oscilado entre la realidad y la leyenda. El enigma podría al fin desvelarse si se demostrase cierta la hipótesis del arqueólogo toledano Julián García Sánchez de Pedro, expuesta en unas recientes Jornadas sobre el Agua en Toledo, según la cual el hallazgo en la zona de las Tenerías de un manantial de ciclo hidrológico peculiar sugiere la posibilidad de que las clepsidras se abastecieran de este acuífero y explicaría el misterioso funcionamiento del ingenio, cuyo mecanismo intrigó desde antiguo a los expertos.

La descripción más precisa de las clepsidras de Azarquiel se la debemos al geógrafo granadino al-Zuhri (m.1137), cuya crónica proclama, sin ahorrar elogios: «Lo que hay de maravilloso y sorprendente en Toledo, tanto que no creemos que haya en todo el mundo habitado ciudad alguna que se le iguale en esto, son dos recipientes de agua que fabricó el famoso astrónomo Abú-l-Qasim ibn Abd al-Rahman, el conocido con el nombre de al-Zarquel. Cuentan que este al-Zarquel, (…) determinó fabricar un ingenio o artificio, por medio del cual supieran las gentes qué hora del día o de la noche era, y pudieran calcular el día de la luna. Al efecto hizo dos grandes estanques en una casa de las afueras de Toledo, a orillas del Tajo, no lejos del sitio llamado La puerta de los Curtidores, haciendo de suerte que se llenasen de agua o se vaciasen del todo, según el creciente y menguante de la luna».

Manantial hallado en la zona donde las crónicas sitúan a las clepsidras de Azarquiel
Manantial hallado en la zona donde las crónicas sitúan a las clepsidras de Azarquiel

El documento de al-Zuhri continúa explicando que «no bien aparecía la luna nueva, cuando por medio de conductos invisibles empezaba a correr el agua en los estanques, de tal suerte que al anochecer de día siguiente había la mitad de un séptimo justo de agua. De esta manera iba aumentando el agua en los estanques, así de día como de noche, a razón de la mitad de un séptimo por cada veinticuatro horas, hasta que al fin de la semana se encontraban ya los estanques llenos a mitad, y en la semana siguiente se veían llenos del todo, hasta el punto de rebosar el agua. Luego, desde la noche 15ª del mes, en que la luna empezaba a decrecer, también decrecía el agua del estanque a razón también de la mitad de un séptimo por cada día, y en el día 29 del mes quedaban del todo vacíos los estanques».

La curiosidad que despertaba entre los sabios medievales el prodigioso artefacto de Azarquiel fue, al parecer, la causa de su destrucción, pues, según cuenta el propio al-Zuhri, un astrónomo judío llamado Hamis ben Zabara solicitó al rey Alfonso VIII que le dejase desmontar una de las clepsidras a fin de estudiar su mecanismo, lo que supuso su estrago definitivo porque el sabio se reveló a la postre incapaz de recomponerlo.

El hallazgo del manantial que supuestamente suministraría agua a las clepsidras se produjo hace algún tiempo a raíz de las excavaciones realizadas en las Tenerías por el equipo de arqueólogos integrado por Julián García, Francisco Miguel Gómez, Javier Peces e Isabel Corral, concretamente en la zona llamada Huerta de la Alcurnia, junto a los restos de los baños árabes de Yuso. Al proceder a la extracción de tierra, los arqueólogos advirtieron que en días concretos el agua desbordaba el nivel del espacio excavado, inundando los estanques de curtido (noques) de forma progresiva hasta quedar llenos. Aunque se instaló un sistema de evacuación por bombeo, resultó insuficiente dado que el agua seguía brotando hasta mantener un nivel constante; en cambio, a partir de cierto día, el agua comenzaba a reducir progresivamente su altura, llegando a dejar los estanques vacíos.

Julián García Sánchez de Pedro junto a los baños de Yuso
Julián García Sánchez de Pedro junto a los baños de Yuso

El equipo de arqueólogos no tardó en relacionar aquel extraño flujo de ascensos y descensos con la descripción de las clepsidras de Azarquiel, cuyos estanques, según el texto de al-Zuhri, se llenaban y vaciaban en relación con los movimientos de la luna.

Otro elemento favorable a la hipótesis que pretende relacionar el manantial descubierto con las clepsidras es que aquél se halla situado en la zona donde el documento de al-Zuhri las localiza: «en una casa de las afueras de Toledo, a orillas del Tajo, no lejos de la Puerta de los Curtidores (Adabaquín)».

Ya Julio Porres, en su Historia de las calles de Toledo, refería que «recientemente (en 1973) se descubrieron al pie de San Sebastián y cerca ya del río, las ruinas de un antiguo edificio, posiblemente una parte de la puerta de Adabaquín o quizá restos de las famosas clepsidras de Azarquiel».

Por su parte, la investigadora Clara Delgado publicó en su libro Toledo Islámico (1987) su criterio respecto a la ubicación de las clepsidras en la misma zona, relacionándolas presuntamente con «dos posibles puntos para su instalación: uno de ellos podría llevar a hacerlas coincidir con un edificio en estado ruinoso situado en los rodaderos de las carreras de San Sebastián, y otra posibilidad haría pensar en la huerta de la Alcurnia, de la que está constatada documentalmente, en fechas posteriores, su caracterización como espléndido vergel y lugar de recreo de la población, avalando de este modo la pervivencia de alguna tradición anterior por la cual era visitada, posiblemente las clepsidras».

Una hipótesis magnífica

De llegar a comprobarse científicamente la relación del manantial con las clepsidras de Azarquiel, estaríamos ante uno de los más interesantes logros de la arqueología toledana de los últimos tiempos, convirtiendo ese paraje de las orillas del Tajo en un foco de atracción cultural y turística.

Azarquiel fue el astrónomo seguramente más importante de la historia de España, cuyas aportaciones a la ciencia astronómica se vio consagrada en 1935 con la dedicación a su nombre de un cráter lunar de 96 kilómetros de diámetro en el centro de la cara visible del satélite, a iniciativa de la Unión Astronómica Internacional.

Quien recibe en la Luna el homenaje internacional a sus méritos científicos, bien merece poseer en la orilla del Tajo un similar reconocimiento, tal vez una recreación de sus célebres clepsidras, esas que, al decir del geógrafo granadino al-Zuri, eran algo tan «maravilloso y sorprendente… que no creemos que haya en todo el mundo habitado ciudad alguna que se le iguale en esto».

Mariano Calvo
Mariano Calvo
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