Antonio Lázaro - ARTES&LETRAS CASTILLA-LA MANCHA

La Avenida República Argentina y una sequoia amenazadas

Tanto el árbol como la calle demandan SOS a través de mi columna

Antonio Lázaro
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Nací y me crié en Cuenca, en la parte de abajo, que me niego a calificar como «nueva» o «fea», pues enclaves como el Hospital de Santiago o el tristemente célebre campo de San Francisco (actual Diputación y antiguo brasero de la Inquisición) son remotos y ancestrales, al tiempo que hay también «abajo» rincones de excepcional belleza, como una ruta modernista que alguien debería poner en valor y proteger. Crecí en la avenida República Argentina, con escapadas a la vía, al Vivero y al río más verde del mundo, donde nos sentíamos como Tom Sawyer fumando nuestras toscas cachimbas o pescando cabezotas. República Argentina era céntrica pero a la vez marcaba el límite de la ciudad, como ahora, solo que entonces la ciudad no había crecido con barrios por doquier ocupando todos los alcores y vaguadas allende la calle.

Había al arranque de la avenida una villa desaparecida, un complejo (Alegría) que incluía gasolinera, talleres y cine de verano, una casa con un airoso torreón que sobrevive y varias promociones de los 50, 60 y 70, donde vivía la burguesía emergente de la época: médicos, abogados, hasta un emperador de la madera. Más allá estaba la vivienda-cochera de La Rápida, de donde salió el Auto-Res de Madrid muchos años, unos portales de viviendas promovidas, creo, por la Diputación, frente a casas de los 50 (entre ellas, las que promovió mi abuelo Gabriel Cebrián Ibáñez, que evocan con sus saledizos a las Casas Colgadas de arriba y el monótono (y algo carcelario) caserón del Instituto; después la torre de Cáritas (que entonces incluía el teatro-cine Avenida) y luego ya, más nada: la salida a Madrid que, en ausencia del puente actual, bordeaba el río hasta el puente de San Antón. La calle era líder en chateo y tapeo, con clásicos como casa Reyes o el Monterrey, ya desaparecidos, y enfrente el legendario Togar, que sobrevive. En los 80 y 90 tuvo su boom como espacio para las nocturnas copas, con La Argentina, un local con mucha clase, concebido por Javier Cebrián y comandado por Javier Patón, la discoteca Patti, Boni Bol (que sigue teniendo gancho entre los más jóvenes), Cachito y otros establecimientos. No cabe olvidar la magnífica librería-galería Machetti, donde expuso Antonio Saura por primera vez, que luego se transformó en librería Lope de Vega y hoy es una tienda de material deportivo.

La arquitectura de posguerra de esta calle merece protección BIC, que creo tiene, y es, por ende, la imagen primera de Cuenca para todos aquellos viajeros que vienen por autovía desde Madrid o Toledo. Pues bien, al colapso de una calle cerrada, un parking parado y un Instituto abandonado, se une una falta de limitación de velocidad que la convierten en un caso único, y bien peligroso y ruidoso, de calle sin ley ni orden. Un grupo de vecinos dirigimos un escrito al señor alcalde a comienzos de septiembre, solicitando una mínima dignificación de nuestra calle: simplemente, un par de señales que expliciten la velocidad permitida (sea esta 40, 30 o 20) y un resalto a la altura de la escalinata del vecino barrio de Los Moralejos, que sería disuasorio y además beneficiaría la circulación de sus vecinos. A falta de contestación, que no hemos recibido a la fecha, queremos creer que el Ayuntamiento estará actuando para tomar unas elementales medidas que distinguirían a nuestra calle de una jungla del asfalto, fea y antipática.

Hablando con el empresario hotelero Alfonso Alegría, hijo que no ya junior, memoria histórica como yo de la avenida, pues que también se crió en ella y también suscribe esta modestísima y harto razonable petición, me comentó que en el inmediato parque de Los Moralejos hay una maravillosa sequoia encajonada entre dos chopos cuyas ramas y, lo que es peor, cuyas raíces la estrangulan. Alfonso es amante de la naturaleza y de los árboles, prosiguiendo la tradición familiar (su padre fue uno de los ingenieros más destacados de ICONA en una provincia tan rica en bosques como Cuenca). Ya reclamó protección para esa maravillosa sequoia y consiguió que podaran las ramas de los hostiles chopos. Pero eso fue hace ya más de ocho años y los chopos vuelven a comerse a la sequoia, pues el problema está en plantar árboles de ribera (nazarenos de la orilla, como venía a llamarlos el gran Federico Muelas) en los parques, medida, según parece, contraria a toda lógica. He visitado este fenomenal árbol y me ha encantado verlo y compartirlo ahora con ustedes. La sequoia, como la avenida República Argentina de Cuenca, insólita calle española fuera de la ley, demandan SOS a través de mi columna.

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