«La formación que reciben los universitarios, no solo los maestros, se ha empobrecido mucho»

Entrevista a Pedro César Cerrillo Torremocha, catedrático de la UCLM, que será distinguido por la Universidad Autónoma de México por su trayectoria académica e investigadora de más de 40 años

Pedro César Cerrillo Torremocha

MANUEL MORENO

La vida de Pedro César Cerrillo Torremocha (Coria, 1951) está ligada a los libros. Es catedrático de Didáctica de la Lengua y Literatura, y director del Centro de Estudios para la Promoción de la Lectura y la Literatura Infantil de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) . «Nacido en Coria pero soy de Cuenca de toda la vida. Llegué con tres años y solo estuve fuera para estudiar en Salamanca», aclara. A sus 66 años, la Universidad Autónoma de México le distinguirá el 18 de septiembre por su trayectoria académica e investigadora de más de cuarenta años.

—Al haber nacido en Coria, Extremadura, tierra de descubridores, usted tenía que ser distinguido sí o sí en Latinoamérica.

—No sé si esa sería suficiente razón. Es cierto que yo tengo muchos lazos académicos con México desde hace más de 25 años. He viajado regularmente allí para dar cursos, conferencias y hacer proyectos de investigación. También he traído a colegas de allí a España para participar en actos de la Universidad de Castilla-La Mancha.

—¿Qué ha hecho usted para merecer ese reconocimiento?

—Yo he trabajado mucho por la literatura. Durante muchos años me dediqué a trabajar la poesía, sobre todo del primer tercio del siglo XX. Pero luego, desde hace ya desde veintitantos años, me centré en el estudio de la literatura infantil y juvenil, que es lo que realmente me ha abierto muchas puertas. Humildemente, puedo decir que en España, junto con otros tres colegas, abrimos muchos caminos a la literatura infantil y juvenil en la Universidad. Esos colegas son Jaime García Padrino, Juan Cervera y Arturo Medina, estos dos últimos ya fallecidos.

—Habrá leído mucho desde niño.

—Empecé a ser muy lector quizá más de adolescente. Durante muchos años mis lecturas eran fundamentalmente tebeos, cómics, lo que hoy llamarían novela gráfica.

—Es autor del libro «Prohibido leer. La censura en la literatura infantil y juvenil contemporánea». ¿Ha habido mucha tijera en el último siglo?

—Ese libro es uno de tres, que son fruto de un macroproyecto de investigación que he dirigido y que se finalizó en diciembre pasado. Hemos estudiado cómo han intervenido en el siglo XX las censuras en los libros infantiles y juveniles. El estudio se ha realizado no solamente en España, sino también en otros siete países de Latinoamérica: México, Colombia, Chile, Argentina, Cuba, Venezuela y Guatemala. Sorprendentemente, en muchos casos los gobernantes autoritarios, dictatoriales, han visto en los libros para niños y jóvenes un peligro. Y eso ha sido muy palpable recientemente en Argentina, en la dictadura de Videla. Pero vamos, en cualquiera de los otros países, por una u otra causa, incluso sin haber a veces gobiernos dictatoriales, también ha habido intervenciones censoras por culpa de las presiones sociales, institucionales...

—¿Llama al pan, pan, y al vino, vino, o es políticamente correcto?

—Hay que nombrar las cosas por su nombre.

—¿Qué opina cuando escucha compañeros y compañeras?

—Cuando escucho que los cuentos populares son sexistas, sobre todo infantiles, me parece que quien opina así no ha leído esos cuentos o no los ha entendido. Es absurdo decir que Caperucita, Blancanieves o Cenicienta son machistas. Primero, se les olvida que en muchas tradiciones, por ejemplo en la española, hay versiones masculinas de esos cuentos, incluso de Pulgarcito hay Pulgarcita... Cómo podemos tirar por tierra un lenguaje que lleva vivo miles de años, del que han sido partícipes no solo los adultos, sino también los niños, y que nadie, nadie, ha salido estigmatizado por leer Blancanieves o Caperucita. Tampoco nadie se ha vuelto machista ni ha hecho discriminación de género. Todo esto se lleva diciendo desde que una ministra [Bibiana Aído, ministra de Igualdad con el PSOE entre 2008 y 2010], que no tenía realmente ni idea, dijo que había que sacar los cuentos populares del colegio. Muchos reaccionamos con muchos artículos en muchos periódicos diciendo que era una estupidez. Hay lenguaje sexista en todos los órdenes de la vida, pero los cuentos, como en la literatura, hay que entenderlos en su justa medida. Cuando los niños leen un cuento de esos, se quedan con la aventura, con la imaginación, con la creatividad... No se quedan con que si llega un príncipe muy apuesto de ojos azules y despierta a la chica dándole un beso.

—Usted colaboró con RNE, Radio Exterior de España y Radio 3, y fue corresponsal de ABC en Cuenca durante cinco años, además de crítico literario en El Día. Saque los colores al lenguaje periodístico, por favor.

—Como todos los lenguajes, incluido el universitario, se han empobrecido estos últimos treinta años. Muchas veces se dice que es por culpa de las nuevas tecnologías, pero creo que no. Pueden tener una influencia, pero quien escribe correctamente, quien le da importancia a la lengua, quien habla bien sabe perfectamente discernir si en Twitter se escribe sin abreviaturas innecesarias o si se dicen palabras inconvenientes. Yo creo que el empobrecimiento viene más por la educación. Y me da mucha pena. Llevo 43 años en la Universidad y la formación que reciben los universitarios, no solo los maestros, se ha empobrecido mucho, si salvamos dos o tres carreras muy específicas, como Medicina o Aeronáutica y algunas ingenierías más. Incluso con la adaptación al famoso plan Bolonia la formación general del graduado se ha empobrecido.

—Es para preocuparse.

Mis alumnos que estudiaban Magisterio hace cuarenta años leían más, escribían mejor y hablaban mejor que los alumnos a los que ahora he dado clase, no solo de Magisterio, que ya no doy, sino de la propia Humanidades o de Periodismo. Yo creo que ha habido un empobrecimiento en el que los medios de comunicación tienen algo de culpa. Que yo recuerde, hasta hace unos años en todos los periódicos había correctores. Me acuerdo de que, cuando yo estudiaba Periodismo e iba al periódico que había en Cuenca a aprender, había un corrector. Si él no daba el visto bueno, el trabajo no pasaba. Ahora no ocurre. Afortunadamente, en el mundo editorial todavía existen los correctores, que te mejoran el texto. La supresión de esa figura en la inmensa mayoría de los periódicos ha sido mala. Y luego el no darle importancia a la lengua. No me puedo explicar cómo en un telediario de máxima audiencia se dicen las barbaridades lingüísticas que todavía se dicen y que no haya nadie, como un director o un realizador, que llama la atención para que eso no se vuelva a producir.

—La última. ¿Escucha usted activamente cuando le fijan una hoja de ruta para poner en valor algunos brotes verdes?

—Me gusta tener una cierta esperanza, aunque ya tengo muchos años. Esperanza de que algunas de las cosas de la vida vayan a mejor. De la lengua en particular tengo pocas esperanzas de que vayamos a mejor. No obstante, soy optimista en cuanto a la lectura. Aunque se nos dice que se lee poco, lo cual es cierto, también es cierto que nunca en España, y yo creo que en la mayor parte de los países, se ha leído tanto como ahora. Esto no quiere decir que sea suficiente. Soy optimista porque en la escuela primaria, en la secundaria y en el bachillerato hay muchos profesores que sí están muy preocupados por la promoción de la lectura.

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