Día Internacional de la Mujer

La maratón de su vida

Ana ha cumplido su reto de terminar esta durísima prueba, por primera y última vez, porque lo necesitaba para levantar su autoestima. «¡La que valgo soy yo!», exclama

Las zapatillas y el dorsal de Ana, que ha sido manipulado por ABC para preservar su identidad Ana
Manuel Moreno

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Ana (nombre ficticio a petición de la protagonista) siempre ha sido muy delgada, con silueta de corredora de larga distancia, aunque ahora está aún más fina. La exigente preparación de cuatro meses y medio para correr su primera maratón, en Sevilla, ha afilado su cuerpo. El reto se lo marcó en septiembre, después de una ruptura sentimental, y el 25 de febrero terminó los 42,195 kilómetros de la prueba en 4 horas y 21 minutos. La autoestima de Ana subió muchos enteros al cruzar la meta. «¡La que valgo soy yo!». Ella lo necesitaba y así lo cuenta a ABC poco antes del Día Internacional de la Mujer, de la huelga feminista de este jueves, 8 de marzo.

Siempre ha luchado contra viento y marea. Es una mujer independiente económicamente, con una carrera universitaria, madre de una hija pequeña y, desde hace años, tiene su propio negocio, que no le va nada mal.

El día del parto

En 2002 se casó con su novio de toda la vida, al que conoció a los quince años. Se quedó embarazada y le sucedió algo que ella creía que solo pasaba a las abuelas de otros tiempos. Ana perdió un bebé a las 37 semanas de gestación, a punto de dar a luz a su primer hijo. Ella tenía 31 años. No olvidará el 16 de septiembre de 2005. Fue el día del parto. Los médicos le habían asegurado que el bebé nacería muerto, no tenía latido, pero había que sacar el cuerpo. Ana superó las contracciones y la epidural. Luego, el silencio .

Ella tenía toda la casa preparada para la llegada de su niño. También había comprado la silla para pasear al retoño que nunca llegó a su cuna. Tuvo que superarlo. Siguió los consejos médicos para sobreponerse al trance. Se quedó embarazada otra vez con 33 años. Preocupación, miedo, obsesión por cómo sería el final de la gestación. «Aunque sea una cebra de colores, yo me la voy a llevar a mi casa», pensó. A las 35 semanas de gestación, una cesárea de urgencia para evitar otro desenlace fatídico. Y nació su hija, que estuvo 19 días en neonatos y salió del hospital con 2,2 kilogramos de vida.

La relación de pareja se debilitó luego. Ana y su novio de toda la vida se divorciaron cuando su hija tenía 19 meses. Entonces empezó una batalla judicial entre su expareja y Ana, que siempre se había entregado a él, a su casa, a su trabajo y a su hija. Denuncias, agobios, decenas de llamadas de él a ella durante el día y la noche, o visitas a su domicilio propiciaron que Ana lograra una orden de alejamiento. Su exmarido debía estar a una distancia mínima de 400 metros.

Él, que solo había pasado la pensión de alimentos el primer año, desapareció de la vida de Ana durante unos meses. Pero luego su expareja reclamó el régimen de visitas, con lo que los miedos volvieron a Ana. Conflictos muy serios en la guardería, en el punto de encuentro familiar y, después, en el colegio. Disputas hasta por las fichas escolares que la pequeña hacía.

En medio, siempre la niña, probablemente la más perjudicada. ¿Por qué, durante tres años, sus compañeros pudieron llevarse los trabajos a casa y ella, no? Pregunta difícil de responder. En el colegio le hicieron creer que ella hacía siempre los mejores trabajos y que, por eso, su profesora se los quedaba hasta final de curso. Y la niña se lo creyó: «¡Qué suerte, mami, que mi maestra siempre elige los míos como los más bonitos!».

Ana tiene sentimientos enfrentados cuando habla de los profesores que ha tenido su hija: algunos han sabido coger el toro por los cuernos, como la directora de la guardería, y a otros, como en el colegio, les ha faltado mano izquierda en un asunto tan delicado.

Sin problemas económicos, y con una carrera universitaria, es madre de una hija y tiene su negocio

Si se le pregunta por la Justicia, Ana duda de que ayude lo suficiente a las personas que padecen. Ella llegó a cumplir varios días de trabajos sociales porque su exesposo la denunció por no haber permitido que se cumpliese el régimen de visitas. La razón es que Ana no había querido que su hija, muy pequeña, se fuese de buenas a primeras con su padre, que había estado meses sin dar señales de vida.

Luego Ana y su hija no supieron nada de él durante cuatro años, «los mejores de nuestras vidas», desde 2011 hasta 2015, cuando se celebró el juicio por la denuncia que ella había presentado, cinco años y medio antes, por el presunto acoso de su expareja.

En la vista oral, Ana escuchó de su exesposo que ella tenía un problema psicológico porque perdió un bebé. [Todavía Ana recuerda aquella escena con una sonrisa, ya que ha sacado adelante un negocio y ha criado una hija sin ninguna ayuda económica].

Finalmente, él fue absuelto porque, según Ana, el juez consideró que la denuncia no estuvo bien tipificada: se formuló por maltrato psicológico, cuando la abogada de Ana tendría que haber denunciado por acoso. Al exmarido se le condenó a días de arresto domiciliario y la orden de alejamiento contra él quedó sin efecto.

Estudios y deporte

Para entonces Ana ya había tenido que ceder un régimen de visitas para los abuelos paternos de la niña: solo dos horas a la semana, de 14.00 a 16.00, después del colegio. Y también hizo de su capa un sayo, «siempre por el bien de mi hija», cuando su expareja reclamó el periodo de vacaciones tras cuatro años sin saber de él.

De la mano de su padre, la pequeña comenzó a acudir a sus clases extraescolares. Pero solo fueron unas semanas. La calma regresó después de 2016 y la niña se tuvo que dividir entre las estancias con su padre y con su madre.

Con todo, Ana ha ayudado a su exmarido cuando este se lo ha pedido desde entonces. ¿Y por qué hace todo esto? «Lo hago porque es el padre de mi hija. Creo que soy buena persona y por eso actúo así. Prefiero sentirme bien conmigo misma». ¿Y qué es de la pequeña? «Saca buenas notas y hace mucho deporte, como cualquier niña de su edad». Su hija practica atletismo, tenis y triatlón. Quizá participe en una carrera con su madre, aunque no será una maratón. Ana ya corrió la de Sevilla, primera y última. Y terminó encantada. « ¡Porque yo lo valgo! ».

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