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José María Aznar, en la entrevista con ABC - MAYA BALANYA

Entrevist a José María Aznar«Si los jóvenes quieren saber qué es la libertad, que vean a Miguel Ángel Blanco»

El expresidente ofrece a ABC su relato personal de cómo vivió aquellos terribles días de julio de 1997 en los que España, al fin, se rebeló contra ETA

Madrid Actualizado: Guardar
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Veinte años después, José María Aznar lleva incrustado en su memoria aquel angustioso inicio del verano de 1997, que acabó en el estallido de la sociedad española frente al terror. ETA se vengó de la liberación de José Antonio Ortega Lara por parte de la Guardia Civil con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, convertido en símbolo inmortal de la libertad. La «pasión y muerte» del joven concejal de Ermua, en palabras del jesuita Alfredo Tamayo, supuso el despertar de la conciencia moral de la ciudadanía para la derrota definitiva de la banda. Aznar, que acababa de entrar en el Gobierno, narra a ABC su vivencia personal y política de la rebelión que se llamó «Espíritu de Ermua».

El jefe del Ejecutivo pasó en vilo la madrugada del 1 de julio. Había dado instrucción a su ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, de que le informara cada hora de la operación puesta en marcha esa noche por la Guardia Civil para liberar a José Antonio Ortega Lara. La dirigió el juez Garzón, recuerda Aznar, que relata su sorpresa cuando a las dos de la mañana el ministro le llamó anunciando que ETA había soltado al empresario Cosme Delclaux, que pasó 232 días en otro zulo en Irún. Su familia pagó mil millones de pesetas.

«Media hora más»

«Yo estuve toda la noche pendiente y se produjo algo inesperado, que realmente me causó sorpresa. El ministro me llamó para decir que el operativo había comenzado. Y en una segunda llamada me avisa: “Ya le han liberado”. ¿Cómo?, le dije. “No, no. Al que han soltado es a Delclaux”», le explicó Mayor.

«A las seis de la mañana le dije a Mayor: No lo dejéis. Dile al juez que, por favor, nos dé media hora más. A los diez minutos, me llamó: Ya está»

La ansiedad por liberar al funcionario de prisiones, secuestrado 532 días antes, se tornó en pánico a las seis de la mañana. Seguían sin dar con él. «Le dije al ministro: Sólo te pido una cosa, no lo dejéis todavía. Dile al juez y a la Guardia Civil que, por favor, nos den media hora más. Solo pido media hora más. Y entonces, al cabo de 10 minutos me vuelve a llamar el ministro y me dice: Ya está», rememora Aznar.

La venganza cruel de ETA

El expresidente explica con nitidez cómo el operativo «de enorme paciencia y minuciosidad» acabó en «inmensa alegría» al descubrirse el zulo oculto en Mondragón. Uno de los terroristas que enterraron en vida a Ortega durante año y medio se derrumbó. Y los liberadores pasaron de la desesperación a la euforia. «El ministro llamó a su mujer y al principio no le creía», comenta Aznar. «Son muchos años, días de tortura... Luego nos enteramos de que la decisión de ETA era dejarle morir de hambre».

Aznar no ha borrado de su cabeza, como muchos españoles, la imagen de Ortega volviendo a su hogar de Burgos: «Liberado con esa barba y aspecto demacrado de una persona que había vuelto a la vida y a su casa desde el infierno». De aquella experiencia traumática, forjarían una amistad.

Esa liberación fue un golpe tan grande a ETA, que el Gobierno «intuyó» que la banda sentía la necesidad de vengarla. Diez días después secuestraron a Miguel Ángel Blanco con condena a muerte ejecutada 48 horas después. El terror sacudió al mundo.

-¿Usted siempre tuvo claro que no cedería al chantaje o humanamente tuvo momentos de flaqueza?

-No. Nuestra política era muy clara. Quien cede una vez al chantaje, cede cien veces.

-¿Siempre supo que le matarían?

-Sí. Miguel Ángel Blanco es secuestrado con la orden de asesinato. Los terroristas buscaron el chantaje y la humillación de que el Gobierno cediera a la negociación con el cadáver de Miguel Ángel encima de la mesa.

«Les dije a la familia que no íbamos a ceder al chantaje. Su reacción fue impecable, lo entendieron entonces y ahora»

El exlíder del PP trasladó desde el primer momento a la familia la posición del Gobierno: «Les digo: Vamos a remover Roma con Santiago para conseguir encontrar a Miguel Ángel. Y, lo segundo, que en ningún caso el Gobierno va a acceder al chantaje. La reacción de la familia fue impecable, lo entendieron entonces y ahora».

Nace el «Espíritu de Ermua»

Fue uno de los momentos más duros de la vida política de Aznar, que no lo perdona. Pero el exlíder del PP, al que dos años antes la banda intentó asesinar con un coche bomba en Madrid, rescata de aquella barbarie la catarsis moral que provocó en la ciudadanía.

«Tengo que decir que el comportamiento de la sociedad española fue espectacular. Hay un antes y un después del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Cuando la sociedad española rompe definitivamente con cualquier elemento pasivo o neutral con el ejercicio del terror es con el asesinato de Miguel Ángel. Las reacciones que se producen son de tal dimensión, internacionalmente recuerdo el aluvión de llamadas que yo tuve como presidente del Gobierno de todo el mundo apoyando. El mismo compromiso, desgraciadamente luego roto, de los partidos democráticos en el País Vasco de no llegar a acuerdos políticos de ningún tipo con los responsables de haber secuestrado a Miguel Ángel», rememora.

«El Consejo de Ministros decidió que Aznar debía estar en la manifestación de Bilbao por la libertad del concejal del PP»

La rebelión tomó las calles de toda España y en el Consejo de Ministros de aquel viernes 11 de julio se decidió que el presidente iría a la marcha de Bilbao, con medio millón de personas. Fue la expresión de unidad de los españoles, también de los vascos, frente a ETA. «El presidente del Gobierno de España en el País Vasco era la expresión de la unidad de todas las voluntades españolas, instituciones vascas, de la autonomía vasca, de toda España en el País Vasco. Estamos todos juntos en Madrid, en Bilbao y en Barcelona. Eso era absolutamente determinante para que también toda la sociedad vasca se movilizase», apunta.

La resistencia cívica del «Espíritu de Ermua» marcó la victoria frente a ETA. «La sociedad española por fin decidió no escuchar que esto era una especie de empate infinito con ETA, sino que se decidió ir a por la victoria y derrotar al terror», afirma Aznar, aunque lamenta la traición posterior del PNV con Batasuna en el Pacto de Estella, en 1998. «La palabra de algunos vale bastante poco. El pacto de Estella era con quienes habían secuestrado y asesinado a Miguel Ángel», censura.

La ilegalización de Batasuna, decisiva

Pero el PP y el PSOE, unidos, lograrían imponer la tesis de que había que ilegalizar a Batasuna para derrotar a ETA e impulsaron la Ley de Partidos Polílticos. «Fue determinante. El terror es un todo. No se distingue en parte financiera, política... No puedes mantener legal la parte política porque no acabas nunca», señala, convencido de que el acoso de las fuerzas de seguridad y de los jueces a toda la estructura etarra permitió el final del terror, quince años después.

«La sociedad española decidió entonces que no habría un empate infinito con ETA»

Hoy Aznar sigue siendo muy crítico con la decisión del Tribunal Constitucional, en 2011, de legalizar Bildu, ahora liderada por Arnaldo Otegi. «Es que Bildu es una parte de ETA, se llame como se llame. Yo no distingo. Es la expresión moderna de lo que ha sido ETA. Se pueden cambiar nombres, pero siempre han sido lo mismo». Y observa con escepticismo el nuevo tiempo anunciado sin atentados, pero donde el que fue el brazo político de la banda está fuerte en las instituciones. «El desarme constitucional es una mala noticia. En aquellos años los partidos constitucionalistas fuimos capaces de crear una alternativa política en el País Vasco y estuvo a punto de ganar las elecciones (del 13 de mayo de 2001, con Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo, como candidatos del PP y del PSE).

«Había miradas angustiosas en los ediles vascos. Sabíamos que la próxima vez faltaría alguno»

«Hoy la suma de eso ha quedado... La situación ha mejorado porque como se produjo la derrota operativa no hay víctimas. No hay atentados. Pero no ha mejorado desde el punto de vista de los objetivos políticos de los terroristas», reflexiona Aznar, preocupado.

-¿Y qué queda del Espíritu de Ermua?

-No mucho. Quedamos algunos. Yo estoy en ese espíritu. Es inaceptable esa historia que nos quieren contar ahora de que no hay vencedores ni vencidos, de que los asesinos son lo mismo que las víctimas. De que fue un asesino y secuestrador, pero es un buen chico. Y al final, las víctimas, que han sido el gran valor en la causa contra el terror, se han convertido en una molestia.

-Hay generaciones enteras que no han conocido a Miguel Ángel Blanco y el «Espíritu de Ermua». ¿Cómo explicaría a un joven de 20 años quién era Miguel Ángel?

-Si los jóvenes de hoy de 20 o 25 años quieren entender qué es la libertad y qué es luchar por la libertad, que vean a Ortega Lara y a Miguel Ángel Blanco. Si después de leer todo eso piensan que aquello fue una historia en la que no hay vencedores ni vencidos, ni víctimas ni verdugos, que todos son iguales, que había dos bandos que combatían, pues se equivocarán. Pero si quieren apreciar el valor de la vida y la libertad, que miren las imágenes de Ortega Lara y las reacciones al secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Porque ahí encontrarán una parte de lo mejor de lo que los españoles llevamos dentro.

-¿Cree que hay ingratitud a las víctimas en parte de la sociedad?

-Entre las cualidades de los españoles, que tenemos muchas y buenas, no está la perseverancia. Es muy fácil acomodarse a los discursos cómodos. Como era muy fácil entonces decir aquello de que no se puede derrotar al terrorismo o no hay que hacer cosas raras fuera de la ley (sobre las críticas por la ilegalización de Batasuna). Pero nunca en mi vida voy a aceptar que los asesinos de Miguel Ángel Blanco sean tratados en su memoria como él.

-¿Alguna vez olvida a Miguel Ángel Blanco?

-No. Lo tengo siempre presente. A él y a todos los que cayeron. A Gregorio (Ordóñez, líder del PP en San Sebastián, asesinado en 1995). A tantas y tantos amigos y no amigos que fueron asesinados. Ellos forman parte de mi memoria y yo soy una parte de ellos también. Yo no olvido que yo soy una víctima del terror, personal. Tengo la suerte y el privilegio de poder hablar, ellos no. Pero no los olvido jamás. Ni puedo olvidar ni puedo aceptar sin que mi voz se levante que alguien intente que eso se olvide.

-¿Qué le decía usted a sus compañeros del PP vasco cuando buscaban aliento para seguir?

-Ellos sabían que nosotros íbamos a resistir y a combatir con todos nuestros medios. El problema era mantener la unidad y el espíritu y para eso era muy importante estar en contacto, allí. Recuerdo al hijo de Manuel Zamarreño, pequeño, en mis brazos, llorando. Tener que consolar. O al hijo de Gregorio. Pero tantas veces como cuando nos juntábamos había miradas angustiosas y angustiadas a las que te decían: la próxima vez que nos reunamos habrá algunos de nosotros que no estaremos aquí. Ellos lo sabían, yo lo sabía. Pero la determinación de continuar y de seguir hacia delante fue extraordinaria. Por eso, a todas esas personas de los partidos constitucionales, de la UCD, del PP, del PSOE que cayeron, la democracia española les debe un precio histórico extraordinario. Y por eso es por lo que digo que cualquier política tendente a olvidar eso, me parece profundamente equivocada desde el punto de vista político y moralmente detestable.

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