Pedro Sánchez, este viernes en las Fallas de Valencia
Pedro Sánchez, este viernes en las Fallas de Valencia - EFE

Pedro Sánchez, la historia de un ambicioso

La fallida investidura le ha afectado, pero sigue dispuesto a lograr su propósito

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Ni Alexis Tsipras ni Antonio Costa han podido hacer algo por él. Ha pedido árnica a los primeros ministros de Grecia y Portugal (al primero le reclamó el jueves que ejerciera de trotaconventos con Pablo Iglesias) pese a que los números no le alcanzan. Tan cortos fueron, que la lista que él encabezaba en Madrid se quedó en el cuarto puesto tras PP, Podemos y Ciudadanos. Así es Pedro Sánchez (Madrid, 1972), acostumbrado a que la suerte le acompañe; a las carambolas políticas. Amigos y enemigos (todos dirigentes del PSOE) le describen para ABC como un político ambicioso. Los primeros se ciñen a la acepción menos negativa del término; sus adversarios domésticos, sin embargo, aseguran que tras su apostura y su sonrisa hay una sola idea: conseguir lo que se proponga caiga quien caiga.

El último mes está siendo duro para sus colaboradores más directos. Su fracasada investidura de primeros de marzo y la crisis de sus deseados socios de Podemos, con el triunfo de las tesis menos favorables al PSOE, le tienen «descolocado e irascible». Tampoco ayudan el portazo del dirigente heleno y su discutible visita al presidente catalán, Carles Puigdemont, la misma semana en que su vicepresidente viene a Madrid a pedir dinero mientras torpedea a la Hacienda española. Aunque intenta maquillar su desazón con una perenne sonrisa, hasta sus más estrechos colaboradores reconocen su malestar. En Ferraz sigue sin contar con más apoyos que su guardia pretoriana (César Luena, Antonio Hernando, Meritxel Batet y Óscar López) y se sabe observado con ojo de buen cubero por referentes socialistas como Felipe González, Alfredo Pérez Rubalcaba, Susana Díaz o Guillermo Fernández Vara.

No reconoció el batacazo

Desoyó a los dos primeros cuando le aconsejaron la noche del 20-D, en la que obtuvo 90 escaños -la peor nota de la historia socialista-, que «reconociera el batacazo y se dedicara a ser jefe de la oposición». Sus predecesores demostraron conocerle poco. Su «abultada autoestima» compensaba con creces, reconocen dos concejales compañeros de su época en Madrid, su «inexperiencia política». A ello atribuyen que ofreciera al Rey su candidatura a la presidencia cuando le faltaban más de ochenta diputados para serlo.

Y tanto: el azar le ofreció dos posibilidades de convertirse en diputado, cuando las urnas le habían dejado fuera del Congreso, y las aprovechó. Tras su paso por el Ayuntamiento de la capital como concejal en la oposición entre 2004 y 2009, terminó de diputado nacional entre 2009 y 2011 y desde 2013 hasta hoy por renuncias de terceros que iban delante de él. En 2009 era Pedro Solbes el que le dejaba su escaño libre y en 2013 Cristina Narbona le ponía en bandeja su vacante. Por contra, sí obtuvo un título por méritos propios; el de diputado revelación otorgado en 2010 por los periodistas parlamentarios.

Amigos y compañeros señalan que «Peter» (como le llama José Blanco); George Clooney (apelativo de su eterna enemiga Susana Díaz); o «El guapo» (como le bautizaron en el grupo parlamentario) siempre ha soñado con llegar lejos. «Tiene seguridad en sí mismo, tanta que si no, nunca se hubiera arriesgado a las primarias de julio de 2014», comentan. En efecto, su puesta de largo fue la presentación de su libro «La nueva diplomacia económica española» en diciembre de 2013. Le arroparon Ramón Jáuregui, Elena Valenciano, Trinidad Jiménez y Miguel Sebastián. En ese trabajo se recogían los contenidos de la tesis con la que obtuvo el doctorado, cuya calificación apto cum laude sorprendió a más de un socialista por su escasa calidad. En poco tiempo pasó de ser casi un absoluto desconocido a ganar las primarias. Había trabajado en el aparato del partido junto al entonces secretario de Organización, José Blanco, aunque sin destacar demasiado. Incluso fue miembro de la Asamblea de Caja Madrid, como edil del PSOE, en los tiempos más tenebrosos de esa caja pública, una oscura etapa que obvia en sus entrevistas con la prensa.

Desde el día que decidió dar el salto, nada le paró, como cuando jugaba al baloncesto sin soltar la pelota. Ni siquiera la falta de infraestructura. Ferraz se volcó en apoyar a hipotéticos candidatos como Patxi López o Eduardo Madina, pero con él no contó. Eso no fue obstáculo: le pidió a un amigo una «vanette» y recorrió 50.000 kilómetros para «vender» su proyecto. Casi sin comer ni descansar («a mis dos hijas las veo muy poco», confesó a ABC en uno de sus viajes), viajó por media España a golpe de abrazos a los militantes. Su mujer, Begoña Gómez, bilbaina experta en marketing, fue su primer apoyo, sabedora de que la ambición de su marido no se colmaba con un sencillo puesto de profesor. Fue la que más le animó a que participara en las tertulias televisivas, donde ya se despachaban titulaciones para la «nueva política» que habría de venir en 2015. Ni siquiera le frenaron los contenidos de los programas: en septiembre de 2014 habló en directo con Jorge Javier Vázquez, presentador de Sálvame, para ofrecerse a no apoyar la fiesta de los toros.

Decisiones arriesgadas

Simultáneamente a su incursión en los programas rosas, se aplicó a borrar de la faz socialista cuantos críticos halló en su camino. Primero fue Tomás Gómez, secretario general del PSM, y después el portavoz en el Ayuntamiento de Madrid, Antonio Miguel Carmona. El batacazo de su candidato regional, Ángel Gabilondo, recolocó al PP en la Comunidad, con el apoyo de Ciudadanos, y la pírrica representación municipal fue usada para otorgar por primera vez el gobierno de la capital de España a un partido populista como Podemos, enfrascado en sustituir al PSOE como referente de izquierdas. El mismo partido que hoy le niega sus votos. Tampoco fue mejor vista su decisión personal, sin contar con los cuadros del partido, de incorporar a la exdirigente de UPyD, Irene Lozano, cuyas ofensas a sus nuevos «compañeros» se contaban por intervenciones públicas.

En el PSOE recuerdan cómo la excesiva seguridad en sí mismo le ha ocasionado más de un desliz: desde plantear la desaparición del Ministerio de Defensa hasta proponer que se organizasen funerales de Estado como tributo a las víctimas de agresiones machistas. El expresidente Rodríguez Zapatero habló de su «prepotencia y soberbia» cuando quiso corregir la reforma del artículo 135 de la Constitución que él acordó con Rajoy antes de abandonar La Moncloa. Sus tres últimos resbalones, reconoce un exdirigente socialista, han sido «cogerse del brazo de Ciudadanos a pesar de que sin Podemos no suma, no defender tajantemente a Felipe González de los insultos de Pablo Iglesias y su falta de cintura en el debate con Rajoy, que desembocó en una relación entre ambos que hoy se hace imposible y perjudica a España». Sigue convencido de que, pese a lo que diga la aritmética parlamentaria, posee el cielo que anhela Pablo Iglesias.

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