CASO DIANA QUER

La Nochevieja del equipo que atrapó al asesino de Diana Quer

Así fue la última semana de la operación Querpu de la Guardia Civil

Vídeo: Momento en el que se encuentra el cuerpo de Diana Quer ATLAS

CRUZ MORCILLO

Una mesa sobria, con manteles de papel blanco, vino tinto, cerveza y refresco sin cafeína, zamburiñas, empanada y picoteo ligero. Dos botellas de champán para brindar por el nuevo año, y las uvas. Es la Nochevieja del núcleo duro del equipo que ha atrapado al asesino de Diana Quer. Son guardias civiles hasta en la noche más especial del año, o quizá esa más que ninguna, cuando a unos metros de ellos, en el único calabozo ocupado de la Comandancia de La Coruña, respira José Enrique Abuín, El Chicle. Es la sombra a la que han perseguido 500 días.

Son dieciocho los comensales: catorce adultos y cuatro niños. Casi todos los mayores llevan unas cuarenta y cinco horas sin dormir, desde el viernes a las diez y pico de la mañana cuando detuvieron a El Chicle y a su mujer, y aún les queda trabajo pendiente antes de entregarlo al juez el día de Año Nuevo. Se sientan a la mesa del comedor que hay junto a la cantina del cuartel pasadas las once de la noche. Están los ocho miembros del Grupo de Personas de la Unidad Central Operativa (UCO) que llevan desde el inicio en la investigación, más el teniente, el capitán y el comandante de Policía Judicial de La Coruña, la esposa de este último, también guardia, un miembro del Laboratorio, su mujer y cuatro niños, hijos de las dos parejas. Son compañeros, son familia. Son la Guardia Civil en una noche irrepetible.

La mesa del día de Nochevieja en la Comandancia ABC

«No íbamos a dejarlos solos»

«Si nuestros compañeros no podían estar en sus casas, nosotros no íbamos a dejarlos solos», cuenta el comandante. «Teníamos nuestra cena en Lugo. No nos lo pensamos. Para mí fue la mejor noche. Esta es nuestra vida» , añade Yaiza, su mujer, adscrita a la Comunicación de la Comandancia.

Se miran, brindan, observan a los compañeros y se les calan las emociones a través del uniforme, colgado en sus taquillas. Veinticuatro horas antes han logrado que Abuín les guíe hasta el cadáver de Diana. Han llegado a la nave abandonada de la parroquia de Asados, de madrugada, lloviendo, en un lugar fantasmal a esas horas que se parece al fin del mundo. El detenido señala el redondel del pozo a ras de suelo, el perro marca sin dudar ese mismo cemento pesado convertido en la tapa de la tumba. Han escuchado el silencio cuando la cámara les muestra el cadáver de la criatura y paladeado el fin del caso, el más esperado y no por ello menos duro. Se abrazan y siguen. Ni la costumbre de la muerte mitiga su peso.

La cena es tan frugal que parece lunes y no Nochevieja. El coronel de la UCO, Manuel Sánchez Corbí, había dado una orden esa misma tarde: «Que vayan a tomar una mariscada». La orden nunca llegó porque su hombres estaban tan ocupados redactando las diligencias que ni la recibieron. «No podíamos movernos de allí. Había que terminar el trabajo» , aclara el teniente. De un bar de al lado de la Comandancia salieron las viandas que tomaron. «Después de las uvas estáis invitados a lo que queráis», les transmitió el dueño. Ninguno fue. Tras las Campanadas, recogieron y se lanzaron de nuevo al ordenador, cada uno a su parte de las diligencias para que acabara uniéndolas y firmándolas el instructor de la operación Querpu, el capitán Hidalgo, uno de los grandes veteranos de la investigación de Homicidios, con una carrera labrada a golpe de sudor y constancia.

Guardia Civil ofreció una rueda de prensa tras el ingreso en prisión de Abuín ABC

«Brindamos por el año, por la unión de la Guardia Civil y por haber sacado de la calle a ese individuo» , rememora con orgullo la agente Yaiza. El coronel Francisco Javier Jambrina también pasó por el comedor a saludarlos. «Ha de procurar juntarse generalmente con sus compañeros, para fomentar la estrecha amistad y unión que debe haber entre los individuos del arma», reza el artículo 15 de la cartilla del Duque de Ahumada. Y eso hicieron. Unos por obligación y deber llevado al extremo, y otros porque tan familia es la de verde como aquella que los parió y en la que crecieron.

El capitán Corral, mando de la Policía Judicial de La Coruña, no consintió que nadie fregara los platos. Lo hizo él personalmente. Y eso que, con esa misma tozudez mezcla catalana y granadina, se empeñó en pagar solo y de su bolsillo la cena de los dieciocho. Fue a él, entre otros compañeros, a quien el detenido le dijo: «Gracias por quitarme esta losa».

El Chicle, único cliente esa noche de los calabozos , una planta por debajo de donde cenaban los que le han llevado a prisión, no dejó ni un resto de la cena. No le dieron uvas. «Las uvas son una tradición, no una necesidad», sentencia uno.

A las tres de la mañana, los que dormían en casa se marcharon. El resto continuó escribiendo. Las diligencias concluyeron a las cinco de la madrugada. «Dormimos un par de horas, a las 8.45 había que poner al detenido a disposición del juez en Ribeira y aunque del traslado se encargaban otros compañeros, nosotros debíamos entregar el atestado y hablar con su Señoría», detalla Alberto, otro miembro del «núcleo duro» de Querpu, formado por ocho agentes del grupo de personas de la UCO y cinco de Policía Judicial de La Coruña. Solo hay una mujer en este exitoso combo, la misma agente que tuvo un papel importante en el caso Asunta.

Sin vacaciones

Alberto se ha dejado los ojos y horas interminables en analizar coches y cámaras, en separar el grano de la paja con la difícil sombra de que la certeza absoluta era casi imposible. Él como casi todo el equipo estaba de vacaciones el martes 26 de diciembre cuando supieron que Abuín había asaltado a una chica en Boiro. «Lo del Alfa Romeo fue definitivo. No había duda ya con ese coche». Iba a pasar la Nochevieja en Murcia con su familia y allí les dejó plantados, por «un tema de trabajo», sin dar más explicaciones. «Luego se enteraron, claro». Su mando inmediato sonríe. Es contundente al hablar, metódico, pero se emociona y le cambia el gesto al recordar el gesto de sus colegas de La Coruña.

«Mi novia pudo irse con su familia a cenar. Nos tocaba con la mía», ironiza. El teniente inicia el relato de la semana en la que lograron atrapar al asesino de Diana; se retrotrae al martes 26, al día siguiente de Navidad. «Esa mañana tuve que venir a la oficina (en la UCO) para rectificar un escrito de otro tema. Solo había dos personas», cuenta. El teniente coronel, también de vacaciones, recibió un whatsapp del capitán a las doce de la mañana. «Tengo una novedad importante de Querpu». Corral, el capitán de La Coruña le había contado ya a su homólogo en la UCO, Hidalgo, de permiso, lo sucedido en Boiro.

A las 22.30 del día de Navidad una chica había sido abordada por un individuo. «Dame el móvil», le dijo mientras le rodeaba el cuello y le colocaba una palanqueta. «Dame el móvil que necesito dinero», le reiteró. Luego la obligó a meterse en el maletero de su coche , un Alfa Romeo de color gris. La salvó su determinación, la intervención de dos chicos que la ayudaron y que el individuo acababa de ser operado del brazo. «Puede encajar en el hecho», escribió el capitán a su superior. A todos se les levantaron las orejas. La víctima relató que en la matrícula «constaban los números 9 y 6 y las letras D (por la que comenzaba) e Y. También una letra Z o una N». «Es el coche de Abuín», coincidieron los que estaban al tanto de la investigación.

Nave en la que fue hallado el cadáver de Diana Quer ABC

Monitorizado

Esa misma tarde y tras cruzarse decenas de llamadas y mensajes se suspendieron las vacaciones del equipo. No hubo más que dar la contraseña: «Novedad Querpu». Lo contaron los coroneles Corbí y Jambrina y consta en diligencias. Antes de Boiro los investigadores remataban informes para entregar al juez de Instrucción 1 de Ribeira en enero. «El objetivo era que reabriera el caso a la vista de que habíamos conseguido situar a Abuín en su coche y con su teléfono a la vez que el de Diana. Después con medidas judiciales y cubiertos íbamos a monitorizarlo y ya se decidiría la detención», concreta uno de los responsables. A las veinticuatro horas del suceso de Boiro, la víctima identificaba en fotos en el puesto de Noia a José Enrique Abuín. «Volvería a reconocerlo si lo volviese a ver sin duda», declaró. Uno de los dos jóvenes que la ayudaron también lo identificó.

El miércoles cuatro miembros del equipo de la UCO viajaron de Madrid a La Coruña. Allí se les sumó el quinto miembro, que estaba pasando unos días en Galicia. Una treintena de agentes del Grupo de Apoyo Técnico Operativo (GATO) aparcaron los informes y las vacaciones y se sumaron a ellos. Estaba el personal más especializado en control telefónico, localización y seguimientos. La ingeniería y la calle. La investigación tecnológica y la convencional para encontrar a Diana Quer.

«Sus labios y dentadura»

«Recuerdo como rasgo característico sus labios y su dentadura, que sobresalía particularmente», contó la joven de Boiro. Al capitán Hidalgo, que ya había tenido frente a frente a El Chicle, en noviembre de 2016 no le quedó ninguna duda de que era él al escuchar su voz en el audio de whatsapp grabado accidentalmente por la mujer. El miércoles y el jueves se preparó un dispositivo y se empezó a controlar a Abuín y a su mujer por si se precipitaban los hechos . La idea era esperar al día 2 de enero cuando entraba de guardia el juez de Querpu. Una filtración publicada por un periódico obligó a actuar. A las nueve de la mañana del viernes 29, el capitán informó de nuevo a sus superiores. Las posiciones estaban tomadas.

El Chicle salió de su casa en Outeiro al volante del Alfa Romeo a 200 km/h como solía para ir a rehabilitación en Boiro. Lo esperaron en la puerta. A las 10.15 le colocaron las esposas; a su mujer Rosario Rodríguez, que había mentido para taparlo, un minuto después en su vivienda. Abuín negó todo y calló. Por la tarde, sus cuñados, Elena, la hermana de Rosario, y su marido Adrián contaron en el cuartel de Padrón que habían mentido porque así se lo pidió Rosario.

Rosario pasó la noche del viernes al sábado 30 en un calabozo y su marido en otro. Se vieron, se miraron. «Ella no tendría que estar aquí», se lamentó El Chicle. «Eso depende de ti», le dijeron con la naturalidad que acostumbran. A mediodía del sábado admitió por primera vez su relación con la muerte de Diana, por un «atropello accidental» y dio una versión falsa sobre lo que hizo con el cadáver. No le creyeron. Siguió en la celda, fría y húmeda. No es una mazmorra pero no es la habitación de un hotel.

Rosario, que se casó con él con 16 años y con que tiene una hija de 13, supo lo que había hecho en Boiro y lo que hizo a Diana. Y le dio la espalda. Lo dejó solo con su mentira y precipitó el final. En menos de una hora, ella quedó en libertad y él pidió declarar de nuevo. «Ahora os voy a contar dónde está». Su enorme farsa de dieciséis meses acabó en una nave de Asados, a 200 metros de la casa de sus padres.

El día de Año Nuevo el equipo volvió a cenar junto. Tampoco hubo mariscada. Solo pizzas y la enorme certeza del deber cumplido.

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