David Gistau

Han cantado Gandhi

Ayer, muy sutilmente, Tardá también amenazó con la calle. Y la amenaza puede ser eficaz con un gobierno reticente que aún tiembla con la posibilidad de usar la fuerza y que ya comenzó a filtrar las razones por la cuales el 155 es de imposible aplicación

David Gistau

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Tardá tiró ayer del comodín de Gandhi. Agotados los de Mandela y Rosa Parks, lo siguiente ya será Cristo, reaparecido en forma de Pueblo Catalán. El Consejo de ministros como sanedrín de Caifás. El 155 como penoso tránsito al Calvario. La Guardia Civil como los centuriones de los vergajos. Y el propio Tardá haciendo de Ursus en “Quo vadis?” mientras la militancia se deja devorar por los leones cantando salmos de Lluis Llach.

Mientras tanto, Gandhi. Gandhi vs. Franco. A este maniqueísmo primario y falaz, más infantil que los juegos de comparaciones de Barrio Sésamo, ha reducido un problema complicado el artefacto podemita/independentista. Azuzar los complejos genealógicos del sistema, que tiene poco margen para la defensa porque sólo puede elegir entre rendirse o ser Franco.

Proyectar al mundo la fotogenia de una tribu bondadosa y pura, ansiosa por dialogar y repartir abrazos gratis, arquetipo de la perfección democrática desde que fue ungida por la gracia del Hacedor, opuesta a una oxidada maquinaria mesetaria y represiva de la cual procede y procederá toda violencia, todo estrangulamiento de la democracia. Poco importa que el único diálogo ofrecido consista en fijar fecha y forma para ejecutar la independencia y que las lecciones democráticas las den aquellos que profanaron su propio parlamento, que militarizaron su propia sociedad y que tienen a la mitad disidente enviando por morse peticiones de auxilio.

Ayer, muy sutilmente para ser Tardá, Tardá también amenazó con la calle. Y la amenaza puede ser eficaz con un gobierno reticente que aún tiembla con la posibilidad de usar la fuerza y que ya comenzó a filtrar las razones por la cuales el 155 es de imposible aplicación: si le tienes miedo a la calle de Tardá y al patatús de la prensa internacional, por supuesto que lo es. Rufián escuchó a Tardá y luego se quedó paralizado con una expresión preocupante, como si le estuviera dando un ictus. Pero no, estaba pensando un tuit y en cuanto se le ocurrió se abalanzó sobre el teléfono y se le descongestionó la expresión.

Como tomándose un descanso después de dedicar varias semanas a hundir las posibilidades electorales de Podemos, Pablo Iglesias estuvo muy ausente. De hecho, dedicó la sesión a dejarse ver leyendo en su escaño un libro muy pero que muy gordo. Me recordó a Woody Allen cuando reclamó la jefatura de una banda de criminales: «Somos todos muy listos, pero yo además tengo gafas. Y me llaman ‘El cerebro’». (“¡Es sarcástico!”, respondía uno). Con Iglesias perdido en las profundidades de uno de esos manantiales de sabiduría marxista en los que fue sumergido como Aquiles en el Estigia –agarrado por la coleta en vez de por el talón-, el discurso de independentismo podemita corrió a cargo de un cierto Vendrell. Ya lo imaginan: hay que extirpar al PP, etc.

Margarita Robles, algo errática, practicante del humor involuntario cuando denostó por antisociales unos presupuestos que aún no han sido diseñados, expuso la voluntad del PSOE, contradictoria con la del gobierno, de no activar el 155 si Puigdemont convoca elecciones y cede en parte en su unilateralidad. Lo cual probablemente no ocurrirá. Pero se diría que el PSOE busca una versión más suave de adhesión al 155 para desmarcarse del franquismo adjudicado al PP. O eso, o que ha empezado a ayudar al PP a crear pretextos con los que hacer lo que ambos más desean: encontrar una salida en falso que evite el 155 o que al menos permita volver a dilatarlo todo.

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