El ministro Luis de Guindos, con el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri
El ministro Luis de Guindos, con el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri - JAIME GARCÍA

Así se reescribe la historia, el futuro del Popular es hoy... ¿el de Bankia?

Hoy, en los esquemas de Goirigolzarri dicen que está la incorporación de otros bancos de antiguas cajas que tienen un complicado futuro. Con el beneplácito de regulador y del Gobierno

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Casi sin darnos cuenta a diario tomamos variadas decisiones y de diferente calibre por su repercusión posterior en nuestras vidas. Algunas veces tomar una u otra gran decisión finalmente no tiene ninguna repercusión, sin embargo, otras veces, aunque no seamos conscientes de ello, un conjunto de pequeñas decisiones pueden marcar grandes diferencias a largo plazo. Mientras, de forma paralela, otros toman decisiones, de menor o mayor calibre que, en ocasiones, se cruzan con los intereses de las tomadas por nosotros. Y ahí, en ese cruce de decisiones, radica la suerte o el destino del éxito o el fracaso de nuestra propia decisión... y, por ende, de nuestro futuro.

Pues bien, varias decisiones cruzadas y con diferentes intereses concurrieron en el devenir de la historia de Banco Popular.

Desde sus inicios, fue considerado un banco de tamaño medio, independiente –pero siempre presente en la toma de decisones del sector entre los grandes–, con un negocio tradicional muy focalizado en el cliente y especializado en pymes y con un «know-how» que todos sus competidores envidiaban, basado en la austeridad y la prudencia. Además, mientras otros crecían en España y hacían las Américas a golpe de talonario, el Popular resistía la tentación a costa de descolgarse del grupo de los grandes: mejor mediano, pero más rentable.

Durante los años de gran bonanza económica de finales de los años 90, y con Luis Valls al frente, también resistió la tentación de entrar en el negocio del ladrillo, como estaban haciendo sus competidores y especialmente las cajas de ahorros. ¿Para qué entrar en operaciones que le iban a hacer perder esa rentabilidad? El Popular se dedicaba a lo que sabía hacer: banca comercial. Y el Banco de España y el Gobierno, lo «respetaban».

Pero la tentación era muy fuerte habida cuenta de los jugosísimos beneficios que la actividad inmobiliaria reportaba al resto del sector mientras las críticas externas a su inmovilismo hacían mella en su firme convencimiento de seguir impertérritos. A partir de 2006, tras la salida de Valls y con Ángel Ron ya en la presidencia, el Popular cambió de rumbo. Sin abandonar su negocio de pymes, el banco más rentable del mundo se metía de lleno en el sector inmobiliario. Fue en 2007, casi en el pico de la burbuja y a unos precios elevadísimos. ¿Un error garrafal? El caso es que muchos, en los últimos tiempos, han utilizado ese peso del ladrillo en su balance para argumentar su dramática situación. Cierto es que el entonces sexto grupo financiero del país sentía asfixia: más de 33.000 millones de euros en activos problemáticos, casi una cuarta parte de su balance, y con la cobertura más baja del sector.

Por si fuera poco, el Popular decidía en 2011 absorber el Pastor por 1.300 millones, ganando en la puja al Sabadell, ¡que mira por dónde salvaba así su propia historia! Pastor, un banco que puso en venta el Banco de España ante el temor de que no pasara los test de estrés que se avecinaban a un año vista y con un balance que estaba también repleto de créditos inmobilarios y viviendas adjudicadas.

Y en ese momento, y por decisiones varias entrecruzadas, la historia empezó a reescribir el futuro del Popular. La historia, y sus «historiadores» particulares. Y a un ritmo implacable. En la primera mitad del año se anunciaron los famosos «decretos Guindos» –por cierto, casi a la par que el segundo decreto, Bankia era nacionalizada–, que obligaban a los bancos españoles a provisionar todos esos activos problemáticos, con lo que el valor patrimonial del Pastor cayó a la mitad, una pérdida que tuvo que asumir el Popular.

Ron recibía también por entonces una suculenta oferta del presidente de La Caixa, Isidro Fainé, para formalizar una fusión entre ambos grupos financieros. No aceptó, ante el asombro de propios y extraños, dada la prestigiosa posición que iba a ocupar en el banco resultante. Una oferta que se unía a los rumores que corrían por el sector de que a la entidad le faltaban 3.000 millones para superar los test europeos. ¿Perdón? ¡Pero si aún no se sabía ni quién iba a hacerlos ni cómo!...

También recibía la sugerencia del entonces subgobernador del Banco de España, Fernando Restoy, de pasar los exámenes europeos con BMN en sus tripas, pero con ayudas públicas («los resultados serán mejores», le dijo). Ron tampoco aceptó, sin la digestión aún del Pastor, difícil digerir una entidad más con problemas, ¿cómo iban a ser mejor los resultados? (¡Claro, porque no eran financieros!...). Y varias veces tuvo que decir no a BMN, a su presidente, Carlos Egea, a emisarios empresariales del Gobierno...). El «no es no» de Ron se convirtió en «bueno, vale» del presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, varios años después y tras haber enderezado a la nacionalizada, y este mismo mes anunció la compra de BMN.

Hoy, en los esquemas de Goirigolzarri dicen que está la incorporación de otros bancos de antiguas cajas que tienen un complicado futuro. Con el beneplácito de regulador y del Gobierno. Así, muchos ven a Liberbank como el siguiente en la lista. Algunos incluso vislumbran en el futuro reescrito de Bankia la creación de un gran banco alrededor de los bancos de las antiguas cajas, si bien la diferencia con el engendro financiero que generó Rodrigo Rato será notable. «La entidad resultante está llamada a jugar un papel importantísimo en el sector», dijo De Guindos de Bankia+BMN. ¿Era este el futuro de Popular?

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