Vladimir Putin, con un grupo de atletas rusos que participaron en los Juegos Europeos de Bakú
Vladimir Putin, con un grupo de atletas rusos que participaron en los Juegos Europeos de Bakú - ABC
Dopaje en el Atletismo

Golpe a la fábrica rusa de medallas

Casi un centenar de sanciones minan la hegemonía de Rusia. «El 99 por ciento nos dopamos», admiten varios atletas

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«Puede haber alguien limpio, pero el 99 por ciento de los atletas rusos, incluso los mejores, acaban cediendo». Las declaraciones de la lanzadora rusa Evgenia Pecherina no son una simple confesión por resentimiento tras haber sido cazada dos veces dopándose y sancionada por diez años. Son una prueba más de que la máxima potencia del atletismo (líder en el medallero de los últimos Campeonatos del Mundo) está podrida por dentro. Casi un centenar de atletas rusos han sido sancionados en los últimos tres años. Y algunos de los escándalos más recientes han afectado a campeones tan relevantes como la campeona olímpica de 3.000 metros vallas Yulia Zaripova o la campeona del mundo de heptatlón Tatiana Chernova.

La factoría de medallas rusa, heredera de los métodos soviéticos y de la RDA, se ha sofisticado en el siglo XXI.

«No he sido capaz de hacer frente a la escalada de casos de dopaje», reconoció el presidente de la Federación del país, Valentin Balakhnichev, quien tuvo que abandonar su cargo como consecuencia del penúltimo de los grandes escándalos de dopaje en el atletismo ruso: el de los marchadores que entrenaba Viktor Chegin. Conocido como el «fabricante de campeones» por el dominio que había establecido en la marcha mundial, Chegin fue apartado tras conocerse que 17 de los atletas que están o han estado bajo sus tutela dieron positivo en controles antidopaje.

«Les he retirado el saludo»

Entre los marchadores suspendidos en enero destaca Olga Kaniskina, campeona olímpica en 20 kilómetros marcha en Pekín 2008 y tres veces campeona mundial. Además, fueron suspendidos Serguéi Kirdiapkin, campeón olímpico en 50 kilómetros marcha en Londres 2012 y doble campeón mundial, y Valeri Borchin, campeón olímpico de 20 kilómetros en Pekín y doble campeón mundial.

«Hace tiempo que dejé de dar la mano a estos tramposos», afirmaba ayer el marchador australiano Jared Tallent, subcampeón olímpico de 2008 y 2012 y uno de los más perjudicados por el dopaje de los marchadores rusos. Aún sigue esperando a que le den la medalla de oro de Londres: «Se demostró que Kirdiapkin se había estado dopando durante los años anteriores, pero le han mantenido la medalla olímpica. Fue la mayor broma del mundo», se queja Tallent, a quien nadie le podrá recompensar por la «decepción que se siente cuando terminas segundo detrás de un atleta que se ha dopado».

Pero el dopaje ruso no se circunscribió a las pruebas de marcha. Según las últimas revelaciones, más de la mitad (415 de un total de 800) de los atletas que presentaron valores anómalos en el periodo 2001-2012 procedían de Rusia. De hecho, los reputados especialistas en dopaje Robin Parisotto y Michael Ashendon cifran en un 80 por ciento las medallas rusas manchadas por el dopaje en los doce primeros años del siglo XXI.

Del primer puesto, al cuarto

Pese a la resistencia de un sistema engrasado durante décadas, la presión ejercida por la Agencia Mundial Antidopaje ha ido golpeando, sobre todo a partir de 2013, al atletismo ruso. De tal manera que el país líder en el medallero de los últimos Campeonatos del Mundo, celebrados hace dos años precisamente en Rusia, bajó hasta el cuarto peldaño del escalafón en los últimos Campeonatos de Europa celebrados en Zúrich. En algunas pruebas, como los 400 metros femeninos, ni siquiera lograron meter a nadie en la final.

Era el principio del fin para una era de dopaje en masa que muchos comparan con la antigua RDA: «El dopaje en Rusia está patrocinado por el Estado», denuncia Víctor Conte, el jefe del laboratorio californiano Balco que se vio salpicado por el dopaje y que ahora se redime en la cruzada contra los tramposos. Sin esa connivencia estatal hubiera sido muy difícil articular un sistema que miraba para otro lado o que incluso aceptaba mordidas para eliminar sanciones. Pese a las evidencias, el Gobierno ruso se encoge de hombros:«No nos sentimos aludidos. No tenemos nada que esconder».

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