Walker Percy, autor de «El cinéfilo»
Walker Percy, autor de «El cinéfilo»
LIBROS

Dirigido por Walker Percy

En la luminosa oscuridad de los cines de Nueva Orleans entramos para acompañar a todo un clásico, Walker Percy

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En 1962, «El cinéfilo», del debutante Walker Percy, se alzó con el National Book Award. No le faltaban rivales de peso como «Franny y Zooey», de J. D. Salinger; «Una nueva vida», de Bernard Malamud; «El château», de William Maxwell, y «El Spinoza de Market Street», de Isaac Bashevis Singer, así como otro par de recién llegados de calibre: «Trampa-22», de Joseph Heller, o Richard Yates y su «Vía revolucionaria».

Pero fue el treintañero empleado de Bolsa Jack «Binx» Bolling –dirigido por Percy– entrando y saliendo de los cines de Nueva Orleans para escapar al calor y a los mosquitos, a los «blues» de su participación en la guerra de Corea y a los latidos de su corazón, enamorado de una dantesca Beatriz (la depresiva prima Kate), quien se impuso.

Y así, «El cinéfilo» de inmediato se proyectó a clásico contemporáneo e hizo de su autor una de las figuras más raras e inasibles de la literatura norteamericana.

Canónico y olvidado

Hoy, Percy figura en el canon de Harold Bloom, «El cinéfilo» es una de las cien novelas del siglo XX para «Time», y pocos se acuerdan de él y de ella. Terrence Malick la tiene en su carpeta de posibles proyectos desde hace décadas y, de filmarla, tal vez entonces Percy (como Yates) acceda a una merecida resurrección. Mientras tanto, bienvenida sea la reposición por Alfabia de aquello que Alfaguara estrenó en nuestro idioma en 1990.

Descendiente de un clan aristocrático de melancólicos suicidas, psiquiatra y médico que nunca ejerció después de contagiarse de tuberculosis, considerado «el narrador católico más interesante junto a Flannery O’Connor», filósofo semiótico sui géneris y kierkegaardiano, y patrocinador de «La conjura de los necios», de John Kennedy Toole, Walker Percy (Birmingham, 1916-1990) siempre renegó de la etiqueta de escritor sureño.

Bollinx –Percy siempre se sintió europeo y fue definido como «un Dostoievski en el “bayou”»– es un ser universal, un «outsider». Para Bollinx –una especie de existencialista «à la» Camus & Sartre– las películas son lo que los libros de caballería fueron para don Quijote. No se puede ser más extranjero –y ser y nada– que lo que se es en la luminosa oscuridad de un cinematógrafo. Pero en animación suspendida Bollinx de pronto abandona su decisión de llevar «la vida menos ocurrente que se pueda llevar» y decide ponerse en movimiento y, sí, luces, cámara, viaje, acción.

Una voz inquietante

Percy siempre les deseaba a sus personajes «que sean capaces de solucionar sus problemas y accedan a algún tipo de felicidad. La mejor manera de conseguirlo, el modo más fácil de hacerlo, es siempre el enamorarse. Que un hombre se enamore de una mujer o viceversa. Y si ambos se enamoran entre ellos y al mismo tiempo, mucho mejor aún».

El «The End» de «El cinéfilo» parece alcanzar ese ideal. Se nos dice que Binx y Kate vivirán felices y que comerán no perdices, sino ostras. Pero hay algo que nos hace sospechar que no será del todo así. Algo nos distrae de lo que se nos muestra en la gran pantalla y nos hace prestar más atención a esa voz inquietante que, en la butaca detrás de la nuestra, nos susurra al oído que una cosa son las películas y otra cosa es la vida.

Y esa es, también, la voz de Walker Percy.

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