Fichó por el Osasuna en la 86/87, jugó en Pamplona pero se hizo del Cádiz CF poco a poco . Y de simpatizante a consejero por obra y gracia de Antonio Muñoz, presidente que lo acogió en su directiva y en la que vivió dos ascensor históricos en Las Palmas, a Segunda, y en Chapín, a Primera. En aquellas temporadas no era solo asiduo a los partidos cumbres, sino que intentaba compatabilizar sus labores mediáticas con el estar con el equipo de sus querencias personales. Se le vio en Jerez, pero también en Pontevedra, donde sufrió como uno más con el arbitraje de Arcas Piqueres.
Fue Rey Mago de la cabalgata de Cádiz, ciudad que le nombró hijo adoptivo y hasta tuvo una escuela de fútbol con su nombre. Con ese acento de inglés cachondo, pronto se enamoraría de Cádiz, donde su familia ha hecho lo propio .
Este miércoles 28 de abril se cumple un año desde que un cáncer se llevó a un hijo del cadismo hecho así mismo. Porque Michael Robinson sí que le gustaría haber nacido en Cádiz, de hecho, siempre bromeó con que tenía un antepasado gaditano.
No ha podido ver a su submarino amarillo en Primera de nuevo , pero a fe que lo sufrió sobre el césped cuando el club gaditano vivió su etapa dorada con Irigoyen en el palco presidencial.
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