Cartas

Yo objeto

Así como lo leen: yo objeto. Mejor dicho, yo objetaría si las circunstancias me lo permitieran. Esta posibilidad me la tendrían que haber dado hace más de 40 años. Pero ¿ay! No estaba el panorama para objeciones.

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El calvario duró todo el bachillerato. Los síntomas habían empezado antes, en primaria, pero entonces era más leve, más soportable, la maestra más amable. Cuando accedí al bachillerato, el profesor no tenía ojos más que para quienes ya entendían la materia antes de que él la explicara. Recuerdo el orden de lista en que preguntaba y los nombres tanto de quienes conformaban la flor y nata de esa clase como de los deshauciados. «Muy bien, nos ha dejado buen sabor de boca. Ya no pregunto a nadie más». Y si el interpelado era de los que no sabía, actuaba igual pero con el argumento contrario: «¿para qué voy a preguntar si no saben nada?».

Yo me libré. Me portaba bien y algo pude aprender. Eso y que iba bastante bien en todas las demás materias.

Me resigné desde pronto. Aquella teoría, todas aquellas operaciones enrevesadas e inútiles no eran para mi. Enseguida me desentendí de todo y empecé a considerarlo un trámite administrativo. En esa asignatura el único número que me interesaba era el 5.

A otros, recuerdo, no les fue tan bien. Aparte de suspender, esta situación de fracaso permanente y sin remisión y año tras año les acarreaba serios problemas en casa y consigo mismos. Además no tenían salida: en ese tiempo la culpa siempre recaía en el alumno. De modo que ciertos trastornos, con la perspectiva de hoy, que afectaban a algunos de mis compañeros de clase serían achacables sin duda alguna a la permanente ansiedad, al temor a enfrentarse a una sabiduría que les estaba vedada; a un profesor situado en la estratosfera; a unos padres exigentes; y a sí mismos, material de desecho con la autoestima por los suelos.

En una escuela a la carta, estos compañeros hubieran objetado. Por salud mental. El problema se plantearía si cada uno pudiera alegar diversos trastornos y objetar en cualquiera de las áreas didácticas.

Carlos García López El Puerto