SIN ACRITUD

Caerse del caballo

En estos días son muchos los que andan renegando del 'kichismo', los mismos que durante ocho años rieron las gracias a unos dirigentes nefastos para Cádiz

Ignacio Moreno Bustamante

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Esto ya no es lo que era. La vida ya no es lo que era. Antes la gente se caía del caballo por convencimiento. Como San Pablo, que después de años de encarcelar y ajusticiar cristianos vio la luz y se convirtió a la fe de aquellos a los que había perseguido sin piedad. Ahora, el que lo hace es por interés. O por pura cobardía. No se cae del corcel, lo abandona cuando ya no le resulta necesario. Es lo que tiene nuestra política actual, dominada por la mediocridad y la falta de criterio propio. Aún quedan algunas figuras que nos sorprenden, como Javier Lambán. A todos llamó la atención cuando se ausentó del Senado para no votar a favor de la ley de amnistía. «Esta ley está agravando el problema de convivencia en el resto del país y perjudicando la salud de la democracia. No quiero ser desleal conmigo mismo», dijo. Aplauso generalizado. Loas a su decisión. Valiente, le dijeron. No es para menos. Aunque tiene sus matices. En realidad, no es una caída del caballo propiamente dicha. Sobre todo porque sigue militando en el 'sanchismo'. Pero algo es algo. Infinitamente más valiente que su compañero García–Page, que todo lo hace de boquilla. Y desde luego a años luz de cientos y cientos de cargos socialistas cuya moral es infinitamente menos fuerte que su miedo a perder el sueldo y las prebendas.

Por aquí por Cádiz se cuentan por cientos también los que andan cayéndose de otro caballo, el del 'kichismo'. A buenas horas. Durante ocho años, ocho, no dijeron ni mú. Es más, se hacían fotos sonrientes. Le reían las gracias. Justificaban sus excentricidades y su falta de respeto por la institución a la que representaba. En privado lo ponían como los trapos, eso sí. Pero públicamente todo era «jiji jaja». Ahora, la mayor parte de ellos se rasgan las vestiduras porque el que fuera alcalde de Cádiz nombraba cargos de confianza a dedo. Personas que no tenían ni la más remota idea de lo que es esta ciudad. Llegados de Madrid, como el tal Barcia, que hizo y deshizo a su antojo en San Juan de Dios durante años. Y que cuando dejó de cobrar un sueldo público si te he visto no me acuerdo. O el que fuera concejal de Hacienda, José Ramón Páez. A algunos los 'fichó' directamente de Marinaleda, con condena en firme por asaltar supermercados. Salvo honrosas excepciones, la mayor parte de los integrantes del equipo de Gobierno de Kichi –tanto en el primer como en el segundo mandato– eran sencillamente iletrados. Sin oficio ni beneficio. Y sus asesores externos, pues eso, externos. Nacidos y criados muy lejos de Cádiz. En algún caso ni siquiera la habían pisado antes del año 2015. Impuestos por Podemos en la primera etapa y por Adelante Andalucía, o como se llamaran, en la segunda. Todo eso se sabía. Todo eso se consentía por los mismos que ahora ponen los ojos como platos y aseguran no dar crédito a lo que ven sus ojos y oyen sus oídos. Se consentía y se aplaudía. Sencillamente porque era el que mandaba. Es lo que tiene el poder, que atrae. Que ciega a quien lo ostenta y atonta a los que le rodean. Si había que caerse del caballo era entonces. Ahora no sirve de nada. Sólo demuestra cobardía y mediocridad. Era entonces cuando había que denunciarlo, cuando la ciudad estaba gestionada por personas que no estaban capacitadas para hacerlo. Y que nos hicieron perder un tiempo –nada menos que ocho años– precioso. Ni siquiera vale el consuelo del 'más vale tarde que nunca', porque ya ni siquiera están. Cómplices, es lo que fueron. Y cobardes, es lo que serán siempre.

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