Un manjar gallego

Cómo un blanco y sencillo gallego, de uva albariño, puede quedarse en el corazón de manera eterna

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Un vino gallego, un grupo de gente joven, un laboratorio de ideas, una cena. Un vino gallego, albariño por más señas. Un barrio valenciano, una noche espléndida. Ruta 49, blanco envuelto por la frescura y la sencillez, descansado y ligero, gente joven (la hay gallega) a la mesa. Un maridaje de edades donde uno queda fuera, de edades maravillosas entre la veintena y la treintena.

Una cena con Ruta 49, una crema de calabaza, un taco de pollo, una ensalada de aguacate y parmesano, un timbal de ternera. Laboratori Carme, parada y fonda en Valencia. Un espacio privado para una cena, una cata o incluso el caso que nos ocupa, ese vino gallego de albariño, tan fino y fresco que das cuenta de la botella, con esa comida tan sensata como perfecta.

Viñedos jóvenes de albariño, desde donde si no se vislumbra el mar se siente su presencia, al norte de Pontevedra. Y jóvenes hombres y mujeres que son como ese mismo mar de olas frescas, vivos, calmados a la vez, ansiosos de aprender cómo una copa de vino puede quedarse en la memoria. Cómo un blanco y sencillo gallego, de uva albariño, puede resultar un manjar y quedarse en el corazón de manera eterna.

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