Uno de los habitantes de Korukoy, junto a una fachada llena de balazos
Uno de los habitantes de Korukoy, junto a una fachada llena de balazos - ABC

Toque de queda en el corazón de la guerrilla del PKK

La población del Kurdistán turco vive atrapada entre el terrorismo de la guerrilla y la brutal represión del Gobierno

ENVIADO ESPECIAL A KORUKOY Actualizado: Guardar
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Vetha Aykut no tiene que abrir la puerta para entrar en su casa. También se quemó. En el interior queda poco más que las paredes de piedra ennegrecidas por las llamas. «¿Por qué le prendieron fuego? ¿Qué hemos hecho nosotros?». Pero el paso de los militares por su pueblo ha dejado más desgracias para Vetha: su marido en estos momentos continúa encarcelado y «herido de gravedad».

«La mitad de los animales del pueblo han muerto porque no podíamos alimentarlos», dice un vecino

Entre el 11 de febrero y el 2 de marzo la pequeña aldea de Korukoy (Xerabe Bava, en kurdo) permaneció aislada del exterior debido al toque de queda militar impuesto. Nadie podía salir de su casa ni para las tareas más básicas.

«La mitad de los animales del pueblo han muerto porque no podíamos alimentarlos», dice un vecino. Mientras el Gobierno mantenía el bloqueo, denuncias de abusos contra los residentes comenzaron a surgir.

Los toques de queda son la medida preferida por el Gobierno del islamista AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) para combatir contra la guerrilla del PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), catalogada como terrorista por la Unión Europea. Ankara y la milicia kurda mantienen una sangrienta guerra que ha causado más de 40.000 muertes desde 1984.

«A mi marido le pegaron una paliza y le tuvieron tirado dos días en la calle, en el frío. Pensaron que había muerto», cuenta Vetha Aykut, mientras enseña otra estancia de su casa. Aquí no llegó el fuego, pero los agujeros de bala se extienden por toda la pared blanca. «Dispararon desde fuera. Menos mal que no había nadie».

«Me golpearon en la cabeza y también cogieron a mi bebé y lo tiraron con fuerza contra la cama»

La mujer no estuvo en la aldea durante la operación militar. Menos suerte tuvieron otros vecinos, como Sabri Bayhan. «Cuando comenzaron a disparar yo me escondí aquí, en esta esquina, detrás de esta puerta metálica», recuerda el hombre desde el interior de su hogar. «Y todo por nada. Aquí no hay nada». O como Cihan Dogan. «Me golpearon en la cabeza y también cogieron a mi bebé y lo tiraron con fuerza contra la cama porque les dije que no sabía dónde se escondían los guerrilleros», asegura antes de añadir que ahora los dos se encuentran en buen estado.

Los testimonios de abusos continúan. «A muchos, incluidas mujeres, los cogían y los reunían durante horas fuera de las casas, descalzos en el frío», relata otro joven que no quiere dar su nombre. Hasta 24 residentes de Korukoy, según datos del Centro para la Memoria, organización centrada en la defensa de derechos humanos, fueron liberados tras ser detenidos durante el toque de queda. En cambio, otros seis han sido arrestados y acusados de «asistir a una organización terrorista». Abdi Aykut, el marido de Vetha, se encuentra entre ellos.

Testimonios diferentes

Una foto de Abdi, con la cara ensangrentada, circuló por las redes sociales y puso rostro a la situación de Korukoy. Su hija Sehriban le ha podido visitar recientemente, según cuenta a través del teléfono. Dice seguir preocupada por su estado de salud y no saber nada sobre cuándo se celebrará el juicio.

Preguntas sobre la legalidad de lo sucedido a Abdi Aykut llegaron incluso al Parlamento turco. Allí el ministerio del Interior, Süleyman Soylu, respondió que en Korukoy «nada se ha hecho excepto aplicar el Estado de derecho». «Hemos buscado la casa durante cinco meses», señaló en referencia al hogar de Abdi Aykut. «La casa de este anciano da cobijo a los terroristas». No obstante, los testimonios de los residentes no encajan por completo con la versión del ministro. Y tampoco con las denuncias surgidas durante el toque de queda, que aseguraban que no había miembros del PKK en el pueblo. Un joven, que prefiere mantener el anonimato, muestra a las afueras del pueblo varios túneles y cuevas utilizados, explica, por los militantes. Junto a uno aún había prendas de vestir.

Y de vuelta en la aldea: «Parece que aquí había dos guerrilleros escondidos», dice el joven junto a una pequeña cueva en el jardín de la casa de Abdi Aykut. «Preguntaron de quién era la vivienda y alguien del pueblo dijo que de Abdi. Entonces fueron a buscarle, porque en esos momentos estaba en otra casa, y se cebaron con él».

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