Los dispositivos de Emergencias, en el metro de Maelbeek
Los dispositivos de Emergencias, en el metro de Maelbeek - AFP

«Es lo peor que he visto en mi carrera», lamenta un bombero

Los forenses tratan de identificar a las 31 víctimas, mientras temen que aumente la cifra de fallecidos

Madrid Actualizado: Guardar
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«Creo que es lo peor que he visto en mi carrera», aseguraba ayer Pierre Meys, un bombero belga que se desplazó al aeropuerto de Zaventem tras producirse las dos explosiones que segaron la vida de 11 personas y provocaron heridas a al menos 81 personas. A ellos se suman los 20 muertos causados en la explosión en el metro, y más de un centenar de heridos (17 de ellas de gravedad). Cifras que aún no son definitivas y podrían aumentar.

La prudencia o el desconocimiento hicieron que ayer no trascendieran de manera pública las identidades de los fallecidos, y tampoco sus nacionalidades. Muy variadas si tenemos en cuenta que uno de los lugares elegidos para los atentados es un aeropuerto internacional de bastante tránsito.

Lo que sí circularon de manera abundante fueron los testimonios de aquellos que vivieron en primera persona o tuvieron un contacto directo con los escenarios de la tragedia. «He visto heridas de guerra», declaraba Meys a la BBC. Sangre por todas partes y cuerpos descuartizados ofrecían una imagen dantesca. «Había un caos increíble, víctimas por todas partes», explicaba a una televisión belga Alphonse Youla, encargado de llevar el equipaje. Recuerda que escuchó que alguien gritaba algo en árabe poco antes de la explosión. Algo que no llegó a comprender.

Cerca de un restaurante, los empleados y los clientes se habían tirado al suelo cuando vieron cómo caían trozos del edificio tras la detonación. Valerie, una empleada, señala que fue «terrible. Auxilié a los heridos que pude con la ayuda de un compañero. Había docenas de heridos».

Docenas de heridos

Las escenas se repetían en la estación de metro de Maelbeek. Andrew Carroll contaba así su experiencia a «The Guardian». Habituado a tomar el metro desde Herrmann-Debroux a Maelbeek, donde trabaja en la misión japonesa para la UE, se suele sentar al final del vagón porque cree que esto puede salvarle la vida. Tal vez lo hizo en esta ocasión. «Siembre tomo la salida más pequeña que lleva a Chaussée d’Etterbeek, que está más cerca del final del metro y de mi oficina. La mayoría de la gente va por la más grande, que da a la «rue de la Loi», que es la vía principal que conduce a la sede de la Comisión Europea y el Consejo», explica.

«Llegué a Maelbeek a la hora de siempre y esperé frente a las escaleras mecánicas. Unos segundos más tarde escuché dos ruidos agudos que parecían venir detrás de mí, y de repente llegó una oleada de aire caliente. Inmediatamente, las escaleras mecánicas se pararon, las luces se fueron y una lluvia de polvo calló desde el techo. Oí varios gritos y todo el mudo comenzó a correr hacia arriba para salir a la calle».

Una vez fuera, Carroll comprobó que el suelo estaba lleno de cristales rotos. «Todos corrimos hasta llegar al pub Wild Geese, situado a 100 metros. La gente empezó a salir de las oficinas y de los cafés para preguntarnos qué es lo que sucedía. Estabamos aterrorizados. Los servicios de emergencia llegaron y acordonaron la zona, obligándonos a retrocer aún más», relata. De camino a su oficina, recuerda que vio a mucha gente que estaba muy mal herida y cubierta por el polvo de la explosión. «Ahora estoy sentado en mi despacho intentado procesar lo que ha sucedido».

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