El presidente Mauricio Macri, el pasado 1 de diciembre
El presidente Mauricio Macri, el pasado 1 de diciembre - EFE

Un año de Mauricio Macri en Argentina: del coma al pronóstico reservado

El líder conservador ha abierto de nuevo el país al mundo, pero no logra doblegar la inflación y la pobreza

BUENOS AIRES Actualizado: Guardar
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Un día como hoy, hace un año, Mauricio Macri protagonizaba la ceremonia de investidura presidencial más insólita del siglo. Su antecesora, Cristina Fernández, viuda de Néstor Kirchner, se negaba a entregarle el bastón y la banda presidencial en la Casa Rosada. Federico Pinedo, presidente provisional del Senado, lo haría en su lugar. La escena, sin precedente en la historia argentina, sería un botón de muestra de lo que le esperaba vivir –y descubrir– al primer presidente argentino, en 99 años, que no era ni peronista ni radical.

Aquella jornada se completó con la designación del actual Gabinete de Gobierno. Los nombramientos salieron publicados en el Boletín Oficial del Estado y, con unas horas de diferencia, coincidieron con otra edición del BOE donde Cristina Fernández designaba a cerca de un centenar de cargos y hasta a Enrique Luis Vaca Narvaja de embajador en Panamá.

No hay una cifra precisa del tiempo que dedicó Maurici Macri a anular las disposiciones de la recta final de la gestión de la viuda de Kirchner pero no fueron pocas. Desde que el presidente de Argentina ganó el ballotage, –con algo más del 51 por ciento–, la mujer que cerró doce años ininterrumpidos de ciclo «K» y sus ministros se ocuparon de dejarle minado el campo de la gobernabilidad. Buena parte de las bombas de tiempo fueron instaladas, deliberadamente, por un gobierno que hizo de la corrupción una vocación y de la economía una tesis de lo que no debe ser. Aún así, el presidente de Argentina, con sus luces y sombras, se mantiene firme.

Mauricio Macri sabía que debajo de la alfombra del kirchnerismo se acumulaba suciedad pero nunca pensó que «al levantarla iba a descubrir las toneladas de basura que hemos visto», confía uno de sus asesores.

El economista Roberto Cachanosky reflexiona: «El pecado del macrismo fue no contar, desde el primer momento, la terrible herencia recibida. El estado real y calamitoso de Argentina», observa. Autor de, entre otros libros, «El síndrome argentino» advierte: «Los ciudadanos sufren una ajuste severo que no se les ha explicado bien. Por eso, el nivel de tolerancia con el Gobierno esté empezando a agotarse».

La devaluación del «50 por ciento de la moneda se tradujo en un país mucho más caro. Es decir, provocó el efecto contrario al esperado. El éxodo de los argentinos a Chile para ir de compras lo ilustra con precisión», describe. La palabra maldita que asoma detrás de esa imagen, que se repite los fines de semana, de caravanas de automóviles cruzando Los Andes es conocida: «Inflación, en torno al 40 por ciento. El poder adquisitivo se ha hundido», sentencia el también director del portal EPT (Economía para todos). Un ejemplo le sirve a Cachanosky para explicar que «el cambio de la moneda está distorsionado: Un café en Buenos Aires cuesta lo mismo que en París y Argentina no es Francia», puntualiza.

Tapar agujeros

El kirchnerismo que prometía hacer una oposición descarnada se partió en un abrir y cerrar de ojos. En el mes de febrero la fuga de una docena de peronistas «ultra K» del bloque del Congreso, encabezada por el diputado Diego Bossio, le facilitó al Gobierno una primera etapa de relativo sosiego pero la última se lo está poniendo cuesta arriba.

«El presidente se levanta todas las mañanas para ver cómo resuelve un problema pero no tiene un plan económico», lamenta Cachanosky. Lo curioso es que este gobierno es el que concentra mayor número de CEO y economistas de la historia. El número uno, sin duda, es el ministro de Hacienda, Alfonso Prat Gay, el hombre que en tiempo récord logró resolver la deuda histórica con los «holdouts» (acreedores que no aceptaron reestructuraciones tras la crisis del 2001-02), salir de la cesación de pagos, abrir el cepo cambiario que permite flotar con mínima intervención la moneda, y permitir a los argentinos acceder libremente a la compraventa de divisas. Y todo, sin que Argentina saltara por los aires.

Con esas salvedades, para Cachanosky, «en términos estrictamente económicos, no ha cambiado casi nada». «Cristina financiaba el déficit emitiendo moneda y este Gobierno lo hace tomando deuda». En ese contexto, la «lluvia de inversiones» con la que soñaba el gobierno se parece más a un goteo comedido. «La carga impositiva a los beneficios de las empresas es del 35 por ciento, la más alta de Latinoamérica donde la medida es del 27,3 por ciento, en la Unión Europea del 20,48 y en la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) del 25», detalla. Esto, añade, «significa que Argentina no es competitiva para atraer inversiones».

Analía del Franco, titular de la consultora del mismo nombre. analiza la percepción de la calle, «la sociedad está dividida en mitades: opositores y oficialistas» pero «considerando la decepción que hay con la gestión, resulta beneficioso para el gobierno». En la misma línea opina Raúl Aragón, «Macri tiene una imagen positiva del 50 por ciento frente a una negativa del 45 por ciento. Está en el límite pero si baja del 50 tendrá problemas de gobernabilidad».

Bailar con el enemigo

El profesor y economista Raúl Ochoa identifica, entre otros aciertos, la capacidad de «sobrellevar el gravísimo problema de tener que lidiar con un 32 % de población pobre y un 46 % de empleo informal», un escenario, «representado a través de un entramado de organizaciones sociales de muy difícil manejo y de elevada conflictividad», analiza. Los internacionalmente conocidos piqueteros no han perdido el poder que les entregó el kirchnerismo. Parecería, incluso, que con Macri lo aumentan.

La relación con estos es una de las aristas que advierte Ochoa. «La solución no es entregarles 30.000 millones de pesos, asegurarles la incorporación de cooperativas y otorgarles derechos formales a trabajo informal» observa sobre las concesiones de administración de recursos del Estado. «La solución es trabajar con ellos para encontrar el modo de incorporarlos al trabajo formal. De otra manera –pronostica- Argentina no tendrá futuro». Raúl Aragón añade:«Tenía que haber creado una red de contención social y no darle al enemigo ese pode». Dicho de otro modo, que el Gobierno asumiera su función y no la cediera.Ese contexto, añade Aragón, «con un aumento de la pobreza de dos puntos».

Ignacio Zuleta insiste en que hay que ser tolerantes y «cualquier balance es prematuro. La gestión es difícil. Macri, hace lo que puede».

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