La Asamblea en la sede de la Liga Árabe en El Cairo
La Asamblea en la sede de la Liga Árabe en El Cairo - ABC

Marruecos rechaza ser anfitrión de la Liga Árabe «por la vaciedad de su agenda»

La organización panarabista, que cuenta con 22 países miembros, vive la mayor crisis de sus 70 años de historia

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Si alguien piensa que la organización internacional más desacreditada e impotente del mundo es la ONU debería echar un vistazo a la Liga Árabe para matizar su impresión. Fundada en 1945 en Egipto para fortalecer los lazos entre naciones árabes y musulmanas y crear un bloque mundial de presión, la Liga Árabe vive quizá sus momentos más agonizantes. Buen botón de muestra es la decisión de Marruecos de no ser anfitrión de la 27 cumbre de la Liga, prevista en Marrakech para el próximo 6 de abril. Mauritania ha aceptado finalmente el encargo aunque la reunión se ha retrasado a julio.

El Rey Mohamed VI ha dicho sin ambages que no está dispuesto a presidir una reunión de líderes de 22 países solo para una foto “que daría la falsa impresión de unidad y solidaridad entre los árabes”.

El comunicado oficial del Ministerio de Exteriores marroquí cita también “la falta de decisiones importantes y de iniciativas concretas” en la agenda de la cumbre.

Basta recorrer la lista de los más prominentes de sus miembros para advertir el rompecabezas de conflictos e intereses que difícilmente pueden atribuirse a la diplomacia norteamericana o a las cañoneras rusas. Siria fue suspendida tras el levantamiento armado en 2011, y su silla en la Liga la ocupan hoy dudosos representantes de los rebeldes. Como es lógico, el autoproclamado califato de Siria e Irak -Daesh- no ha sido invitado a la organización, como tampoco el frente Al Nusra, el brazo armado de Al Qaida en Siria.

Arabia Saudí, miembro fundador de la Liga Árabe junto a Egipto, interviene en la guerra civil de otro de los socios originales, Yemen, además de en la de Siria. Riad quiere derrocar al dictador sirio Al Assad, a quien apoyan las milicias chiíes del Líbano (otro socio fundador de la Liga). Desde la llegada al poder de la minoría chií en Irak (otro de los primeros del club panarabista), el régimen de Bagdad y el suní fundamentalista de Riad no se miran a la cara. Somalia y Libia, dos extensos, e intensos, miembros de la Liga, están sumidos en una guerra civil y son ejemplos de Estados fallidos que nadie se atreve a reconocer. Argelia y Túnez han salido del túnel del radicalismo yihadista, y lo último que desean es respaldar un bloque de propuestas antioccidentales. Con este panorama, ¿quién puede atreverse a criticar la renuncia de Marruecos al privilegio de ser anfitrión?

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