Envidia de Alemania

Al analizar procesos electorales llama la atención el nivel de paternalismo y mangoneo que pueden llegar a destilar algunas democracias. Demasiados sistemas políticos, incluso de referencia, no ocultan una profunda desconfianza hacia sus votantes. Por eso, no deja de resultar envidiable que un país como Alemania –incluso a pesar del avance del nacional-populismo– insista en tratar a sus votantes como adultos:

– A los alemanes no se le manda al rincón de pensar de la jornada de reflexión ni se les toma por necios con la prohibición de publicar encuestas en vísperas de los comicios.

– Casi la mitad de los miembros del Bundestag son elegidos por votación directa de los 299 distritos electores en los que se divide Alemania. El resto, a través de listas cerradas a nivel estatal. Se puede optar por diferentes formaciones en una misma papeleta.

– El propio sistema, a partir de lecciones dolorosamente aprendidas en los años 30, fuerza la búsqueda de consenso y la corresponsabilidad. Desde Adenauer en la década de los 50, todos los cancilleres han requerido de coaliciones para gobernar.

– Los líderes alemanes no solo debaten antes de la campaña sino que en la misma noche electoral participan en la llamada "ronda de los elefantes". Un debate de resultados que sirve para compartir los primeros indicios sobre cómo puede lograrse una mayoría de gobierno.

– La solidez intelectual, por lo menos en la primera fila del bipartidismo alemán, se encuentra entre lo más alto del percentil internacional. Ejemplo: la fiesta de cumpleaños de Merkel con una conferencia del historiador Jürgen Osterhammel sobre la globalización en el siglo XIX.

– A cambio los votantes tienden a recompensar en las urnas a políticos que encajan dentro del cliché que los propios alemanes tienen de sí mismos.