David Gistau

El ecosistema del pantano

El hecho de que el trumpismo mutara en musical de Broadway en un lugar con semejante gravedad y tanto peso político puede ubicarse dentro de un proceso político ya empezado y que Trump llama «Dry The Swamp»: secar el pantano

David Gistau
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El pasado martes, el equipo de transición de Trump convocó al cuerpo diplomático para una cena en el Mellon Auditorium. El lugar fue elegido por su enorme carga simbólica ya que, entre otros acontecimientos, es donde quedó firmado el acuerdo de creación de la OTAN en 1949. Los embajadores se mezclaron en las mesas con entusiasmados donantes de Trump llegados a la ciudad para el fin de semana inaugural: uno necesitó atención médica al atragantarse durante la cena. Con cierto sentido del espectáculo, un «speaker» anunció las apariciones por sorpresa, casi saliendo de una tarta, del futuro Secretario de Estado, Rex Tillerson, y del propio Donald Trump. El todavía presidente electo agarró un micrófono y, después de prodigarse durante unos minutos en un monólogo de humor influido por sus tiempos de «rat-pack» en Atlantic City -dijo de Tillerson que allí por donde pasa se lleva el petróleo que hay-, pidió un aplauso para unas actuaciones musicales.

Delante de un Capitolio de atrezo, comenzó un número de musical, con generoso cuerpo de baile y coreografías, que cantó unas canciones que versaban sobre lo afortunado que es el país por haberse encomendado a las manos de Donald Trump. Terminada la velada, los diplomáticos recibieron como regalo una moneda con la efigie de Trump y la Casa Blanca al fondo.

El hecho de que el trumpismo mutara en musical de Broadway en un lugar con semejante gravedad y tanto peso político puede ubicarse dentro de un proceso político ya empezado y que Trump llama «Dry The Swamp»: secar el pantano. El pantano es Washington, con sus élites al 90% demócratas y sus «lobbies», con sus profesionales de la política y la intriga que constituyen esa «casta» envenenada que Trump quiere purgar incluso cambiando el significado de sus santuarios políticos. Trump pretende fabricar un entorno nuevo en Washington, más parecido en términos humanos al arquetipo de su votante, que le pide el cumplimiento de un desquite social contra la antigua clase dirigente que ocupa entera la capital. En el Mellon anunció incluso la llegada del ejército de Chris Cox, los «moteros por Trump», que, en palabras propias, acuden a Washington para formar «una muralla de carne» que proteja al presidente de los miles de manifestantes que protestarán durante todo el fin de semana en las diversas concentraciones convocadas. Los moteros de Cox, que son los mismos que a menudo salen a las autopistas a escoltar las comitivas funerarias de los soldados caídos en combate que regresan para ser enterrados en casa, recuerdan la relación que Vladimir Putin tiene con Alexander Zaldostanov, alias «El cirujano», jefe de «Los lobos de la noche».

Washington y sus cabilderos se sienten amenazados por Trump porque temen perder un sentido patrimonial del poder. La ciudad ya activó un sistema inmunológico que detecta un cuerpo extraño en el trumpismo y que intentará expulsarlo. No hay una tertulia entre periodistas y políticos de la endogamia del Potomac en la que no se augure ya que gente con tan escasa experiencia política no logrará entender el funcionamiento de Washington ni sobrevivirá a la ciudad. Va a ser una hermosa pelea, sobre todo si también la libran los moteros de Cox.

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