La candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, durante la convención de Filadelfia este viernes
La candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Hillary Clinton, durante la convención de Filadelfia este viernes - AFP

Clinton parte a la conquista de la clase media seducida por Trump y Sanders

La candidata sale reforzada de Filadelfia por un show político impecable

ENVIADO ESPECIAL A FILADELFIA Actualizado: Guardar
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Todavía quedaban ayer restos de globos pinchados, pancartas y confeti en el parquet del Wells Fargo Center, y Hillary Clinton ya se había subido a la caravana electoral, con un mitin en la cercana Universidad de Temple. El tiempo de felicitarse por el hito histórico de colocar a una mujer como candidata presidencial se ha agotado. A Clinton le quedan tres meses por delante para recuperar el caladero de votos de la clase media blanca –engatusada por Donald Trump y Bernie Sanders– y pescar en aguas ajenas, como los republicanos moderados que ven la presidencia del multimillonario neoyorquino como una amenaza.

La Convención demócrata ha reforzado la posición de Clinton. Fue un show político diseñado a la perfección, con un ritmo ascendente en los cuatro días que duró, con «ratings» de televisión muy superiores a la Convención republicana y que consiguió varios objetivos.

En primer lugar, aplacó la revuelta de los seguidores de Sanders. El senador por Vermont pidió en todas sus intervenciones que el partido la apoye y los discursos de los pesos pesados del partido –desde Barack Obama a Bill Clinton– logró cambiar la narrativa de la Convención: de las protestas, al cierre de filas en torno a la nominada.

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«Yo soy soy una admiradora de Bernie Sanders», confesaba a ABC la senadora por Wisconsin, Tammy Baldwin. «Pero nos tenemos que unir entorno a Hillary». Una opinión similar expresaba Diana Hatsis-Neufhoff, delegada de Florida: «Yo apoyo a Bernie, pero votaré por ella porque Trump es una amenaza real».

Antes de la Convención, una encuesta aseguraba que el 85% de quienes habían votado a Sanders durante las primarias secundarían a Clinton. Terry, una activista de Sanders, protestaba justo concluida la Convención. Se quitó un esparadrapo negro de la boca –una señal de protesta ante la parcialidad del partido a favor de Clinton– para decir que el «establishment» había «robado» las primarias y que «el 80% de la gente de Sanders no votará a Clinton».

El tiempo dirá si la unificación del partido en torno a Clinton es real o solo una sensación transmitida por una Convención impecable. Lo cierto es que Hillary necesitará al ejército de jóvenes votantes, independientes y sectores de la clase media que se alistaron con Sanders. También en esa clase media es donde tendrá que pelear cuerpo a cuerpo con Trump. El discurso de Hillary, con una batería de propuestas económicas para contentar a los seguidores de Sanders, se dirigió a esa población descontenta, empobrecida y con cada vez menos oportunidades.

El populismo de Trump, su promesa de acabar con los tratados comerciales que han impactado en la industria estadounidense, ha seducido a una buena parte de ellos y su voto en estados bisagra será una de las claves de las elecciones. Si al principio de las primarias se contaba que un enfrentamiento entre Clinton y Trump sería pan comido para la demócrata, hoy su campaña es consciente de que va a tener que arremangarse. No es casualidad que Clinton se haya quedado haciendo campaña en Pensilvania, un estado que no es republicano desde 1988 y donde Trump le saca una ventaja mínima.

Kaine, perro de presa

Por ello, el segundo objetivo de la Convención fue intensificar los ataques contra Trump, en la antesala de lo que será el resto de las elecciones. «No tiene ni idea de lo que es la clase media», dijo el vicepresidente Joe Biden, en la ofensiva más furibunda de la semana. «No tiene ni idea de nada, punto». El que buscará ser su sucesor en el cargo, Tim Kaine, se confirmó no solo como un caramelo para atraer a los republicanos moderados: también como el perro de presa contra Trump, al que dedicó buena parte de su discurso, incluso con imitaciones socarronas. Hubo intervenciones completas dedicadas a su figura y Barack Obama y Hillary Clinton desplegaron argumentos contundentes contra la amenaza que supone el multimillonario.

La convención trató, con menos fe, de ofrecer un retrato más cercano y personal de Hillary Clinton, en un intento de paliar su principal déficit con el electorado: la mayoría de los estadounidenses –un 67%– no confían en ella; incluso un 20% de los demócratas tienen una mala opinión de ella, el porcentaje más alto para un nominado demócrata del último cuarto de siglo. La dificultad de cambiar esa percepción –sobre todo después de un año en el que la campaña de Sanders no ha dejado de asociarla con los abusos de Wall Street y con la corrupción electoral– ha empujado a su equipo a centrarse en minar la credibilidad de Trump, en presentarlo como un loco apocalíptico. En un cambio de los roles tradicionales de los dos grandes partidos, los demócratas se han situado en el optimismo y el patriotismo –tanto Obama como Clinton hicieron referencias a Reagan en sus discursos– mientras que los republicanos han tratado de retratar un país en declive y necesitado de un salvador. Habrá que ver si el éxito aparente de la Convención demócrata se materializa en un empujón en las encuestas para Clinton, que, antes de la misma, se vio sobrepasada por Trump.

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