María Jesús Álava Reyes, en el Palacio de la Magdalena, en los cursos de la UIMP
María Jesús Álava Reyes, en el Palacio de la Magdalena, en los cursos de la UIMP - JUAN MANUEL SERRANO ARCE

«La educación no está contribuyendo a desarrollar la inteligencia emocional en los niños»

La psicóloga María Jesús Álava Reyes reflexiona sobre cuál es la manera para conseguir que niños y adultos sean felices

Santander Actualizado: Guardar
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Aprender a quererse a uno mismo y, sobre todo, a perdonarse. Esta es una de las bases que, María Jesús Álava Reyes, psicóloga y directora de Apertia Consulting y de la clínica de psicología Álava Reyes, asegura que puede acercar a las personas a la felicidad. Sin embargo, la educación que los padres dan a sus hijos también es clave no solo para alejar a los niños del sufrimiento, sino también a los adultos.

Álava Reyes, autora de varios libros relacionados con su materia, partcipa en Santander en el curso «Cómo mejorar el estado de ánimo y la calidad de vida», organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Durante sus ponencias, trata de acercar a los asistentes al Palacio de la Magdalena a la felicidad, transmitiéndoles las claves para lograr afrontar el sufrimiento.

¿Cómo se puede evitar el sufrimiento?

Siendo conscientes de nuestros pensamientos, de que la mayoría de las veces sufrimos por temas que no son tan importantes, son evitables, y que no son las circunstancias las que condicionan nuestra vida, sino la actitud con la que afrontamos el día a día. Ante circunstancias muy difíciles, hay gente que las vive bien, y hay personas que con una vida regalada son tremendamente infelices.

¿De qué manera se puede controlar esa actitud con la que afrontamos el día a día?

Primero, lo que tenemos que hacer es intentar conocernos mejor, conocernos en profundidad. Y para ello, deberíamos llevar siempre un lápiz o directamente en el móvil, para apuntar, cada vez que nos sentimos mal, qué estamos pensando en ese instante. Y lo mismo cada vez que nos sintamos bien. Al cabo de un par de días veremos que la mayoría de las veces, cuando nos hemos sentido mal, los pensamientos que hemos apuntado no son demasiado racionales, a veces son poco objetivos, a veces incluso distorsionados. En muchas ocasiones son interpretaciones erróneas que hacemos. Pero nuestra mente, nuestro cerebro, se cree fielmente lo que pensamos y es el pensamiento el que produce la emoción, el que produce el sufrimiento. Si nosotros conseguimos modificar esos pensamientos, pararlos cuando están en automático y luego reconvertirlos para que luchemos contra las dificultades y no nos dejamos hundir, cambia nuestra actitud frente a la vida, y con ella nuestro estado emocional. Si controlamos nuestros pensamientos, seremos dueños de nuestras emociones.

¿Y cómo se pueden llegar a controlar esos pensamientos?

Una vez que eres consciente, hay una serie de técnicas que podemos aplicar, que intento detallar mucho en «La inutilidad del sufrimiento», uno de mis libros, que es, cuando nos afecta mucho, tenemos que parar el sufrimiento. Y la mejor forma de pararlo es intentar llevar nuestro pensamiento a otro sitio. Puede ser algo que nos interese mucho, pero que no nos cause tensión, o algo simplemente que nos distraiga. A veces nos podemos hacer incluso pequeñas preguntas mentales, juegos de palabras… etc. Trasladar nuestro pensamiento a otro sitios, nos centramos en la actividad que tengamos en ese momento, dándonos órdenes a nuestro cerebro. Sea la actividad que sea, aunque sea cenando, da igual. Es decir, lo que tenemos que hacer es dar órdenes a nuestro cerebro para que se centre en lo que está haciendo, porque si no le damos órdenes, cuando nos sentimos mal de nuevo va a ir al pensamiento que nos hace causarlo.

Luego hay que tener siempre que podamos una interacción con los demás (preguntar algo a alguien, llamar a alguien por teléfono…) o hacer un poquito de ejercicio. El ejercicio físico produce una modificación en nuestros neurotransmisores que hace que nos sintamos bien. Pero si intentamos hablar con una persona que nos caiga bien, un amigo, normalmente cambia también nuestro estado de ánimo. Y hay un tema que es fundamental: tenemos que aprender a ser nuestros mejores amigos, porque somos las únicas personas que vamos a estar permanentemente a nuestro lado. Y para ser nuestros mejores amigos, una de las cosas que deberíamos hacer, es cada hora, por ejemplo, decirnos algo agradable, porque cuando estamos mal en un espacio de una hora son tantos los pensamientos negativos que nos vienen a la cabeza que tenemos que intentar contrarrestar, tener una actitud de cierta positividad ante la vida, de tal manera que ante las dificultades, veamos que son una oportunidad siempre para aprender. Y cuando fallamos, somos personas y cometemos errores, y eso es algo que tenemos que saber asumir. Para ser felices, tenemos que aprender a perdonarnos. Tenemos que perdonarnos bien, querernos mejor, y coger las riendas de nuestra vida.

En este aspecto, ¿qué papel juega la inseguridad de cada uno?

La inseguridad, como la poca confianza en uno mismo, es un elemento muy perturbador. La inseguridad mina nuestras defensas, nos impide creer en nosotros mismos. Ante cualquier dificultad, inmediatamente la agranda, ve peligros por todas partes, y hace que nuestros pensamientos sean muy inseguros. Siempre decimos que tenemos que empezar por conocernos bien, en profundidad, y cuando tenemos inseguridad, miedo, desconfianza, es lo primero que tenemos que empezar a trabajar. Por eso comentaba que nos tenemos que perdonar, porque hay gente que sienta mal porque tiene un fallo, que a lo mejor hace mucho tiempo pero sigue presente en él, entonces te tienes que aprender a perdonar. Y a partir de ahí realmente dirigir tu vida. Si no, la gente que tiene mucha inseguridad, es muy manipulable, tremendamente manipulable, y esto es una de las cosas más trágicas que puede suceder. Los jóvenes actuales tienen una inseguridad en sí mismos, y cuando hemos analizado por qué, entre otras cosas es producto de una educación donde les hemos sobreprotegido en exceso. Y esa sobreprotección ha hecho que les hayamos impedido enfrentarse a las dificultades, no tienen resistencia ante la frustración. Y ante las primeras dificultades fuertes ante las que se encuentran solos, no tienen recursos para afrontarlas. Y esto es un auténtico drama. Cuanto más insegura es una persona, más débil, más frágil, más vulnerable y más manipulable.

Entonces, ¿cuál es la clave para que unos padres consigan que su hijo sea una persona segura de sí misma?

Siempre es un equilibrio entre una serie de límites que hay que poner clarísimos. Es decir, con los niños hay que empezar desde bebés, tenemos que considerar que en los seis primeros años se forman un poquito las bases de lo que va a ser la personalidad y el carácter. Entonces los padres tienen que saber muy bien, primero qué etapa está atravesando su hijo, y cómo fortalecerle. Cuanto más claros estén los límites, las pautas, las normas que tengan establecidas, más seguro se va a sentir un niño, pero también un adolescente. Hay normas con las que a lo mejor se puede intentar dialogar, pero hay límites que no se deben de mover. Desde pequeños, les tenemos que dar confianza en lo que realmente valen. Los que tienen dificultades, hacer que lo asuman como una parte de su vida, hay que enseñarles cómo es la vida en realidad, con sus dificultades, con sus problemas, con gente maravillosa, con gente tremendamente egoísta, con gente manipuladora y con gente agresiva, para que aprendan a enfrentarse contra ellos. Y saber que cuando algo no sale bien, si seguimos luchando, normalmente terminamos consiguiendo el objetivo. Pero que a veces las cosas no salen como nos gustaría o llegan mucho más tarde, que lo importante es el esfuerzo, no tanto el éxito.

Los padres tienen que saber poner límites y enseñarles a que den valor a las cosas. Los niños empiezan por no dar valor a las cosas y terminan por no dar valor a las personas. Las cosas se consiguen con esfuerzo, lo que se regala realmente ni se valora ni te produce felicidad, y ese esfuerzo es el que ellos tienen que aprender a desarrollar, sabiendo que muchas veces no obtienen lo que van a intentar buscar.

¿Y esa educación que se da hoy en día a los niños provoca que cada generación sea más infeliz que la anterior?

Hay un drama ahí. La educación no está contribuyendo a desarrollar la inteligencia emocional, es decir, los niños, los jóvenes de ahora, son los que tienen más nivel de aprendizaje, han crecido mucho en conocimientos generales, y sin embargo han bajado en inteligencia emocional. Están menos preparados para la vida, valoran menos lo que tienen, tienen menos recursos, menos defensas para enfrentarse a las dificultades, y les hemos educado casi en una insatisfacción permanente. Esto es un error enorme. Hace unos años, quizás dábamos más importancia a ese esfuerzo desde que eran pequeños, ahora mismo es uno de los principales errores que hemos podido cometer.

Es verdad que los niños al principio son muy felices, que a veces cuando llegamos a la adolescencia y a la juventud hay un momento más delicado, y que luego a medida que cumplimos años, a partir de los 55 o así, la gente vuelve a ser más feliz, entre otras cosas porque son capaces de relativizar más las cosas, porque son más tolerantes y mucho más flexibles. Es normal que un adolescente no sea flexible, está en esa etapa. Lo que no tenemos que dejar es que realmente su agresividad traspase todos los límites, y no podemos caer permanentemente en sus provocaciones, o que sea él quien dirija su vida, en una etapa en la que aún no está preparado para ello.

¿La facilidad de acceso de los niños a las nuevas tecnologías puede afectar también a su estado de ánimo?

Las nuevas tecnologías pueden ser un avance fantástico y un peligro brutal. Hay que saberlo dosificar. El problema es que la mayoría de los padres no están controlando el uso y el acceso que tienen los niños ahí. Muchos han perdido completamente la información de lo que hacen sus hijos. Muchas veces nos vienen casos muy dramáticos donde los hijos han tenido vidas en paralelo y los padres no se han enterado en absoluto. Y las nuevas tecnologías en muchos casos producen enormes aislamientos, chicos con dificultades para relacionarse que se pasan la vida delante del ordenador. Y están desarrollando nuevas adicciones difíciles de tratar. Y en este sentido, cuanto antes se detecten mucho mejor.

¿Es necesaria la sobreprotección en este caso?

No, nunca. Cuanto más sobreprotección, más van a hacer los hijos lo que quieren, entre otras estar enganchados todos los días. Los padres, lo que tenemos que hacer, es ir al lado, en paralelo, viendo las dificultades e intentando prepararles para que las puedan afrontar. La sobreprotección en este punto siempre es negativa. Cualquier cambio repentino en nuestros hijos debería ser señal de alarma. Cuanto antes intervengamos, mayores posibilidades de éxito.

¿Y cuál es la actitud que deben tomar los padres ante estos cambios repentinos?

Inmediatamente tienen que dar la señal de alarma, ver si en el resto de las áreas de su vida, como en los estudios, se ha producido algún cambio o modificación, y cuando estén algo perdidos tienen que pedir ayuda psicológica de forma inmediata.

En general, ¿somos mayoritariamente infelices?

No exactamente, pero los españoles, cuando se les hacen encuestas, la mayoría dicen que son muy felices, y hay muchas personas que mienten. Les da miedo reconocer que no son realmente felices. Los niños en general son felices, los adolescentes están en una etapa de crisis en la que les cuesta identificarse con ellos mismos, los jóvenes se encuentran ante un futuro en el que a veces les faltan recursos, y en la madurez el problema es que hay muchas personas adultas que se quedaron en la adolescencia y siguen teniendo una insatisfacción permanente. En términos generales, podríamos decir que además de los niños, son algo más felices los hombres que las mujeres, y si pensáramos por qué, es por dos temas fundamentales: los hombres perdonan bien en general, y a sí mismos, mientras que a las mujeres nos cuesta perdonarnos, y además nos llenamos de responsabilidades hasta un extremo casi imposible. Y hay algo que las mujeres hacemos muy mal, no nos dejamos tiempo para nosotras mismas, no nos dejamos de media una horita al día, cosa que los hombres suelen hacer, y lo hacen bastante bien. A veces a las mujeres nos puede nuestra complejidad. Los hombres en este sentido son más pragmáticos, y tienen un sentido de la vida algo más positivo.Cuando hay una dificultad, intentan afrontarla pero no se enredan dando tantas vueltas.

¿Tan importante es ese tiempo para uno mismo?

Es fundamental. Si no nos lo damos, el esfuerzo del día a día nos va vaciando nuestra hucha emocional. Cada día nos tenemos que buscar ese tiempo, no solo el fin de semana, e ir llenando nuestra hucha emocional. Si no reflexionamos, no aprendemos. Esta es una tragedia que no nos podemos permitir, y para reflexionar tenemos que tener ese espacio de tiempo con nosotros mismos.

¿Considera que le damos la suficiente importancia a nuestra salud mental?

No, desgraciadamente no. Las personas que necesitan ayudan psicológica desde el sistema público de salud tienen el acceso muy restringido. No le estamos dando la importancia que necesita.

Y pese a estas dificultades, ¿hay alguna manera en que nosotros mismos podamos cuidarla?

Primero, yo le diría a la gente que cuando se sienta mal vaya a su centro de salud y pida que le deriven a salud mental, que aunque sea un camino largo, lo haga, que lo intente. Pero podemos hacerlo, protegiéndonos, conociéndonos de verdad y haciéndonos ese traje a medida que nos haría un psicólogo profesional. Viendo dónde están nuestras debilidades, cómo podemos luchar contra ellas, nuestros puntos de mayor vulnerabilidad… y trabajando para que alcancemos la seguridad y la estabilidad emocional que la mayoría necesitamos. Y eso lo podemos hacer. Y yo le diría a la gente que de la misma forma que no le importa ir al médico cuando se ha roto un brazo o cuando tiene un dolor agudo, una infección… que el hábito de empezar a ir al psicólogo sea algo normal en sus vidas, que no esperen a estar muy mal.

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