Edurne representará a España en Eurovisión con la canción «Amanecer»
Edurne representará a España en Eurovisión con la canción «Amanecer» - efe

Amanecer nublado en Eurovisión

Edurne no convence con su propuesta para el festival, excesivamente lineal y limitadamente innovadora. Sus esperanzas pasan por crear una puesta en escena imponente

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Nunca antes el estreno de una canción española para Eurovisión había generado tantas expectivas como «Amanecer», la canción que Edurne defenderá el próximo 23 de mayo en la final de Viena. Se hablaba de un tema épico, ganador en palabras del representante de la artista y que iba a revolucionar las casas de apuestas en cuanto se produjera su lanzamiento. La propia Edurne derrochaba imaginación e n un vídeo algo prescindible para describirlo como algo similar al oro viejo, un ave majestuosa, un desierto en el mar o un sentimiento desgarrador. Al final, ni majestuoso, ni único ni desgarrador.

La fórmula mágica para ganar Eurovisión no existe y, en el caso de que así fuera, está claro que España está muy lejos de lograrla.

Desde el «Vivo cantando» de Salomé en 1969, ningún artista español ha conseguido volver al primer puesto en el festival. Algunos se han quedado muy cerca, como Karina (1971), Mocedades (1973), Betty Missiego (1979) o Anabel Conde (1995), pero la historia del certamen nos ha relegado a un rol secundario al que nos hemos terminado acostumbrando. Motivos hay muchos: la falta de compromiso de TVE hacia un festival que casi siempre le ha reportado audiencias millonarias, el débil estado de salud de nuestra industria musical y el miedo de los artistas al ridículo o a sacar poco beneficio de un festival para «frikis». Siempre que Eurovisión se convierte en «trending topic» en España (como ayer, con el lanzamiento de «Amanecer»), los expertos de toda la vida sacan a paseo las frases manidas y los tópicos recurrentes para desprestigiar el concurso y, a su vez, demostrar que la falta de imaginación y conocimiento del festival está a la altura de sus descalificaciones. Es el caso de Fernando Navarro en «El País», que tilda de «carnaval» el certamen, o Julián Ruiz en «El Mundo», que lo califica de «terreno abonado para 'frikis'». Benditos seis millones y medio de telespectadores frikis que siguieron la final del año pasado en España convirtiéndolo en el espacio no deportivo más visto en 2014. No nos damos cuenta, pero aquí radica uno de los principales males que nos impiden aspirar a algo más que a hacer un papel digno en Eurovisión.

La candidatura de Edurne se queda también corta para aspirar a la victoria. Es excesivamente lineal y limitadamente innovadora, consciente de la búsqueda de la épica sin encontrar el clímax. Un himno apagado sobre el desamor cuya letra entra con calzador y en ocasiones resulta incomprensible («¿Mi corazón me susurró a mí no vuelvas sin su amor?»). La limpia voz de Edurne no parece tampoco la más idónea para el tema, ya que su fuerza instrumental invita a que sea un artista con una voz más desgarradora la que lo interprete. Tiene también reminiscencias de éxitos eurovisivos como «Euphoria», un hecho no casual ya que dos de los tres compositores del tema son los mismos que los d el éxito de la sueca Loreen y Eurovisión es un concurso que suele castigar las simples copias. En definitiva, no cuenta con casi ningún elemento para sorprender en su primera escucha, el mayor pecado que se puede cometer en un festival donde el 99% de los espectadores escuchan una única vez cada canción antes de emitir su voto.

Sí se pueden rescatar otros aspectos positivos. La factura técnica de la canción es brillante, con una base instrumental muy potente. Además, el carácter guerrero de la canción permite pensar que hay margen suficiente para montar una puesta en escena impactante que oculte la poca brillantez del tema. Paradójicamente, la recepción fuera de nuestro país ha sido mucho mejor: en la web oficial de Eurovisiónla gran mayoría de comentarios valora muy positivamente la propuesta y en las casas de apuestas España ha logrado mantener por el momento el séptimo puesto. Un buen síntoma que debe animar a Edurne y su equipo a trabajar duro para ver un exitoso amanecer en Viena.

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