Juan Soto - El garabato del torreón

El otro Camba

Del hermano mayor de Julio, Francisco Camba, también vilanovés, ya no se acuerdan ni los libreros de viejo

Además de miles de gentes anónimas, merecedoras todas de consideración y respeto (y muchas de ellas, de admiración y agradecimiento), las tierras de la ría de Arousa —«non vin cousa máis bonita / nin penso volver a vela», que así se canta en la copla— dieron al mundo un histrión facineroso y varias plumas ilustres. El pollo ya cuenta con calle a su nombre en la Barcelona de Colau. En cuanto a los escritores, dos de ellos, Valle-Inclán y Julio Camba, no diremos que monopolizan la fama pero sí que se sitúan varios codos por encima de sus colegas coterráneos. Y no sin razón. Por el contrario, del hermano mayor de Julio, Francisco Camba, también vilanovés, ya no se acuerdan ni los libreros de viejo . En este año que andamos van 70 de su muerte. Y el cronista —¡qué le vamos a hacer!— es maniático de las efemérides redondas.

Francisco Camba, dos años mayor que su hermano, conquistó fugaz y nada delirante aplauso (seamos sinceros) de los lectores españoles con una novela, «Madridgrado», donde cuenta, con ciertas truculencias con pretensiones de thriller ciematográfico, su calvario en el Madrid de la guerra civil. Sus más de cuatrocientas páginas impresas en la tipografía de Ediciones Españolas —la casa de la que salieron unas «memorias» de Azaña abusivamente falsificadas por Arrarás— están rociadas de variopintos personajes gallegos de existencia real, desde el arquitecto Alejandro de la Sota, del que ahora celebramos su año jubilar, hasta el siniestro Atadell, pasando por don Ramón Cabanillas, amedrentado y tembloroso.

Francisco Camba era maestro de profesión y como tal ejerció un tiempo en Lugo y en Portomarín, desde donde envió alguna que otra croniquilla a «La Idea Moderna», periódico lucense que también fue publicando las entregas de su única obra en gallego, «O terruño», de un costumbrismo francamente tópico y zarzuelero, y que también acogió con frecuencia la firma de su hermano Julio, quien por aquellos años (albores del siglo XX) militaba en el más furibundo anarcogalleguismo. ¡Quién diría entonces que el autor del incendiario poema «¡Ergámonos!» acabaría poniendo su talento literario al servicio de la prosa gastronómica!

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación