Fernando Conde - Al pairo

¿Qué nos está pasando?

«Hoy el mismo miedo y la misma inseguridad puede sentir una joven en las calles de Nueva York que en las plazuelas de Castrogonzalo. ¿Qué?, ¿qué nos está pasando? »

Fernando Conde

Esas desgracias podían ocurrir en la ciudad porque allí nadie se saluda por la calle a cada poco, allí nadie conoce la vida de sus vecinos por más que lleven conviviendo en el mismo barrio toda la vida, allí la gente va a lo suyo y se preocupa poco o nada de lo que ocurra al otro lado de la vida paredaña. Pero en un pueblo todo es distinto. En un pueblo, y más en los de Castilla, nos conocemos todos. Quien más quien menos podría escribir una biografía autorizada de cada uno de sus vecinos; los secretos en un pueblo se hacen pregón a la mínima y la intimidad es un bien bastante más caro y escaso que en una gran urbe. Pero a cambio, un pueblo es un lugar más seguro, más cercano, más familiar. Un servidor mismo recuerda que, en su infancia, lo que era impensable en la ciudad (por ejemplo, quedarte jugando al bote o al escondite en la calle hasta la medianoche) era práctica habitual en el pueblo. ¿Qué te iba a pasar allí? Allí cada vecino era una vigilante de seguridad y, en verano, al fresco, había mil ojos puestos en ti, como un Polifemo coral.

Por eso resulta tan difícil digerir la noticia de que una joven haya desaparecido en un pequeño pueblo de Zamora. Y más aún que presuntamente haya sido agredida sexualmente y después asesinada por un vecino suyo. El pueblo en cuestión tiene menos de quinientos habitantes, lo que hace imposible pensar que la víctima y su supuesto agresor no se conocieran antes. Y es ahí donde la pregunta que encabeza este texto cobra todo el sentido: ¿qué nos está pasando? ¿Cómo es posible que en un pueblecito zamorano de esos en los que nunca pasa nada, de los que nunca ocupan una portada de periódico ni son noticia de apertura en un telediario, ocurra algo así? Quizá sea cierto eso de que muchas veces las noticias que oímos se convierten en la espita que, en determinadas mentes -enfermas-, abre el torrente de la locura -o simplemente el de la maldad-. Pero de lo que no cabe duda es de que, con la globalización y su inherente inhibición, esa presión social que siempre ha ejercido el espacio reducido, ya fuera por el qué dirán, ya por la empatía que en circunstancias normales genera el contacto directo, la cercanía y el conocimiento de paisaje y paisanaje, se ha diluido o, al menos, reducido enormemente. Y la psicosis que este tipo de hechos genera es lógica. Hoy el mismo miedo y la misma inseguridad puede sentir una joven en las calles de Nueva York que en las plazuelas de Castrogonzalo. ¿Qué?, ¿qué nos está pasando?

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