Antonio Piedra - No somos nadie

Cántico

«Lo que ahí se me reveló fue conclusivo: una hermandad vigilante hasta en los mínimos detalles (...) un humanismo reconfortante y una fe que iguala distancias con el dulce apagón de cualquier tipo de interrogaciones»

Antonio Piedra
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Ayer, Sábado de Gloria, demostraba el ABC en su edición digital que «uno de los papeles más recurrentes de la historia del cine» recae en la figura de Cristo. Y añado: no sólo en el cine, sino en la historia del arte, de la filosofía humanística, y también en la literatura de todos los siglos. Ejemplo. Un poeta laico como Jorge Guillén -un laico de profundas e irrenunciables raíces cristianas que cimentó en Valladolid-, celebraba por todo lo alto el Sábado de Gloria como el triunfo de la claridad sobre la oscuridad, y escribía a este respecto, con el júbilo que le caracterizaba, que en ese día toda criatura de luz tiene un mandamiento vital en este planeta: demostrar el predominio del Cántico sobre el Clamor.

En la Semana Santa de este año, servidor de ustedes -que es también laico, poeta de segunda, pero cristiano de formación y de cultura hasta las trancas con sus barrancas-, se quedó de piedra cuando, a últimos de marzo, recibí una carta de Evelio Pesquera -Alcalde Antiguo de la Cofradía Penitencial de Nuestra Señora de las Angustias-, invitándome a hacer la «Primera Llamada al paso de la Virgen». Increíble, porque yo pensaba que ese honor se concedía en exclusiva a personas de fe comprobada y de escritura mística. Gran desconcierto el mío.

Así que el Martes Santo -11 de abril- acudí cual novicio a la Iglesia de la Cofradía como obligan las reglas y constituciones: con traje oscuro, corbata oscura, y limpio de polvo y paja. Es decir, abierto de mente y alma para descifrar el misterio que anida en el paso del Encuentro entre una Madre y su Hijo. No, no es lo mismo verlo desde la lejanía de una muchedumbre respetuosa, pero lejanía al cabo, a vivirlo como decía Aristóteles: en las mismas razones que obligan a concluir. Y lo que ahí se me reveló fue conclusivo: una hermandad vigilante hasta en los mínimos detalles, un arte que hacía del alba una oración bellísima, una música que preguntaba y respondía con las delicadezas del pío que lanza un ruiseñor al aire, un humanismo reconfortante y una fe que iguala distancias con el dulce apagón de cualquier tipo de interrogaciones.

El resto, amig@s, se reduce a pura fanfarria, a chirimías al paso de unos capuchones cuya verdad se vive en los adentros, a ciudadanos que viven su fe sin complejos en las aceras del mundo, a turismo deslumbrante o deslumbrado. Y a poco más. Al final de la noche, cuando se apagaron las luces y la imagen de las Angustias de Juan de Juni volvía a su casa de entraña vacía, mi buen amigo Javier Burrieza me lanzó en la misma puerta un dardo certero: «Antonio, ¿y qué vamos a hacer ahora contigo que has demostrado ser un meapilas?». Y yo, en un descerraje de penitente pillado infraganti, le respondí con toda la naturalidad del mundo: pues nada, hijo, que donde las dan las toman. O como diría el gran Guillén, «Cántico sobre Clamor».

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