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Matías Martín Sanabria y su método onomatopéyico de lectoescritura

En los años cincuenta, más de 5.000 colegios públicos y privados aplicaban la técnica, estimándose que con ella se habían alfabetizado 14.000 alumnos de diversas edades

Rafael del Cerro Malagón
TOLEDO Actualizado: Guardar
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En el anterior artículo que dedicamos al maestro de origen zamorano y toledano de adopción, Matías Martín Sanabria (1901-1965), anotamos cómo, en 1927, al ejercer en un colegio bilbaíno y visitar varias escuelas, constató los largos meses y los grandes esfuerzos de los maestros para enseñar a leer a sus alumnos. Tal realidad le llevó a ensayar, en su destino asturiano de El Moro, en 1931, sobre una base psicopedagógica, un modo de acortar aquel proceso y que él mismo probó en las edades más tempranas. El resultado fue el llamado Sistema onomatopéyico, basado en enseñar los fonemas puros de cada letra (empezado por las vocales y luego las consonantes), asociados, como apoyo nemotécnico, a señas mímicas (con manos, brazos, un pie o el rostro), previas a la escritura.

Desde el punto de vista formal, es un método de lectoescritura sintético fónico, es decir, parte del estudio de elementos simples (la letra) para llegar a la palabra y su significado. Un camino inverso a los usos analíticos que arrancan del sentido de las palabras o frases para concluir en la identificación de sílabas y letras.

Según algún estudio, esta fórmula pudo inspirarse en ideas anteriores, como la de Augustin Grosselin (1800-1870) y su alfabeto phonomimique para enseñar un idioma a personas sordas, ligando un gesto artificial (generalmente de manos) con el sonido y la grafía. En esta línea cabe recodar a los lejanos prolegómenos españoles de los siglos XVI y XVII como Ponce de León o Juan Pablo Bonet y sus alfabetos manuales.

La virtud del método de Sanabria era su rapidez ya que, en veintiocho días, se había trabajado todo el abecedario. Una primera difusión del sistema vio la luz, en Toledo, en 1947, reproducida a multicopista, con fotografías adheridas, en las que aparecía un maestro o maestra ante un alumno, con el gesto que asistía a cada letra y su fonema. En 1952 ya hubo un libro impreso en el taller de El Noticiero, de Cáceres. Posteriores fueron las ediciones de la toledana Papelería Garijo, sucediéndose otras hasta 1974. Como ilustradores participaron Mariano Labrador y Luis Riaño. Este último, otro admirado maestro de muchos escolares toledanos. Un dato metodológico más era el cultivo de la atención del alumno mediante el uso de cuadernos cuadriculados en los que, con puntos colocados en forma de cruz o alineados debidamente, daban forma a la grafía. Para ello se requería el auxilio de una pizarra, también cuadriculada, pues así el docente exponía el procedimiento a seguir. Se partía de que el uso del punto, cuadros y líneas, siempre trazadas con regla, producían una caligrafía más ordenada que el espontáneo trazo hecho en cuadernos con hojas simplemente rayadas.

La gran implicación de Martín Sanabria en la Academia de Cultura del Frente Juventudes, alentada por él en Toledo, en 1946, hizo que su técnica se aplicase a los alumnos de cinco años que allí acudían. Años después, el hecho de que fuese inspector del Patronato Escolar Primario del Frente de Juventudes, facilitó su extensión por toda España. Su condición de regente de Prácticas de la Normal de Toledo, desde 1945, añadía más proyección a su método entre los futuros maestros que allí se formaban.

El éxito de la rapidez del Sistema fue resaltado de modo especial en su Zamora natal. Allí el SEM (Sindicato Español del Magisterio) proclamaba la obra de Sanabria como «una revolución en el campo pedagógico». El periódico Imperio: Diario de Zamora de FE-JONS, entre abril y mayo de 1949, llegó a publicar por entregas la enseñanza de cada letra. Y es que, en esos años, era preciso atajar la alta tasa de analfabetismo, especialmente, en el medio rural. En 1940, el 33% de la población absoluta española carecía de todo tipo de estudios, cifrándose en el 23% las personas consideradas analfabetas netas, mayores de 10 de años. En 1949 el propio Sanabria efectuó una práctica alfabetizadora con soldados del Regimiento Cantabria de Toledo que luego siguieron otros maestros, reconociendo el mando los prontos y buenos resultados. Años después, el Estado Mayor del Ejército validaría su empleo en cuarteles y guarniciones.

En 1950 surgía la Junta Nacional contra el Analfabetismo para abordar aquella lacra que, entre otras medidas, ideó una selección de técnicas rápidas de lectoescritura en dos convocatorias públicas (1954-1957), siendo una de las elegidas la firmada por Sanabria, aprobada en una Orden ministerial de 1956. En 1958, las cuatro mejores fueron evaluadas en un examen comparativo celebrado en el Campamento de San Pedro de Colmenar Viejo (Madrid) con reclutas no alfabetizados. Dos docentes expertos en cada uno de los métodos trabajaron, entre abril y junio, en sus respectivas prácticas. El proyecto «toledano» fue aplicado de modo eficaz por Jose Rodriguez Martín, maestro de Valdeverdeja, y por Adolfo Tordera Cortecero, de la Graduada «San Servando» de Toledo. La evaluación la realizó el Instituto de Pedagogía San José de Calasanz, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, otorgando al sistema Sanabria el primer lugar con un coeficiente de 314,74 puntos (116,94 más que el siguiente). Por fin, en septiembre de 1958, una Orden ministerial recomendaba los sistemas de Matías Martín, Gregorio Aragón, Julio Bailón y Antonio Palau para las tareas alfabetizadoras.

En los años cincuenta, más de 5.000 colegios públicos y privados aplicaban la técnica onomatopéyica, estimándose que con ella se habían alfabetizado 14.000 alumnos de diversas edades. Tales avales y la prensa hicieron que el método llegase a Chile, Cuba, Argentina, Venezuela o México entre otros países hispanohablantes.

Muchos fueron los destinos y foros donde Martín Sanabria acudió para exponer la validez de su procedimiento entre 1949 y 1964 (Madrid, Jaca, Cáceres, Zamora, Málaga, Santander, Almería, Valladolid, Mallorca, Granada…), como también es larga la correspondencia recibida desde infinidad de escuelas notificándole el éxito de su obra. Sin embargo, el método no sería aceptado como único medio oficial en el marco de la Campaña Nacional de Alfabetización que el Ministerio de Educación Nacional afrontaba en 1963, preludio de lo que, años después, sería la Educación Permanente de Adultos. Frente a este cambio de rumbo emanado de las esferas oficiales, la realidad fue que el «Sistema Sanabria» lo emplearon multitud de docentes en sus aulas, más allá de la Ley de Educación de 1970, entrando en una fase de estancamiento y retroceso a partir de las nuevas instrucciones para los primeros cursos de Primaria y la publicación, en 1980, de los Programas Renovados de EGB. En ese momento se cumplía exactamente medio siglo de pervivencia de un proyecto educativo ideado por un maestro para facilitar el trabajo escolar y el rápido abandono del analfabetismo a cualquier persona.

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